Dentro de ese boom de comedias románticas españolas que azotaron la cartelera en la década de los 90, con Cha-cha-cha (Antonio del Real, 1998) o Amo tu cama rica (Emilio Martínez-Lázaro, 1991) como dos de los máximos exponentes, Nada en la nevera (Álvaro Fernández Armero, 1998) volvió a suponer otro nuevo soplo de aire fresco a nuestra industria. Protagonizada por María Esteve, una de nuestras actrices más dotadas para la comedia y que nunca entenderé que hayan sido tan pocos los directos interesados en explotar su vis cómica -que, además de en este film, demostró también su talento en El otro lado de la cama (Emilio Martínez-Lázaro, 2002) y su secuela Los dos lados de la cama (2005)-, Nada en la nevera es una comedia que radiografía a esa porción de juventud que ronda los 30 años que busca establecerse sentimentalmente en la vida para poder escapar de la rutina, de la soledad. Es lo que le sucede al personaje encarnado por Esteve, Carlota, una conductora de ambulancias que sueña con encontrar al amor de su vida; por eso, cuando conoce a Número 1 (Coque Malla) no tardará en obsesionarse de él.