La mirada que ofreció Lewis Gilbert al legendario personaje de James Bond en la quinta película de sus aventuras, Solo se vive dos veces (1967), mantiene el nivel de calidad de la saga además de respetar su espíritu y los cánones que la definieron desde un primer momento, multiplicando el nivel de acción de las anteriores entregas, desplazando la acción del Agente al continente asiático y, en definitiva, demostrando una extraordinaria facilidad para dotar de un gran ritmo la película. El film, uno de los más caros y rentables de la serie, pasó a la historia al ofrecernos insólitos aspectos en la carrera de Bond: a su transformación en individuo de nacionalidad japonesa, hay que sumar su primera y única -y falsa- boda hasta la fecha y, para colmo, su propia muerte acontecida en el impactante prólogo en el que el agente hace su primera aparición. Con semejante cóctel, al que se suma la nueva reencarnación del infalible Sean Connery del espía 007, era imposible que la jugada saliese mal. Y lo cierto es que estamos ante una película francamente entretenida donde la acción -tras ese arranque poderoso- no decae en ningún momento, manteniendo la atención del espectador gracias a un guión más lúcido y clarificador que el de anteriores cintas.