. Ya en la más remota antigüedad
paleolítica, se vivía en comunidades en donde regía un cierto orden jerárquico
de poder en el seno de la comunidad. Después en el Neolítico llegó la eclosión
de las urbes, con la extensión del sedentarismo, gracias al dominio de la
agricultura, que obligaba a los grupos humanos a anclarse a un territorio, que
les facilitaba un modo de subsistencia y de vida más cómodo que el nómada.
Aparecieron, entonces, las primeras formas complejas de gobernanza municipal,
con castas de poder político, religioso y económico. Esta nueva forma de
organización social dio origen a un pacto por el cual los grupos que ostentaban
el poder tenía que asegurar la supervivencia de la comunidad: seguridad y
abastecimiento, a cambio del reconocimiento de su posición.
Más
adelante con el nacimiento de las ciudades en la antigua Mesopotamia y la
ribera del Mediterráneo, lo poderes urbanos fueron consolidándose, basados, la
mayoría de las veces en la fuerza de las armas, la utilización de la religión
como instrumento de dominio, y el uso de la escritura, que permitió ir creando
el relato de lo que sucedía desde la perspectiva interesada del poder, y su
transmisión mediante la creación de mitos, leyendas y cuentos, fácilmente
entendibles por el resto de la población, que no tenía acceso al conocimiento,
y por tanto no podía escribir su relato de la historia, ni transmitirlo.
Este
esquema se reprodujo y refinó con griegos y romanos hasta la Edad Media, donde
el feudalismo acabo con las ciudades, ruralizando todos los aspectos de la vida
social, política y económica, que pasan a estar bajo control de los señores
feudales y la Iglesia. Es el momento histórico de la destrucción del municipio
como la organización refinada de la comunidad. Sin embargo los pueblos y las aldeas
siguen siendo el centro de la vida de la mayoría de la gente, aunque volviendo
a formas más primitivas de organización. Se inicia aquí una lucha que durará
varios siglos, por la que las ciudades reclaman ser libres, fuera del yugo
señorial y episcopal. Esta será la tónica general de la Edad Moderna, época de
consolidación de la ciudad como territorio de poder político: se va desde las
ciudades-estado italianas y alemanas, hasta ciudades con representación en
Cortes de Castilla o Aragón.
Pero
el gran cambio en la configuración del poder y las relaciones entre este y la
población de las ciudades, se producen con La Revolución Industrial y el triunfo
de la burguesía urbana, que apareja la extensión paulatina de la democracia
liberal, con la creación de las clases medias urbanas, como nuevo grupo de
poder, y el ascenso del proletariado a la categoría de grupo social capaz de
disputar el poder a la gran burguesía y la clase media. Es por ello que lo largo del siglo XX, las ciudades sufren una
transformación radical al cambiar la relación en las fuerzas de poder,
provocada por el gran pacto que se produce entre las diferentes clases urbanas,
no ajeno al desarrollo democrático de la sociedad, que ha convertido a las
ciudades occidentales en las instituciones más democráticas del siglo XXI, por
la proximidad del poder elegido a la ciudadanía y la capacidad de participación
en todos los ámbitos municipales.
Pero
ahora las ciudades vuelven a colapsarse, por la mala gestión política de la
crisis actual del país, y por el poder exagerado de la derecha en España, que
entiende la democracia como un rodillo de mayorías, y no como el gobierno permanente en beneficio
de la sociedad. Lo que ha conducido a las ciudades españolas a tener un
gravísimo problema de financiación y de gestión política, que las saque del
atolladero. Crisis de financiación por una pésima distribución territorial de
los Presupuestos del Estado, desde hace décadas, que han obviado tener en
cuenta a los municipios como instituciones básicas en la prestación de
servicios, a la hora de financiarlos, y por la nula descentralización económica
que se ha producido por parte de las Comunidades Autónomas, quizá porque las
ciudades no eran objeto de su absoluto control. Por eso los municipios, llevan
años viendo como el dinero llega a las Autonomías y luego no se distribuye
entre los Ayuntamientos, que son los mayores prestadores de servicios, mientras
la deuda de las Comunidades Autónomas con estos crece y crece cada año.
La
gestión política tiene que ver con una total ausencia de espíritu pactista
entre la clase política actual. Los ayuntamientos deberían ser instrumentos
esenciales en la gestión de la crisis, sobre todo en aquellos aspectos que más
conciernen al ciudadano. Veamos un ejemplo en una ciudad mediana, como es la
ciudad de Castellón.
Castellón,
que vive en un estado de absoluta esclerosis en su desarrollo urbano, por la
suspensión del PGOU por parte del TSJV; que ve como el paro va aumentado
exponencialmente desde que empezó la crisis; con una ciudadanía que está
sufriendo los recortes, hasta el punto de alcanzar cifras de exclusión social
que empiezan a asustar; y que está al borde del más absoluto colapso
financiero, por la crisis y la mala
gestión de las finanzas municipales en los últimos años, es una ciudad que necesita urgentemente
un pacto que ponga barrera al incremento de estos problemas, y defina líneas de
actuación consensuadas entre el gobierno municipal y la oposición, pero también
con los agentes sociales y ciudadanos. Estamos en economía de guerra y parece
que nadie quiera enterarse, a pesar de los graves daños colaterales que ésta
provoca.
No
puede ser que el Partido Popular, actual gobernante del Ayuntamiento, esté
instalado en la autocomplacencia del poder, negando cualquier tipo de
iniciativa que no salga de sus filas, cuando la ciudad se desangra. Ni pude ser
que la oposición no esté clamando a los cuatro vientos la necesidad de un pacto
municipal, que convierta al Ayuntamiento en el centro de desarrollo de todas
las políticas que saquen a la ciudad del agujero en que se encuentra. Pero
tampoco es de recibo que la ciudadanía viva al margen de esta exigencia.
Un
pacto municipal por el desarrollo y la superación de la crisis, es necesario y
urgente, porque no se puede gobernar en lo malos tiempos igual que se hace en
los buenos. Una ciudad no pude estar esperando a que otros le solucionen la
papeleta, porque entonces será siempre dependiente y habrá perdido el tren de
la Historia. Y Castellón si nadie lo remedia, va camino de ese desafortunado
olvido de ciudad provinciana al margen del futuro, a no ser que se aprovechen
todas las sinergias que existen en la ciudad, poniéndolas al servicio del
bienestar ciudadano y el desarrollo urbano.
Pero
ojo. Castellón es un ejemplo extrapolable a la gran mayoría de ciudades de
España. Tomen nota.