A
lo largo de éstas últimas semanas, hemos sido testigos de una
controversia inusual. Un debate confuso, dónde cultura y política se
posaban de boca en boca, se mezclaban en conceptos y solían decantarse,
cosa triste, en chismeríos. Ocurrió que el escritor peruano Mario Vargas
Llosa fue invitado a inaugurar la Feria del Libro en Buenos Aires. Y
hubieron quienes sugirieron que no era el más indicado para la apertura
de dicho evento, por sus declaraciones, casi siempre agresivas y
opositoras a los gobiernos de la región, incluido éste, claro.
Considero
no sólo importante, sino imprescindible marcar ciertas cuestiones que
resultan decisorias a la hora de emitir una opinión al respecto de esta
visita. Resulta imposible hablar de Mario Vargas Llosa sin mencionar si
quiera o cuanto menos tener en cuenta, su participación en política y su
transmutación ideológica. Podrían hacerse valoraciones meramente
literarias sobre su obra, seguro, pero no sobre su persona dejando al
margen sus expresiones o su forma de pensar. Esto ocurre por el simple
hecho de que es un ser complejo, como todos, con diversas aristas, como
todos, y en base a esa heterogeneidad inherente en cada humano, es que
podríamos acercarnos a una apreciación completa y razonable.
Esta
suerte de amalgama político-literato es inseparable, tanto para
escribir, como para hacer política. Es hasta innata o inconsciente, si
se quiere una aproximación más psicológica. Entonces, cuando hablamos
del arribo de Vargas Llosa a la Feria del Libro, no sólo hablamos de la
llegada de un escritor galardonado con diversos premios, sino también,
de un ex candidato a presidente del Perú, de un político que, según un
proceso que él mismo describe, pasó de “convicciones socialistas a
convicciones democráticas y liberales”, como si la democracia fuera
antónimo de socialismo. Ataca a los gobiernos que tilda de ‘populistas’ y
‘cortoplacistas’ en Latinoamérica y no apoya a los Estados presentes.
Por ende, no estamos hablando de un escribidor con trofeos simplemente.
Ahora bien, es tan significativo analizarlo en su entorno y opinar sobre Vargas
Llosa desde ambos universos, como permitir y aceptar el hecho de que él
también tiene el derecho a expresarse de la manera que quiera y pueda.
No podemos caer en sólo dejar sonar las voces que nos agradan. Es más,
debemos defender esa capacidad de emitir nuestro juicio libremente
porque esa es una potestad de la democracia, ésa es una bandera del
socialismo, aunque dicho escritor lo crea antagónico.
Tampoco
deben obnubilarnos las condecoraciones y creer que quienes las ostentas
tienen una palabra impermeable e irreprochable, porque, por citar
ejemplos e ilustrar conceptos, las Abuelas de Plaza de Mayo no
obtuvieron aún ningún premio Nobel, y Barak Obama ya recibió el de La
Paz, mientras bombardea pueblos africanos y mantiene cárceles dónde se
tortura por convicción.
Todo
se aprende, porque vivimos estudiando, aún cuando no nos lo proponemos,
porque la batalla contra la ignorancia no se gana leyendo un libro un
día, ni ganando una medalla otro. Todo puede ser asimilado, incluso la
tolerancia, esa que permite que nos expresemos en libertad, todos, tanto
los que escriben cartas en las que solicitan que se reconsideren
ciertas presencias en ciertas Ferias, como aquellos que llegan y dan
discursos plagados de lugares comunes, que no cubren las expectativas de
aquellos que buscan referentes opositores casi con la misma rusticidad
con la que se coloca un aviso en el diario ofreciendo empleo.