. Algunos
parecieran no tener vida propia y necesitan de las existencias ajenas para sentir
que están viviendo, que les circula sangre por las venas y que pueden llenarlas
con “algo”, aunque sean groserías, venganzas, chismes y ocio. Pero cuidado. Es
poco y nada lo que le pueden ofrecer las programaciones con vidas entubadas, de
farándula, fabricadas a golpe de escándalos y luces de colores. La mayoría de
ellas, la verdad, venden sus tristezas, decepciones, fracasos amorosos. Pocos
pueden enarbolar grandes habilidades, éxitos o genialidades. No estarían ahí. Pero
no es su culpa. Es lo que pueden ofrecer: vidas golpeadas por el entorno,
entregadas a un mejor postor, compartiendo el poco oxígeno que les va quedando.
Al menos, eso es lo que muestran. La culpa no es de quienes se venden. El
problema es quienes lo alimentan, vale decir, el televidente que, con su tácita
aprobación, finalmente les da de comer.
Como me dijo una reconocida periodista, rostro de televisión hasta hace
algunos años: “los chilenos vemos demasiada televisión”. La pura verdad. No nos
ofrece nada y hace un flaco favor a nuestro ya alicaído desarrollo intelectual.
Ni hablar de cultura y lenguaje. Esto último podría ser un pequeño aporte, pero
es tal la pobreza de vocabulario, que mejor apagar la pantalla. Entonces ¿¡Por
qué es tan gravitante este mundillo acosador en nuestro quehacer cotidiano!? Simple:
aburrimiento, evasión, ganas de distraernos pero, más que nada, de olvidarnos
de nuestro entorno. Necesidad de llenar nuestras conversaciones con algo, darle
la apariencia de alegría. O creernos el cuento que la felicidad se alcanza
comparando la que, en apariencia, borbotea desde la pantalla. Para muchos, su
vida parece ser demasiado gris y no son capaces de alimentarla con algo de
fantasía. Necesitan vidas ajenas, viajes de ficción – los reality, la farándula
– para darles sal y azúcar a sus vidas. Pero ello no es así. Su vida, buen
amigo, es riquísima, fascinante, como lo es cada vida humana. Tiene mucho más
de aventurero que lo que le pueda ofrecer alguien encerrado en algún set de
televisión. Podemos prescindir buena parte del día de TV y no perderíamos nada.
Al contrario, es muy probable que mejore nuestra convivencia familiar, el trato
con los amigos, las conversaciones con el vecino. Quizá leeríamos más. Bien nos
haría. Y también quizá nos atrevamos a dialogar más. Las mejores vidas no están
en la tele, están a su lado. Pruebe a entrar en el mundo real. Es más
fascinante que el virtual.
Hugo Tagletwitter: @hugotagle