. La localización del lugar exacto donde fue
asesinado Julio César, produce escalofrío, no por la demostración empírica de
que una mano traicionera acabó con la vida de uno de los hombres más célebres
de la Historia, sino porque ahora sabemos que ese acto sucedió no en el
imaginario de los historiadores, o fue una leyenda que ha ido pasando de libro
en libro, hasta convertirse en ficción escrita o cinematográfica. Los
acontecimientos históricos adquieren categoría de verdaderos cuando están adscritos
a un paisaje o a un lugar o a unos muros en los que se pueden reconocer. Y
ahora, con esta revelación del CSIC español, la figura de Julio César no se hará
más grande, pero sí más real, al poder ubicar su muerte en un espacio conocido:
La Curia de Pompeyo, y la la vista de todos.
Las piedras
nos hablan, aunque no las solemos escuchar, ni entender. Nos narran
acontecimientos que han cambiado el curso de la Historia, podemos pensar que
irrelevantes, después de cientos de años de haber sucedido, pero están ahí, en
el aire, en el ambiente de los lugares, en el relato no contado de qué abría
sucedido si no hubieran acontecido. Sólo por esa pequeña reflexión merece la
pena sumergirse en los lugares históricos, dejarse llevar por la sabiduría que
hay encerrada en el espacio que ocupan. Y que duda cabe, poder respirar el aire
viciado por la muerte levantando la mano con un puñal a un instante de
descargarlo sobre el cuerpo ignorante de Julio César, para cambiar el curso de
la Historia, sólo puede producir el temblor de las grandes emociones. Por eso La Curia de Pompeyo, en el yacimiento
de Torre Argentina, en Roma, acaba de entrar en la Historia con letras de oro,
después de guardar durante dos mil años el secreto de ver morir a Julio César.