Un
Austin mini se desliza raudo por las calles de París. Tras él una serie
de patrullas policiacas hacen gala de las sirenas (de aquellas que no
ensordecen a los peatones) intentan alcanzar al delincuente-héroe,
mientras aprovechamos de ver un paneo de la ciudad, La Defense, Qaui de
Branly, el río Senna, y algunos quartiers intramuros (barrios).
De pronto Jason Bourne, el asesino amnésico, nos sorprende a todos
cuando decide desviarse del camino adoquinado y bajar a través de las
escaleras que marcan los desniveles de las calles parisinas. Es la
invasión del espacio peatonal... una transgresión.
¿Qué
tiene que ver esta escena de la película “The Bourne Identity” con un
escrito sobre la bicicleta¿Y si propusiéramos una ley que promueva el
tránsito de los automóviles a través de las escaleras? O ¿si plantáramos
árboles en medios de las grandes autopistas?
Hablo
desde mi condición peatonal. La valentía no me alcanza para subirme a
una bicicleta y andar en las calles de Santiago. Porque mientras la
clase política defiende hoy una modificación de la Ley n°18.290 de
Tránsito para “regular” –léase restringir- el tráfico de ciclistas y
peatones para que no les molestemos a la circulación
contaminante-dominante, nosotros nos exponemos a la reducción de las
veredas, a las ciclovías mal-tenidas, a los pasos de cebra simbólicos, a
las carreteras que dividen comunas pobres para llegar más rápida desde
el sector pudiente capitalino al aeropuerto, a los semáforos eternos que
favorecen el tránsito de los autos, al ensanche de las avenidas
derrumbando barrios antiguos y vegetación…
Y
el discurso político habla de orden y respeto. Sin embargo, cruzar una
calle hoy parece cada vez más un desafío a la inteligencia motriz. Como
diría Ulrich Beck la asunción de riesgos es inversamente proporcional a
los recursos económicos que se tengan. Conozco la realidad de los
ciclistas urbano-rurales de la comuna de Angol, allí la bicicleta no es
un lujo, no es aquel artículo que se asegura en la puerta trasera o en
el techo de una 4x4 para recorrer algún parque natural haciendo
cross-country, sino que sirve para desplazarse a través de grandes
distancias. Lamentablemente en Angol no hay ciclovías y los accidentes
son innumerables. Este es un buen ejemplo de la unidireccionalidad del
“respeto” que quiere imponerse… resulta que ponemos en peligro a las
carrocerías.
Las
nuevas leyes y el ordenamiento urbano promueven que el espacio público
(las calles) no esté habilitado para nosotros los peatones y ciclistas,
más bien se busca marginarnos en beneficio del automóvil. Tal vez era
cierto que se abrirían las grandes alamedas como dijo Salvador Allende,
pero no para nuestro paso, ese de hombres y mujeres libres, sino para el
paso de una gris y ensimismada caja con ruedas.
Mientras
muchas ciudades son extremamente respetuosas de las bicicletas y del
tránsito peatonal, erigiéndose como ejemplos de sustentabilidad
ecológico-social, Chile quiere avanzar en la dirección opuesta, esto es
parte de nuestro neoliberalismo cultural galopante. Es aquí donde el
automóvil ha emergido como un ejemplo de la mentalidad individualista
por excelencia. Tristemente muchas ciudades de nuestra América Latina
avanzan en nuestra contra.
Reivindiquemos, nosotros los peatones (furiosos), el uso del cuerpo como medio legítimo de transporte.