Es lástima, por
otra parte, que estas anécdotas no tengan gracia, porque harían
reír mucho.
Mariano
José de Larra, El
periódico del día o el Correo literario y mercantil.
También es una lástima
que en los periódicos, tanto de la Hispana Citerior como de la
Ulterior, donde se ha publicado la noticia, no se diga a quién, o a
quiénes, se les ha ocurrido tan magnífica y brillante idea para
seguir riéndonos un poco más, pese a la poca gracia del chiste y de
quien lo cuenta. Y que se nos hurte el tiempo, largo y dilatado, sin
duda, que ha transcurrido entre tan brillante idea y su no menos
brillante ejecución. Se le ocurriera a quien se le ocurriese la
idea, alguien con algún tipo de poder, desde luego, se ha llevado
por fin a cabo, así que se ha exhumado el cadáver del general Prim,
que nació en Reus, donde también está enterrado. Era muy
importante hacer dicha exhumación a fin de saber si el general Prim
murió de las heridas que recibió en el atentado, en Madrid, que le
costó la vida en diciembre de 1870, o después, pues, al parecer, si
murió sin que las balas tocaran ningún órgano vital, el general
Serrano estaba detrás de la muerte y del atentado contra el
reusense, y en caso contrario, parece que no. Sin palabras.
No
hace mucho tiempo, también apareció la noticia, creo recordar que
en la televisión, sobre dos ancianos catalanes, no de Reus. Ella
había tenido un ataque, había sido ingresada en un hospital, y
estando allí la Generalitat
le
exigió que devolviera los 140 euros de pensión que cobraba dado
que, estando ingresada, había comido y bebido a costa de las arcas
públicas. Como todos. Ahora bien, ¿hay que llevarse también la
fiambrera, tartera o “tupper” al hospital como los niños se la
llevan al colegio? ¿Y para cuántos días, doctor? Evidentemente, y
a nadie se le oculta, estamos pasando una terrible crisis económica,
crisis que ha llevado a perder poder adquisitivo a las clases bajas y
medias, a perder avances sociales, y a ganar en protestas y en
manifestaciones en la calle con duros enfrentamientos con la policía.
Esto último ha tenido una ventaja, pues ahora televisiones,
tertulias, artículos y demás, se dedican a discutir sobre el sexo
de los ángeles, es decir a dilucidar si la policía actuó con
violencia desproporcionada, o la que estaba de acuerdo con la
situación. Situación que los políticos aceptaron a regañadientes
en un principio y que han terminado por criminalizar cuando empiezan
ya a estar hartos de tanta protesta y temen por su puesto de trabajo.
En la Edad Media, por si sirve de algo, se sabía que, dado que los
ángeles eran materia y espíritu mezclados, en la punta de una aguja
cabían exactamente 6.666 ángeles. A partir de ahí que cada uno
deduzca la materia y el espíritu de cada uno de estos
bienaventurados y alados seres.
Otra
cosa sería que nos preguntáramos, interrogación que también
molesta a muchos políticos y periodistas, si las manifestaciones
tienen o no razón de ser. Hay para todos los gustos, cómo no, tal
como hay estómagos hambrientos y otros agradecidos. Ahora bien, de
locos parecería montar una manifestación, tal vez por eso no se le
ha ocurrido a nadie, delante de algún organismo oficial porque se ha
ordenado la exhumación del cadáver del general Prim; y decir que lo
que se ha invertido en tan graciosa broma, tal vez se le podía haber
dado a esa pareja de ancianos que, al parecer, no tienen ni para
acondicionar el piso a la enfermedad de la mujer, que se ve obligada
a moverse en silla de ruedas. Y bien está que los recortes lleguen a
educación, que no haya becas, algunas veces ni mesas suficientes en
las aulas, o que los alumnos tengan que llevarse la fiambrera de
casa, o que nos quedemos sin medicamentos y médicos, ni dinero para
investigación. Todo eso está bien; pero sería desastroso no poder
exhumar la momia del general Prim, y quedarnos sin saber si murió,
hace 142 años, de los disparos de un trabuco o de otra cosa. Y demos
gracias porque no se le haya ocurrido a nadie reivindicar los huesos
de Indibil y Mandonio, ¿eran pareja de hecho en la vida real?, o los
de Viriato para saber si estaba mal de la cabeza ya que se enfrentó
a las legiones romanas, que hablaban el latín, vulgar si se quiere,
pero latín, y seguramente ocuparon la Península sin usar de una
violencia desproporcionada. Por cierto, al poco tiempo de entrar
estos amables chicos, Reus, junto con la franja que va de los
Pirineos a Cartagena, kilómetro arriba, kilómetro abajo, formó
parte de la Hispania Citerior, posteriormente la Tarraconensis. Y
esta Hispania se decantó, en las Guerras Civiles, por Pompeyo. Tomar
este partido hizo que visitara estas tierras, las aledañas al río
Segre, el bueno de Julio César. Ya se sabe el resultado: perdonando
a unos y acogiendo a otros, terminó con la República e inició el
Imperium.
Ahora bien,
no
sabemos si la Tarraconensis luchó a favor de Pompeyo o de la
libertad, como quería Catón, que no se fiaba ni de Julio ni de su
yerno, ya que sospechaba que ambos luchaban por la misma cosa, si
bien diferían en quién debía dirigirla1.
Ya se sabe que el Imperio, al final, terminó dividiéndose.
Sabido
es que los políticos no son muy dados a leer y a estudiar. Otros,
mucho más importantes, son sus rudos menesteres. Y que tenemos una
sociedad y un sistema educativo que propicia muy poco la inclinación
lectora, cuando la hay. Además, el libro, con la subida de los
impuestos, y los recortes, se ha convertido, como el marisco, en un
producto de lujo. Eso explica que no se lea, por supuesto, y que se
olvide la historia. Si el cerebro, o cerebros, de la exhumación de
Reus hubieran hecho ambas cosas, leído y estudiado historia, tal vez
se hubiesen enterado de que hubo un escritor llamado don Benito Pérez
Galdós. A este señor le dio por novelar buena parte del historia de
su país, que fue toda la Hispania, incluida la Bética y la
Lusitania. Escribió 46 novelas agrupadas bajo el título genérico
de Episodios
nacionales, divididos
en cinco series.
Entre
estos episodios, y perteneciente a la cuarta serie, la era isabelina,
hay uno titulado Prim.
Casualmente
es el mismo Prim de quien acaban de exhumar el cadáver. Fue aquel
bravo general que, cuando le propusieron la restauración de los
Borbones en la figura del hijo de la denostada Isabel II, pronunció
una frase, o tres, para la historia:
jamás, jamás, jamás.
Parece ser que lo dijo en castellano. Si lo hubiese dicho en catalán,
mai,
mai, mai, seguramente,
en Madrid, donde lo dijo, no lo hubieran entendido. Y en eso don
Benito es muy puntilloso, pues nos informa, enseguida, de que sor
Teodora y Tilín, en Un
voluntario realista, novelaambientada
en Solsona,
hablaban
en catalán, aunque él lo transcribe en castellano. Es el problema
de nuestra literatura: también El
ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, está
escrito en árabe por Cide Hamete Benengeli y traducido por un
muchacho del árabe el castellano. En fin, cosas que pasan.
La sorpresa, que nunca
faltan, al exhumar el cadáver del señor de los jamases, ha sido que
han aparecido en su ataúd tres botellitas, conteniendo un líquido
enigmático. Dos de las botellitas las tenía en las axilas y una
tercera en la entrepierna. No se sabe qué tipo de líquido contienen
las botellitas. La exhumación no ha sido, pues, en vano ya que lo
sabremos, esperemos, dentro de poco tiempo. Estamos impacientes. Y de
paso, removida la tumba, van a aprovechar para restaurar el uniforme
del general. Ignoramos dónde está enterrado Cervantes, un vulgar
recopilador de historietas, y Joanot Martorell, otro de la misma
cuerda; pero que no se diga que no cuidamos a los muertos que sí
sabemos dónde se hallan. Y esperemos que no se le ocurra a nadie
ponerse las galas del difunto y darnos algún susto, haciendo sonar
sable y espuelas, y rechazando a este rey y trayendo a don Amadeo de
nuevo. Ya se sabe que hay gente para todo.
¿Y
qué dice a todo esto don Benito Pérez Galdós en su famoso episodio
nacional? Pues nada, porque donde se narra el atentado y la muerte
del General es en otro episodio, en España
trágica, escrito
en 1909. En este sí que se cuenta el atentado, y se dice que las
heridas del hombro izquierdo son las más importantes; pero, según
parece, no comprometen la vida del General2
No murió en el acto, como tampoco lo hizo Zumalacárregui. No,
contra este no atentaron. Lo he traído a colación porque
seguramente hoy en día, se hubieran salvado los dos, dado el alto
nivel que, pese a los recortes que la ministra Mato ha metido en la
sanidad, tiene ahora la medicina. Ahora bien, saber si murió poco
antes o después del atentado el general Prim, cosa que ya dice
Galdós, y gastarse un dineral en ello, nos parece, como mínimo un
homenaje a Valle-Inclán y al esperpento. El general Prim, según
Galdós, murió a los tres días de haber sufrido el atentado
haciendo un
fúnebre comentario: El Rey ha llegado, y yo... me muero3.
Hubiera,
por lo tanto, bastado con leer este episodio nacional para saber lo
que le pasó o sucedió al general de los jamases. Y caso de que se
dudara de don Benito, que es muy fiable, no había más que recurrir
a alguna enciclopedia. El ayuntamiento de Reus, o quien sea, se
hubiera ahorrado un gasto inútil. Ahora bien, sabida es la afición
que tenemos en la Hispania, tanto Citerior como Ulterior, a remover
tumbas y montar esperpentos. Hay que seguir la tradición. Lo cual no
está nada mal: ya que la crisis nos priva de ir al teatro,
convirtamos la vida en un puro carnaval. No obstante, y por si la
crisis ya no les da para más, hay investigaciones más importantes y
más baratas e igualmente productivas y trascendentes: saber, como
quería el acompañante de don Quijote a la cueva de Montesinos,
quién fue el primero que se rascó la cabeza, o que tuvo sarna4.
Y en el caso de Reus, averiguar de quién es la traducción del latín
que cita Larra5,
y que parece un chiste de seminario. La fase en cuestión es: Quantum
est in rebus inane.
La traducción que hizo la señora o señorita, y creemos que sin
ánimo de ofender a nadie, fue cuántos
enanos hay en Reus.
Tal vez fuera útil
averiguar si esa traducción, horrorosa, se hizo con malicia o sin
ella. Más que saber el tiempo que tardó en morir el señor de los
tres jamases. Tres días por cierto, una cifra muy bíblica. Que no
se diga, en un caso y otro, que no nos falta el sentido del humor:
comer no comemos en mi casa, pero reír nos reímos mucho. Aunque los
chistes no tengan gracia, lo cual, si se piensa, tiene su mérito.
1Véase
Lucano, Farsalia, en
especial el libro IX, 250-300, y César, Comentarios a la
Guerra Civil.