Quien esperara que este crítico pusiese a parir una cinta tan facilona, tópica y tan en permanente búsqueda de la lágrima fácil como Un paseo para recordar (Adam Shankman, 2002), no puede andar más equivocado. Porque la segunda película del director que un año antes había sido el máximo responsable de la fallida ópera prima Planes de boda (2001) es tan previsible que es capaz de reunir, meticulosamente, todos los recursos mil veces vistos en otros títulos románticos teen -el chico malo del instituto, la típica joven conversadora que es objeto de burla de sus compañeros, etc- , pero, al mismo tiempo, nos regala una de las crónicas de historia de amor más honestas y libres de prejuicios que ha dado la historia del género. Quizá por ello, la manera más sensata de enfrentarse a ella sea, precisamente, exento de prejuicios: Un paseo para recordar no aspira a jugar en la liga de esas épicas historias de amor llamadas Los puentes de Madison (Clint Eastwood, 1995), Two Lovers (James Gray, 2008) o Bon Appétit (Danid Pinillos, 2008). Se conforma con ser algo más que un agradable pasatiempo que bien podría jactarse de saber manipular las emociones del espectador, en el mejor sentido de la palabra. Si bien el comienzo es algo titubeante -el prólogo, además, es innecesario y da una equivocada imagen del film-, la película da un golpe en la mesa a partir del segundo acto, de ese giro narrativo -gran acierto el no desvelarlo antes- por el cual se revela como experta en el dominio de los sentimientos.