Son tan pocas las sorpresas agradables que encontramos dentro del género romántico de los últimos tiempos que, cuando ocurre, no cabe más que celebrarlo. La ópera prima de David Pinillos, Bon Appétit (2010) no es sólo uno de los ejemplos de la imparable internacionalización en la que está embarcado el cine español, sino que estamos ante una de las películas más maduras, reflexivas y estimulantes que ha dado el séptimo arte en años. Presentada bajo el epígrafe "historias de amigos que se besan", Bon Appétit es una historia de amor atípica, y no sólo por estar a años luz del cine más comercial -en la línea de Cosas que nunca te dije (Isabel Coixet, 1996) o 18 comidas (Jorge Coira, 2010)- o por estar abordada con una sutilidad muy por encima de la media del género, sino por su planteamiento argumental. Pinillos nos cuenta la historia de Daniel (Unax Ugalde), un cocinero que, al llegar a Zurich (Suiza) es contratado en un prestigioso restaurante. Allí conocerá a Hanna (Nora Tschirner, la gran revelación del film) y entre ambos surgirá una amistad que, con el tiempo, dará paso a algo más profundo. El problema es que la joven mantiene una relación con el jefe del restaurante, un hombre casado y bastante mayor que ella, sin intención de abandonarlo. Daniel, entonces, seguro de que ha encontrado al amor de su vida, intentará por todos los medios conquistar a Hanna, hasta el punto de arriesgar su propia carrera profesional.