Para Paco Beltrán,
gran amigo y maestro, y admirador de Michel de Montaigne.
No
se resignan [los
espartiatas], en
efecto, a obedecer a los que no tienen autoridad para gobernar, sino
que la obediencia es, sobre todo, un arte del que manda, pues quien
bien dirige da pie a que bien se le siga.
Plutarco,
Licurgo,
Vidas
paralelas.
No
deja de ser un absurdo, en estos abatidos y desalentados tiempos,
traer a colación a Plutarco y a algunos de los reyes, o
legisladores, entre quienes establece un cierto paralelismo en su
amplia obra, Vidas
paralelas.
Absurdo por cuanto en la obra de Plutarco, al menos en algunos
señalados casos, reyes y legisladores, buscan la felicidad de sus
pueblos a través de leyes y constituciones que hagan a los
ciudadanos buenos y virtuosos, palabras que tal vez ya no signifiquen
nada hoy en día, sobre todo el término virtud. Este
siglo en el que vivimos, al menos por lo que a nuestro país
respecta, es tan rastrero, que no ya la práctica sino incluso la
idea de virtud brilla por su ausencia, y parece no ser más que una
jerigonza de colegio1.
Asombra,
por surrealista, la determinación de Licurgo, en Esparta, de hacer
que las monedas sean de hierro; y tan pesadas que es imposible
llevarlas por la calle, y más imposible robarlas. Ocurrencias del
bueno de Licurgo para acabar con la riqueza y los robos.
Evidentemente, son soluciones que no tienen cabida ahora. Aquella, la
espartana, era una sociedad guerrera y austera, virtuosa; y la
nuestra ha sido hasta hace poco la consumo, el derroche y la
despreocupación. ¿Cómo ir con una tonelada de hierro a un casino y
llevarse dos? Máxime cuando se quiere volver al derroche, aunque sea
moderado.
No
menos absurdo es leer, en estos tiempos que corren, a Plutarco,
Platón, Ovidio, Séneca y al resto de los clásicos, a menos que el
lector sea profesor, y tenga que explicar a estos autores en las
aulas, cosa poco probable dado el sistema educativo que nos alumbra.
Hay, sin embargo, un cierto placer, una cierta vanidad si se quiere,
en leer aquello que pocos conocen; y en dejarse llevar por una bella
melancolía hacia tiempos que se juzgan mejores, tal vez porque
aparecen aureolados con las virtudes de las que carecemos hoy en día,
siendo cantados, además, por grandes poetas. Eso por no hablar de la
necesidad de evadirse, a través de los libros, de este tan necio y
desalentado siglo como nos ha tocado vivir. En ciertos momentos no
hay como recurrir a los libros para distraerse de un pensamiento
inoportuno; desvíanme fácilmente hacia ellos, ocultándomelo. Y
además, no se enfadan por ver que sólo los busco a falta de esos
otros placeres más reales, más vivos y naturales; siempre me
reciben con buena cara2.
Sí,
los libros siempre nos reciben con buena cara. Pero hay en muchas de
sus páginas una ponzoña evidente: la tristeza de ver, y casi tocar,
otros mundos en los que, al parecer, brillaba aquella virtud que no
existe en los de ahora, y que se añora. Claro es que, de una forma u
otra, salvo que por nuestras faltas merezcamos ser metaformoseados,
siempre tendremos el final feliz preconizado por Ovidio: por fin,
tras una muerte violenta en la que de nada, ensordecida por el
griterío, le vale su lira, Orfeo vuelve al Hades, al camino ya
recorrido anteriormente, para tropezarse, de nuevo, con la amada
Eurídice3.
Y ahora sí, ahora la unión es para siempre. Orfeo puede mirar hacia
atrás, hacia delante, y hacia donde quiera: ya no hay condiciones ni
castigo. Hay solamente premio: toda la eternidad estará con
Eurídice. ¿Qué más puede desear? Nosotros, lógicamente, también
moriremos, esperemos que no sea violentamente, y estaremos con
nuestros antepasados para siempre jamás. ¡Ay de aquel que, en vida,
odiara a sus mayores! Podrían castigarlo los dioses a estar
eternamente sentado en una silla de oro y frente a ellos, que
gozarían de libertad para levantase y pasear, mirarnos y volvernos a
mirar. Eternamente.
Sería
interesante saber qué castigo hubiera impuesto Ovidio, o impondrán
los dioses, a los pedagogos que mienten a los niños4,
o que les dan una formación, enseñan para la escuela, no para la
vida5,
poco útil y carente de interés. Hay materias que, creemos, pueden
escapar del castigo: explican lo que conocen, y silencian aquello de
lo que no saben nada. Y se estudian para aprobar un examen, desde
luego. Hay otras que, gracias a los cielos, no se pueden dar de forma
aséptica, que necesitan enraizarse en el mundo actual, tal vez
porque algunas de las viejas cosas que plantean todavía palpitan,
laten y siguen vivas pese al tiempo transcurrido. No obstante, con
estas asignaturas hay que andarse con pies de plomo. Así, el otro
día, me comentaba un profesor, el cual va a impartir Educación para
la ciudadanía, o como se llame ahora, que se teme, cuando explique
en clase lo que es la solidaridad, la intervención del hijo de algún
emigrado, poniendo en solfa todo cuanto se dice en el libro, máxime
si encima tiene parientes o conocidos a los que han despojado de la
tarjeta sanitaria. Algunas asignaturas se pueden convertir en cuentos
de hadas o de terror. Y algunas excusas de quienes nos gobiernan,
también.
No
sabemos por qué, porque es un galimatías, estamos sufriendo una
fuerte crisis económica. Y esta crisis de ahora se tiene que
solucionar, parece, perdiendo todos los derechos que, como personas,
habíamos alcanzado a lo largo de los años. De forma unilateral el
gobierno de turno baja los sueldos, sube los impuestos, nos cobra lo
que antes era gratuito, y hasta el estar enfermo lo penaliza. Aun
así, y cada vez más debilitados y desalentados, estamos, como
Atlante, sosteniendo todo un pesado cosmos: autonomías, presidentes,
consejeros, diputados, alcaldes, ayuntamientos, diputaciones,
televisiones regionales y nacionales, gobiernos nacionales y
supranacionales, organizaciones, senados que no valen para nada, y a
políticos que sirven para menos. Pese a todo, estos hacen y deshacen
las leyes a su antojo. Considerad
la forma de esta justicia que nos gobierna: es un verdadero
testimonio de la imbecilidad humana, de tanta como es su
contradicción y su error6.
Tanto es así que hacen leyes para excarcelar a presos enfermos que,
cuando se aplican, les revuelve el estómago. Suelen
estar hechas [las
leyes] por
necios, más a menudo por gentes que, por odio a la ecuanimidad,
carecen de equidad, en todo caso, siempre por hombres, autores vanos
e irresolutos.7
Haciendo una pequeña
comparación, esto de la crisis se parece un poco a una casa en la
cual la madre, asustada, se ha percatado de que el primogénito, un
manirroto, gasta más que lo que ingresan todos los hermanos,
incluido el padre. El manirroto ha hecho, con sus fiestas y orgías,
que la familia se endeude e hipoteque casa, utensilios y esqueletos,
propios y ajenos. La madre, histérica, ha impuesto un régimen de
austeridad tal que hasta las gallinas del corral tienen los granos de
maíz contados. La buena madre, sin embargo, con préstamos que ha
conseguido, está haciendo una finca de dos pisos para cuando los
hijos se casen. Entonces tendrán casa propia, y serán muy felices,
aunque, tal vez, las deudas no estén pagadas del todo.
Hay
que ahorrar, y, por lo tanto, se recorta todo. Algunos dicen, tal vez
con no muy buenas intenciones, que la madre no tiene mucha visión de
futuro, pues en vez de invertir en la educación de sus hijos, para
que estos, de mayores, tengan las máximas oportunidades a fin de
hacerse con un buen trabajo, invierte en pisos, con la mira puesta en
un improbable futuro. En vano se le advierte a esta señora madre que
no está aprovechando la experiencia de otras: hoy todo se sacrifica
a un futuro improbable, y que nadie vislumbra. Lo malo es que sin
esperanza ni deseo no vamos a ningún lado8.
Ahora
bien, ¿qué esperanza se puede tener cuando día tras día se ve
cometer los mismos errores? No hace mucho en una de las tantas
cadenas de televisión que tenemos dedicaron un programa a todos los
parques de ocio que se hicieron en el país, y que han sido un
fracaso. Tal vez hubiera sido mejor invertir ese dinero en educación,
en hacer institutos y universidades a fin de tener una juventud bien
preparada. No sólo no se ha hecho eso sino que, ahora, como si nada
hubiera sucedido, se van a invertir millonadas de euros en levantar
casinos y casas de juego, con participación de los bancos españoles
al parecer. Se da la paradoja de que muchos de esos bancos han sido
rescatados con dinero público que se ha sacado recortando
prestaciones a la sanidad y a la educación. Y se van a invertir en
salas de juegos. ¿Con qué finalidad? ¿Para qué? Lo imaginamos.
Gran
facedora de milagros es la mente humana9.
Como
quiera que estos complejos de ocio se van a levantar en Madrid,
Cataluña, la elegida en un principio, al ser relegada por ese primer
proyecto, también va a erigir en sus tierras algo similar o
parecido. Se supone que se van a realizar grandes inversiones; que se
crearán, como dicen los políticos cuando quieren justificar sus
bajas intenciones, muchos puestos de trabajo, directos e indirectos.
Y que la gente, lógicamente, acudirá a dichos lugares deseando
divertirse, y, tal vez, hacerse rica con las cartas o la ruleta. Los
deseos son o bien naturales y necesarios, como el beber y el comer; o
bien naturales e innecesarios, como el ayuntamiento con las hembras;
o bien no son ni naturales ni necesarios. De esta última especie son
casi todos los de los hombres. Son todos superfluos y artificiales.10
No
obstante, con la construcción de estos edificios del ocio se van a
crear muchos puestos de trabajo. De estos lugares nunca ha salido
nada bueno. Insistimos: más hubiera valido levantar institutos y
universidades, persuadidos
como estamos de que la inteligencia es la que ha de hacer en el mundo
las revoluciones, la instalación de una cátedra es, a nuestros
ojos, un hecho más importante que un triunfo militar, así como es
mucho más lisonjero y ventajoso para la humanidad convencer a un
hombre que matarlo.11
También
levantar estos otros edificios hubiera creado puestos de trabajo,
directos e indirectos. Y, tal vez en ellos, lográramos una juventud
más preparada, con capacidad crítica, y justa y virtuosa. El
problema está en que tamaños edificios quizás no le interese a
nadie, y menos que a nadie a los políticos: esa juventud bien
preparada se podría volver en contra de dichos políticos, algunos
no sabemos porqué han llegado donde han llegado, por una parte; y,
por otra, es más fácil “formar” a un crupier que a un maestro.
Ahora, como quiera que esos patios de ocio y diversión tendrá que
disfrutarlos alguien, cabe preguntar si lo haremos nosotros, con los
sueldos por los suelos; y si en las escuelas, sin música, teatro,
danza, ni contenidos, habrá que enseñar a los alumnos a jugar a las
cartas, a los dados y a la ruleta, así los preparemos para la vida.
Puede ser, por otra parte, una alternativa al botellón que, como es
sabido, no genera puestos de trabajo. Dicha solución también podría
suponer un gran ahorro: un sólo crupier sería capaz de formar a
muchos; en las clases se montarían timbas a las que se invitarían a
los padres; y en los meses de julio y agosto se harían cursos
intensivos y alguna que otra partida fuerte. Si tenemos un poco de
suerte, y recomendamos la novela de Dostoievsky, El
jugador, se
pueden viciar al juego y pasarse sin comer. Más ahorro. Al resto hay
que acostumbrarlos a
cenar con el vaho de un eructo ¿no sería acaso un gran ahorro?12
Si
la escuela no quiere participar de eso no lo queda más que hacer lo
que siempre ha hecho, enseñar olvidándose de quienes no saben
mandar y no hacen si no publicar leyes y cortapisas, y elevar
monumentos al ocio, al despilfarro y a la nulidad. Lo de las leyes
justas y los políticos virtuosos, más una juventud sana y bien
preparada, la escuela es ya un lápiz herido y roto, dejémoslo para
los clásicos, para aquellos que tenían claro que con
los gallos hacénse muchos capones, mas con un capón jamás se hace
un gallo13.
No lo olvidemos.