Hemos podido apreciar en nuestros trabajos por
América Latina la importancia creciente de las negociaciones, como forma
civilizada de convivencia. La integración de los pueblos se sustenta en
acuerdos de mutuo beneficio. He tenido la suerte, a través de
diferentes misiones por toda la región, de ir fortaleciendo vivencialmente las
premisas de la cooperación, intercambiando experiencias con otros
latinoamericanos que exploran y difunden esta nueva disciplina.
En el libro de Mario Jinete, de Cali, Colombia,
"Cómo Negociar con Éxito", leemos un párrafo que brillantemente
resume el alcance de la acción negociadora:
"Como existe una interrelación entre todos los
seres humanos, la negociación se impone como una interdependencia que nace en
el seno del propio hogar, se extiende al mundo de los negocios, se aplica
entre gobernantes y gobernados y aun entre países. Querámoslo o no , vivimos
en permanente proceso de negociación."
¿Es posible la cooperación en función de ser más
competitivos en el mundo abierto de hoy?
Si quien contestase esta pregunta fuese un violento,
diría que no. Es que la violencia es el uso directo u oculto de la fuerza como
medio para resolver el conflicto. En el fondo la violencia delata una
debilidad, la incapacidad de hacer pesar los propios argumentos en un debate
racional.
Por lo mismo, nuestra respuesta es sí, y le
agregamos que cooperarse para competir con mayor capacidad constituye hoy una
necesidad para el progreso de los pueblos.
En este contexto, la verdad es un valor que debe
privilegiarse para lograr legitimidad en la vida diaria, y es algo básico
para mirar el mañana con esperanza, con optimismo.
NEGOCIAR ES PARTICIPAR
Todos portamos nuestros lastres, nos
relacionamos condicionados por nuestros prejuicios, por nuestra conceptualización
del mundo. Sobre todo las generaciones que fueron remecidas por la utilización
de la fuerza, por el miedo impuesto como palanca de dominación, por los
exacerbados ideologismos, por la confrontación posicional de ópticas
diferentes, de intereses que se impusieron a raja tabla, en fin, por situaciones
rupturistas que troncharon la vida cívica de los pueblos de América toda.
La franquía que necesitan las relaciones entre
personas y organizaciones, pasa por hacer explícitos los intereses que
pretenden alcanzar las partes y comprender sus límites.
Actuar sin prepotencias, buscando como valor la reciprocidad,
buscando con creatividad opciones que concilien y complementen tales
intereses, conduce a una estabilidad en sus relaciones .
Ejercitar la tolerancia no significa resignar los
legítimos intereses, sino impulsarlos con la comprensión cabal de que habrá
que anticipar conflictos, imaginando cómo resolverlos con la mayor equidad.
Aprender a compartir lleva a la construcción de relaciones
equilibradas, de una creciente colaboración.
En este contexto, el rol principal del Estado
Moderno debe ser precisamente la desconcentración del poder para que el
ciudadano pueda ejercer su protagonismo en espacios más explícitos de
concurrencia, como lo son las comunas, barrios y organizaciones no gubernamentales
de ámbito local. En la expectativa de esta modernización, el Estado debe ir
regulando marcos gruesos o globales para que se procure un mayor equilibrio,
transparencia y claridad en las actividades de los privados.
La planificación participativa, que corresponde a
este estilo de relacionamiento, se basa precisamente en un sistema pluralista
de negociaciones que integre intereses en proyectos consensuados. El liderazgo
que debe ejercer un agente del planeamiento comunal o regional, deberá buscar
precisamente este tipo de acciones en la comunidad.
En definitiva, para mejor participar en la vida
ciudadana, los grupos de interés deben cambiar los estilos de presión y
fuerza, por aquellos que , sustentados en el pluralismo y la tolerancia, se
encaminan por el camino inteligente de la negociación.
EDUCACION PARA LA TOLERANCIA
El acuerdo y la negociación son la única posibilidad
de vivir en paz y armonía. Practicar el acuerdo es la única forma de ser
verdaderamente hombres libres y de buenas costumbres.
Debemos aprender a defender con valores nuestros
intereses. Entender que la fuerza de la razón abre caminos a la paz. Que la
interrelación de los seres humanos no puede excluir a nadie, pero que los
espacios de armonía se ganan una vez que se toma debida cuenta de los límites y
responsabilidades que implica ejercer un derecho.
Saber con quienes se conflictúa y porqué, para
proyectarse en función de negociar una salida armónica al problema.
En las sociedades latinoamericanas contemporáneas,
la desventaja estructural de los sectores más débiles, ha puesto en el tapete
un valor: la equidad.
Aspirar a relaciones más equitativas en la sociedad
es mucho más que un compromiso de la alta política. Debe motivar una acción
cultural profunda, que rescate los principios de la cooperación, esa básica
acción gregaria para mejorar las capacidades de participar en ámbitos
competitivos.
La igualdad de oportunidades, constante utopía
social, debe ser acercada a la vida real en función de medidas que vayan
mejorando las fortalezas de las grandes mayorías, entregándoles opciones de
crecimiento, de construcción asociativa de una mayor capacidad negociadora.
Educar para fortalecer la familia chilena. Educar
para una relación activa en la sociedad, educar para la cooperación, conduce a
una forma diferente de actuación en todo orden de cosas.
Negociar significa establecer comunicaciones,
negociar significa construir con dinamismo relaciones equitativas, negociar
significa aprender a resolver los conflictos de intereses, antes que ellos
detonen con grave daño para todos los involucrados.
Deponer el autoritarismo en el corazón de los
hombres, pasa por activar también su creatividad. Sacarse de encima cánones
normativistas, dejar de plantear como estilo de interrelación la consecución
de marcos constitucionales, legales o reglamentarios para perpetuar los
status quo, significa entender con dinamismo la evolución de las sociedades
modernas.
La solución imaginativa de los problemas, con una
acción integrativa que vincule e involucre a todos los interesados, aportará
equilibrios casi naturales al problema.
En este sentido, la participación social se levanta
como una columna vertebral para soportar una organización social más sana.
Que la política no pretenda adjudicarse el monopolio de lo público, queda
como premisa si se desea realmente la participación responsable.
Participación que debe recoger como elemento sustancial,
la conjugación de deberes y derechos.
Cualquier postura facilista que se centre sólo en
reclamar derechos o intereses, deja rengueando la idea de responsabilidad
ciudadana. El correlato de ambos aspectos nos puede nutrir eficazmente para
cimentar una sociedad moderna, equitativa, segura de sí misma.