REVALORIZANDO LO PROPIO
REVALORIZANDO LO PROPIO
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Si la América a la cual pertenecemos, está en pleno proceso de estabilización política y económica. Si a nivel planetario la tendencia mundial a los regionalismos va acompañada de tendencias de neo-proteccionismo que dificultan las posibilidades de crecimiento hacia afuera de nuestras economías; y si a eso se adiciona la reaparición de grupos neonazis, cuyos mensajes de xenofobia penetran las ciudades europeas, la civilidad de nuestra región debe asumir el desafío impostergable de apurar el paso en la cooperación y la integración. La evidencia actual de esta nueva dinámica de los procesos de cooperación regional, se aprecia en dos niveles interconectados: el plano intergubernamental, en donde la diplomacia directa apunta a la concertación política de la región; y el ámbito privado, con acciones constantes de empresarios, académicos, profesionales, organizaciones no gubernamentales, que han ido tejiendo una red de intereses permanentes que hoy deja al proceso global de colaboración regional, en una inmejorable posición. Hoy la cooperación es mucho más que un eslogan recurrente para la revisión de las relaciones exteriores. Es la necesidad íntima, familiar, de defender nuestra esencia, para que la apertura de las economías no signifique resignarnos a perder elementos históricos que nos han dado una identidad, una personalidad frente al mundo. El mundo de los noventa nos llena de información. Nos satura de noticias. Nos exige repensar todos los estilos tradicionales de vida. Es a veces incómodo vivir en esta aldea mundial. El desamparo del hombre de hoy se traduce en el cambio mundial de los roles del Estado, con un ajuste estructural que ha ido más adelante que la mentalidad de la comunidad nacional, que, salvo excepciones, va internalizando lentamente los nuevos estilos de interacción económica y social. Queda en las personas un sentimiento de soledad, un descreimiento en ese Estado que se repliega y se declara subsidiario. Se intuye la necesidad de participar en términos competitivos, se teme el peso político de grupos de interés, cuyas áreas de influencia trascienden los marcos nacionales. Como una reacción casi lógica el hombre se refugia gregariamente en las organizaciones no gubernamentales, convirtiéndose éstas en trincheras elitarias para actuar en la conquista de algún grado de influencia. Hay temor por las distorsiones que puede tener el poder financiero en la vida social. Se desconfía de la relación de lobbying y se aspira a una transparencia que permita dilucidar la legítima acción de defensa de intereses sectoriales o gremiales de lo que es corrupción. Débiles fronteras que cuesta distinguir. En la reorganización o modernización de nuestros países, aparece la necesidad de compartir espacios, pero también la enquistada tendencia de ganarlos por la fuerza. Federalismo o feudalismo es la dicotomía que nos plantea Edgard Morin, en su prospectiva de la civilización planetaria de fines de siglo. A nivel de las calles empedradas que soportan estoicas sus siglos marineros, el humor ayuda a no deprimirse ante tanto cambio. Una de las expresiones críticas más saludables que el anónimo ser humano ejercita desde su clandestino sitial en las megalópolis, es la observación ácida, el diagnóstico risueño que se mofa de todo. La risa, como nuestros bailes festivos, es liberante y un antídoto frente a tanta incongruencia. Es una ligazón satisfactoria para individuos solitarios que rehuyen pero al mismo tiempo integran la multitud desbocada; queriendo de alguna forma levantar su protagonismo, defendiendo el aire y la flor, mofándose de la última masacre de los pacifistas armados hasta los dientes que nos ha traido el satélite. Riendo de todo, rasgando con la mirada aguda del libretista, del caricaturista o del cómico los protocolos almidonados, este ejercicio lúdico oxigena las urbes con sus ventoleras irreverentes. Así también, el anónimo telespectador celebra desde el living los logros de la Paz en medio de tanta belicosidad. Pero más allá de la actuación soberana como televidente, aparece reiterativa la soledad, barnizando las ciudades con recelos y miedos. Y allí, al medio, nadando hasta el próximo escaño, intentando un surf por las olas de la modernidad, el hombre de hoy, minúsculo, atiborrado de información, sin saber que en esa avalancha de información corre el riesgo de perder cada vez más su capacidad de asombro y su débil identidad nacional. O también el riesgo de irse cerrando en sí mismo, con la pérdida de interés por todo lo que esté más allá de su microentorno. En las urbes, los personal stereos clausuran toda posiblidad de acercamiento básico a los demás. Y la conexión no tiene filtros mínimos para aquello que alguna efe - eme despliega como programación envasada. Este es el escenario de disgregación en que se sitúa el alerta rojo. Si se quiere fomentar una actitud de respeto mutuo, que elimine actitudes belicistas de cada íntimo pequeño dictador, es preciso generar los puentes elementales para salir de nuestras caparazones y decidirnos a conjugar el nosotros. El televidente que ríe, que selecciona lo que quiere escuchar, al ejercer su sagrada libertad parece estar olvidando o desinteresándose por lo público, por los demás. Así es la dura tarea cotidiana de la convivencia. Deambulando nuestro minúsculo hemisferio, resguardando el metro cuadrado escaso, fortaleciendo maceteros de poder que jamás llegarán a ser parcelas, nos encaramamos hoy a la pregunta desgarradora que se avienta en esta etapa de apertura , en donde América Latina tiene una mitad oculta deambulando por el mundo entero, como sudacas o espaldas mojadas: ¿Cómo participar en este mundo de hoy sin que nos debilitemos más en el empeño? ¿Cómo formar en nuestras jóvenes generaciones una mentalidad abierta, interesada en interactuar siendo mejores? Desde este nominado Continente de la Esperanza, desde este Chile partido y diseminado por el planeta, asomemos la nariz inocente al discursivo proceso cotidiano, a esos esfuerzos que buscan construir su inserción internacional. Asumiendo los riesgos, que hemos reseñado como hitos de sirénico espectro, descubramos con energía las enormes oportunidades que nos ofrece cada día el diálogo, la cooperación, las negociaciones. Podemos construir una pertenencia creativa y polifacética a un mundo flexible, quizá agreste, pero lleno de otras personas, con paralelas incertidumbres, que tienen una visión compartida, y a quienes debemos descubrir. O seguir famélicos hasta un penúltimo naufragio. Depende de nosotros. Las energías están dentro de cada uno de nosotros. El asunto es focalizarlas en forma integrativa, elevando el conocimiento y respeto por lo propio, por nuestra historia, nuestros ancestros, nuestra idiosincracia. Intentemos la aventura del redescubrimiento, la catársis ineludible que nos permita fulgurar como eslabones del fin de siglo, ligando con inusitado esfuerzo nuestro incongruente trocito de historia con la cosmogonía que cada cual esculpió en sus silencios, o aprendió en décadas pasadas entre aquellas estanterías, hoy abarrotadas de tomos fantasmales. Tratemos de empezar de nuevo, avanzando por los umbrales del siglo, más livianos, desprovistos de lastres, para rememorar lo propio con los poros abiertos, pero hurgando las aristas de la memoria para eliminar los absolutismos, para asignarle a cada episodio su prisma de verdad inconclusa. Hagamos el empeño honesto de elevar un puente para la empatía indispensable que nos permitirá conocernos y entender nuestras respectivas ansiedades e intereses.