Librar a nuestra sociedad de los peligrosos virus
que la acechan significa concentrar el esfuerzo en esa manida "célula de
la sociedad", entendiéndola vivencialmente, sin sofismas, sin retóricas
ni prédicas. Sin escatimar realismo para alertar a sus miembros de las amenazas
que debe enfrentar.
La familia en todo tiempo y espacio constituye una
generalización recurrente que la intelectualidad o las élites políticas
parecieran saltarse. No se puede obviar este microespacio fundamental, en
donde se juegan las expectativas de calidad de vida de toda la sociedad.
Cuando se diagnostica problemas sociales, tales como
violencia, alcoholismo, drogadicción, homosexualidad, consumismo, rupturas
matrimoniales, deserción escolar, abusos deshonestos a infantes; todo al fin,
se va enraizando en los problemas profundos de desamor, que cruzan a la pareja
y la sociedad.
Todo se inicia y confluye en nuestro espacio, aquí
y ahora. Con lo cual, ejercer la autocrítica es una necesidad de saneamiento
mental y espiritual imprescindible, cualquiera sea la connotación
ideológica o religiosa que cada quien otorgue a esta acción.
Por ello, para pensar el bosque, detengamos un poco
la visión en el amigo árbol, que sufre las erosiones en carne propia. Después,
asomarnos al macroespacio resultará aterrizado, consustanciado con lo que realmente
estamos siendo aquí abajo, en el día a día.
El proceso natural de enseñanza-aprendizaje se basa
en experiencias vivenciales que el niño va registrando inconscientemente
desde su primera infancia.
Por ello, su hábitat debe ser formativo en muda
consistencia: libertad con responsabilidad, solidaridad con gestos de
generosidad, decencia con honestidad, verdad sin dobles estándares, sensibilidad
social y vocación de servicio público más allá de campañas ocasionales.
Si se busca mejorar al hombre, rescatando aquí y
ahora sus virtudes, tenemos que afrontar conjuntamente la dura tarea de
exorcizar nuestros propios fantasmas, dándonos ese tiempo y distancia
saludables para los dolores que arden allá dentro, tras las epidermis de la
vida diaria y sus vidrieras coloridas.
Estamos señalando elementos de sentido común, que
por parecer obvios no resultaría necesario revisar desde un enfoque teórico.
Pero, por constituir precisamente aspectos de cotidiana omisión, resulta
importante incluirlos a este análisis prospectivo que buscamos motivar. Cada
cual podrá hacer su revisión personal para determinar en qué medida está siendo
coherente con aquello en lo que cree.
Pensando en términos integrales, yendo y viniendo de
la política al hombre y viceversa, alguien podría preguntar ¿Qué implicancias
tiene para un civismo responsable el postular este compromiso personal con
los principios que consagra la Declaración Universal de los Derechos
del Hombre?
Es tal vez un lugar común, pero latente en todos los
diagnósticos, el centrar recurrentemente el problema de los derechos humanos
en el ámbito educacional. Tratemos de cruzar un poco más allá, para entrar al
ámbito delineado, del propio hogar. Porque educar para la vida en armonía
significa entender la interdependencia de planos, para asumir, en definitiva,
que los desafíos planetarios pasan y concurren a este espacio de los seres de
carne y hueso.
DERECHOS Y OBLIGACIONES
¿Cómo escudriñar lo insondable del alma colectiva,
sin empantanarnos en sofismas, prejuicios, resentimientos, angustias, esperas
y promesas?
¿Cómo sustentar en el estiércol de tanta ignominia
aquellos rieles devastados que fueron arrastrados en la abrupta caida de los
símbolos?
Por el planeta rechinan los dientes apretados de
los desprotegidos seres humanos, convocados en torno a las estanterías que
recién se iluminan. Son los nuevos nómadas, sin utopías, aplanados en sus
preciados sueños.
¿Cómo postular una reinserción en un mundo que
avasalla con la velocidad del cambio?
¿Cómo recomponer los morrales para rescatar algo de
mística en medio de tanto utilitarismo?
En la vorágine de esta pregonada aldea mundial,
donde la caída de los colectivismos dejó un peligroso vacío de poder, con el
reflotamiento de exacerbados fundamentalismos y nacionalismos, que han
inaugurado nuevos holocaustos, la Democracia quedó como una débil carabela,
sometida a los tormentosos designios del fin de siglo.
En la América Temprana, luego de un largo
período de decrecimiento y regímenes de facto - que reflejaron casi por tres
décadas las concepciones hemisféricas del período de guerra fría- la civilidad
ha levantado hacia el término de los ochenta, como esperanzador común
denominador, la Democracia.