Según
los diversos prólogos y estudios de sus obras, don Juan de Zabaleta
nació en Madrid en 16101.
Parece ser que murió en la misma capital unos sesenta años después
tras padecer una enfermedad que lo dejó ciego. Escribió obras de
teatro colaborando con varios autores de su época, Calderón de la
Barca entre otros.
Don
Juan de Zabaleta, sin embargo, es conocido por sus obras en prosa,
Errores celebrados de la
Antigüedad, (1653), Día
de fiesta por la mañana, (1654),
Día de fiesta por la
tarde, (1660), a las que
cabría añadir unas cuantas obras más. Pero son las citadas aquí
las que todavía se editan, y las que todavía se pueden encontrar
con una cierta facilidad.
Al
parecer era proverbial la fealdad de nuestro autor, cosa que
provocará, como sucediera con Juan Ruiz de Alarcón, las pesadas
bromas de sus contemporáneos. De esa fealdad se ha deducido, quizás
con excesiva frialdad, su carácter introvertido y su misoginia, no
más áspera que la de otros autores de su época. La misoginia de
Zabaleta, sin embargo, a veces, no está exenta de un cierto
humorismo, creemos. Baste con leer el Error VIII donde se “celebra”
a las mujeres poetas:
“También
apostaré que, si estando escribiendo ve que se le cae un hijo en la
lumbre, por no levantar la pluma del papel, le socorre tarde o no le
socorre. ¡Fuego de Dios en ella!”2
Es
indudable la ironía de la cita. Tampoco conviene olvidar, a la hora
de hablar de su supuesta misoginia, que no le quita a la mujer la
razón por el hecho de serlo. Ataca, por el contrario, la sinrazón y
la barbaridad de los hombres en contra de las mujeres. En el Error V,
con gran finura además, analiza lo que supuso el que Egnacio Metelo
matara a su mujer porque la vio bebiendo vino. Había una ley en Roma
que prohibía a las mujeres beber vino. Por eso mismo, al parecer,
los jueces de aquella República no castigaron a Metelo, antes lo
dejaron como ejemplo a seguir, cuando éste se erigió en juez y
parte. Zabaleta no está de acuerdo con ello, ni con tan absurda ley:
“Si
una regla está torcida, lo que por ella se hace no sale derecho. Si
una ley es mala, lo que por ella se obra es errado. Mucho más
dificultoso es adornar la patria de buenas leyes que dilatar sus
términos con las armas, porque lo primero lo hace la razón y lo
segundo la osadía. [...].
El
hombre sin entendimiento no es hombre, la ley sin razón no es ley.
[...].
La ley
no sólo ha de ser posible sino fácil, porque lo imposible no se
puede hacer y lo dificultoso se hace con grande penalidad.”3
No
solamente defiende a la mujer ante la ley injusta, sino que también
lo hace ante el maltrato de su marido, que, encima, se atribuye el
papel de juez y ejecutor:
“Dura
y tremenda cosa es que el marido, por quien dejó una mujer a sus
padres, que fueron en lo natural los autores de su vida, se la quite
a ella. Fiera cosa es que el hombre, a quien una mujer se ha acogido
y escogió por amparo y defensa, no sólo no la defienda sino que la
dé la muerte. Es la mujer rama del árbol que forman marido y mujer
para dar al mundo el fruto de los hijos. Mucho debe amar el árbol a
la rama que le ayuda a llevar el dulce fruto.”4
Pero
don Juan de Zabaleta no sólo se contenta con atacar a la ley
injusta, a quien se erige en juez y ejecutor, y a los que callan ante
semejante crimen como fue el de Egnacio Metelo, sino que va un poco
más allá. Y eso, y otras muchas cosas, es lo que le da toda la
profundidad, y modernidad, si se quiere, a su pensamiento.
“Que
este hombre [Egnecio
Metelo] cometió delito no
tiene duda porque obró como juez, no siéndolo y cuando lo fuera,
excedió, porque aquel delito no era digno de muerte.
Si
el arrebatamiento pareció generoso, ¿cómo sabían los jueces que
fue a favor de la ley el arrebatamiento? ¿Tan pocas enemistades hay
entre los maridos y las mujeres que no se podía presumir que
aquellas heridas las dio la enemistad y no el amor de la justicia? Si
este hombre tuviera amor a su mujer, aunque la viera delinquir y
tuviera facultad para quitarle la vida, no se la quitara. El amante
no ve los defectos del sujeto. Todo en él parece donaire, todo le
parece gracia. El amor a sofisterías hace las imperfecciones
hermosas.[...]
Las
más cosas desta vida no son lo que parecen. No pudo dejar de ser
ignorancia dar por bueno aquel hecho, por sola la apariencia.”5
Es
posible que don Juan de Zabaleta fuese feo, mal encarado y misógino.
No parece muy misógino en los fragmentos citados, y sí, por el
contrario, muy inteligente. Máxime cuando no hay que olvidar que
todavía seguimos viviendo en una época, superado el problema que
supuso el Descubrimiento de América, en el que se respeta la famosa
auctoritas.
Y
había dos autoridades incuestionables: la Biblia y los clásicos.
Aunque ya el mismo Cervantes reconoce que tantas tonterías se pueden
decir en latín como en castellano. Y que muy a menudo se citan un
montón de autoridades para encubrir la propia vaciedad6.
Juan
de Zabaleta es un moralista. Cristiano a carta cabal. Hay cosas,
pues, que no va a cuestionar. Lo deja claro en su Error I
“Los
reyes son virreyes de Dios. Si es grande la dignidad de Dios, grande
es la del rey, que le está representando. Que es grande la de Dios
no tiene duda; que es grande la del rey, que es su lugarteniente, es
cierto. Dios jamás ha querido ser tratado sin reverencia; el rey
jamás ha de querer estar sin reverencia tratado.”7
Pero
una cosa es la auctoritas
de la Biblia, que no
cuestionará, y otra muy distinta la que dimana de los clásicos
greco-romanos, que, además, no eran cristianos. Y ahí tendrá campo
abonado donde meter el arado de la crítica. Zabaleta lo va a
cuestionar casi todo, como lo deja claro en las primeras líneas del
Prólogo:
“Las
peores mentiras son las que más parecen verdades: no sólo se hacen
creer sino venerar y todos imitan de buena gana lo que interiormente
veneran.”8
Zabaleta
va a criticar, pues, muchos de esos dichos o hechos que han llegado a
nosotros, y que han sido considerados como paradigmas por provenir de
los clásicos. A veces, cuando se deja llevar por el sentido común,
por su clara inteligencia, acierta; otras, por el contrario, impelido
por una cierta moral o visión religiosa, como sucede en el Error VI,
desbarra. Pues si bien se debe acatamiento a los padres, cosa que
defiende en este Error, también es cierto que éstos, a veces,
pueden ser tan injustos como lo fue Egnacio Metelo con su mujer.
Igualmente
a veces parece tomar en serio lo que no debió de ser sino una broma,
aunque sea humor negro, entre hombres. Pero el rostro adusto del
moralista, que tiene días, no está para bromas. Cuenta en el Error
XV que un siciliano entró en casa de un amigo lleno de pesar.
Preguntado por el amigo, el siciliano contó que su mujer se acababa
de ahorcar en una higuera. El siciliano le respondió:
“Amigo,
por Dios te ruego que me des de ese árbol con que plantar otro en mi
huerta.”9
Por
si no quedaba clara la intención del amigo del siciliano, a
continuación toma la palabra Juan de Zabaleta:
“Quísole
dar a entender que era una grande dicha que las mujeres propias se
ahorcasen. Ríelo y celébralo Cicerón.”10
Y
Zabaleta lanza una proclama que no tiene nada de misógina:
“Al
mejor esclavo del mundo es menester sufrirle mil imperfecciones, ¿qué
mucho será sufrirle algunas a la mujer propia siendo de mucho más
provecho que esclavo? Las que se habían de quejar eran ellas, pues
tienen mucho peor suerte que el esclavo más infeliz, porque el
esclavo puede mudar de dueño y la mujer no puede mudar de marido.”11
Van
a ser muchas, treinta y siete en total, las anécdotas antiguas que
cuestione don Juan de Zabaleta. Treinta y siete errores celebrados.
“Grande
torpeza es de los mortales creer que los que acertaron en mucho
acertaron en todo.”12
Tiene
toda la razón del mundo. Pero no por eso dejó de preocupar a
quienes todavía estaban interesados por la famosa auctoritas,
aunque ésta no fuera la
Biblia. Y fue un fraile franciscano, José de la Torre, quien inició
una polémica con él escribiendo Aciertos
celebrados de la antigüedad, editado
en el año de 1654.
Don
Juan de Zabaleta no sólo se remonta al pasado clásico, sino que
éste le sirve de excusa, como a algunos dramaturgos de su época la
Edad Media, para criticar la situación actual. Cuanto dice de los
políticos en el Error XXIII es de plena actualidad:
“No
yerran con poco trabajo los políticos: tienen una cosa en el pecho y
otra en la lengua. Halagan lo que aborrecen y aplauden lo que
reprueban. Tienen dulcísima la boca y el corazón lleno de acíbar.
Por de dentro son fiscales, por de fuera son compañeros. Son grandes
maestros de enseñar lo que ven que los otros gustan de aprender y
rudísimos para aprender a enseñar lo que es razón que aprendan los
otros.”13
Parece
como si Zabaleta, en el siglo XVII, ya estuviera vislumbrando el que
iba a ser uno de los grandes problemas de la democracia: el halagar a
quien sea si eso supone no perder votos. Lo cual lleva, a menudo, a
sustentar situaciones injustas por miedo a caer en la impopularidad:
“El
que no tiene ánimo para desagradar a uno, no hará justicia a
otro.”14
Son
el total XXXVII los errores que critica don Juan de Zabaleta. En los
cuales va metiendo opiniones personales, que no tienen desperdicio.
Posiblemente Zabaleta fuera misógino y feo, pero, desde luego, era
un hombre inteligente y serio:
“Vivir
en el mundo y cansarse de que no dé los gustos y los honores
macizos, seguros y eternos es no conocer los hombres el mundo en que
viven.
[...]. Vanidades
son todos los bienes de esta vida, pero se pasa la vida muy mal sin
esas vanidades. Sueños son todas las honras y comodidades de la
tierra, pero quien no tiene estos sueños vive con muchas
pesadillas.”15
No
cabe más comprensión hacia el género humano y sus debilidades. Ni
tampoco más exigencias en algunas de sus frases, como la del error
XXIII, en el cual habla de Platón, y de la negativa de éste a ir en
contra de la opinión de sus contemporáneos:
“El
hombre donde quiera que esté, es mejor que todos los animales. El
maestro, donde quiera que esté, ha de ser el mejor de los que con él
están.”16
Tampoco
le falta razón, y con esto cerramos este ya largo artículo, en
cuanto dice de la enseñanza y del aprendizaje:
“El
camino que hay más derecho para saber es enseñar; más aprende el
que enseña en un día que en ciento el que aprende y no enseña. El
que estudia hoy lo que ha de enseñar mañana tiene el mayor maestro;
éste es el mayor cuidado.”17
Es el libro de don Juan
de Zabaleta, pues, un libro de actualidad, un clásico al que, como
siempre, se le pueden sacar muchas y provechosas enseñanzas, que,
tal vez, nos ayuden a comprendernos y a ser mejores. No hay que
perder la esperanza.
1
Véase, entre otros, El día de fiesta por la mañana y por la
tarde, edición de Cristóbal Cuevas, Editorial Castalia,
Madrid, 1983, p.9. y Errores celebrados, edición de David
Hershberg, Espasa-Calpe, Madrid, 1972, p. vii.
2
Juan de Zabaleta, Errores celebrados, edición citada, p. 44