Por un mar de confianzas. Sobre la (des)confianza de los chilenos

 

. Sé que de eso se ha hablado mucho. Quizá demasiado. La verdad, hay mucho de recelo innato en nuestra cultura. El carácter isleño, lo aislado de algunas ciudades, el clima. En fin, factores que combinados llevan a que miremos la realidad con distancia, de reojo, medio saltones. Según un último estudio del PNUD, en 1995 un 30% confiaba en las instituciones, hoy solo lo hace un 20%.Pocas instituciones se encuentran pasan la línea de flotación. Resalta carabineros de Chile, que siempre ha mostrado altos índices de confiabilidad y ahora no es la excepción, a pesar de que se ha visto impelida a ejercer un papel que de suyo es ingrato. Como sea, la opinión pública sigue premiando a las fuerzas de orden con un gran y merecido apoyo.Pero el punto es la desconfianza al otro, enquistada en el alma de los chilenos. No nos creemos y no le creemos a nadie. Miramos de medio lado, cabizbajos, recelosos. En el plano económico, desde el escando de La Polar, todos piensan que pueden ser producto de un nuevo engaño ¡Ni los cajeros automáticos – con su despliegue de claves, estructura sólida y granítica -, se salvan! Comprensible, por lo demás.No es lo propio del ser humano una actitud recelosa ante la vida. Al final, ella nos pasa la cuenta. Así como miramos la realidad, nos terminan mirando a nosotros. “La confianza en la bondad ajena es testimonio de la grandeza de la propia bondad”, dice Michel de Montaigne. La pura verdad. Quien confía a priori en el otro; quien apuesta por la bondad del otro, construye su vida sobre sólidos cimientos y manifiesta la grandeza de alma. La confianza en el otro, lleva a aumentar la propia y se revierte positivamente en uno mismo. Más confían en uno.Pero las razones de la opinión pública para el recelo han sido justificadas. Quienes detentan autoridad - cual más, cual menos – hemos roto esa confianza. Pero hemos sabido sacar lecciones de los errores. Nuestro tiempo exige mayor agudeza, versatilidad, flexibilidad para estar atentos a las señales que el resto nos envía; saber asumir las críticas y aprender de la verdad del otro. Nadie la posee totalmente. Siempre se puede aprender de quien se encuentra en la vereda del frente. La lectura constante de nuestro entorno – en la familia, en el barrio, en la oficina, en la política – debe ser un arte que no podemos dejar de ejercitar.Partamos en lo cotidiano. Sanar heridas de recelos domésticos. Nadie dice que nademos en un mar de confianzas, pero sí al menos en un pequeño charco. Por ahí se comienza.Hugo Tagletwitter: @hugotagle

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