Existe un paradigma primigenio que configuró la humanidad tras el paleolítico, es el paradigma de una economía de salvación. En él son las personas las que intercambian sus bienes o bien el fruto de su esfuerzo, no mercancías. La consideración de los productos, los bienes y los servicios como mercancías es muy tardía y requiere la existencia de un mercado para tal efecto. Pero no existió tal hasta el siglo XVI en muchos órdenes de la vida social. Por ejemplo, no existía un mercado de tierras, aguas, bosques o caza. Estos bienes estaban fuera de la mercantilización, se entendía que no se podían comprar y vender, sólo heredar o conseguir como derecho de guerra. Las personas también quedaban al margen de la mercantilización, a lo sumo iban en el lote con el usufructo de una tierra o como parte del botín de guerra, pero no se podían intercambiar. Las cosas que sí se podían comprar y vender eran los frutos del esfuerzo humano, pero para ello había fuertes y restrictivas normas sociales que limitaban su comercialización.