Este verano estamos todos pendientes del asilo solicitado por Julian Assange, fundador del portal de noticias Wikileaks, en la embajada de Ecuador en Londres para evitar ser extraditado y juzgado por supuestos delitos de índole sexual. Muchas personas han visto en el periodista que dice «abrir gobiernos» la esperanza de una información global y sin censuras que deje en evidencia las crueldades atribuidas al Imperio realmente existente, Estados Unidos.
Pero lo cierto es que las fuentes principales de las «filtraciones» de Assange han sido siempre las propias embajadas norteamericanas que sin tapujos de ningún tipo y con el mayor de los cinismos descalificaban la acción de líderes políticos tan extravagantes y dispares como Gadafi, Hugo Chávez, Cristina Fernández o Evo Morales. Assange, lejos de constituir una suerte de esperanza del periodismo libre, demuestra lo fácil y habitual que es instrumentalizar la profesión periodística para engañar y dirigir a masas hambrientas de teorías conspiranoicas similares al Club Bilderberg y otras cuya literatura curiosamente fue inventada por los norteamericanos, mito generado alrededor del poder acumulado por los judíos emigrados a Norteamérica durante el siglo XIX y la Banca Rothschild.
Aun aceptando que verdaderamente Assange fuera algo más que un instrumento de los norteamericanos cuya vida pública ha sido alargada con el circo mediático de su extradición y detención, en cualquier caso Estados Unidos estaría más que legitimado para neutralizar a quien ha desvelado los arcana imperii de su política de dominio global. Un dominio que pasa también por frenar la expansión de la yihad o guerra santa de los musulmanes, cuya emergencia supo prever precisamente Wikileaks en varios países del Norte de África y Turquía antes de la denominada «Primavera Árabe».