Los Ochenta han sido tratados en
múltiples testimonios, en muchas crónicas, en una excelente teleserie y ahora,
en el cine con la película del NO, que enfoca el esfuerzo mediático de la
oposición a Pinochet por desmantelar el miedo y cerrar filas por una utopía
libertaria para ganar el plebiscito de 1988.
Frente a un clima de nostalgias y
broncas por lo no logrado, frente a esta gran estafa moral a las aspiraciones
de la civilidad, frente a la frustración por la débil democracia construida, se viene, en una avalancha de sensaciones, esa
utopía de fundar un Chile fraterno que levantamos como sueño de los ochenta.
Hoy, una gran mayoría de los
chilenos se manifiesta con desprecio frente al accionar político, Se le critica
su inconsecuencia y cinismo. El gatopardismo donde todo cambia pero que nada
cambie. Un repudio a los que usurparon la odisea de la civilidad para pactar,
de espaldas a ella, una transición que mantuvo los privilegios y el control del
sistema por parte de los mismos que gobernaron con Pinochet.
Una evidencia de esa frustración
fue constatar que todos los que habían sido voz o rostros de la campaña, que
habían participado en los frentes de profesionales, de intelectuales o de
escritores, quedaríamos marginados por “conflictivos” en los gobiernos de los
90. Todos los medios libres construidos durante los ochenta, tales como el
diario La Época, Fortín Mapocho, revistas como Hoy, APSI, Cauce fueron asfixiadas al
negárseles la publicidad oficial que sí favoreció al duopolio Mercurio-Copesa. Sólo
quisiera recordar un masivo acto en que firmamos un compromiso para recuperar
las empresas estratégicas del Estado, que fueran vendidas a precio vil a los
intereses privados ligados al régimen militar. Investigar esos traspasos de
propiedad pública a grupos privados era una reivindicación ética para recuperar
la dignidad como nación y exigir que el Estado de Chile mantuviese la gestión
de servicios que eran monopolios naturales, pero el tema permaneció como un
tema intocable durante toda la transición, al igual que la deuda subordinada
que permitió recomponer la banca a partir de 1983 y donde fueron excepcionales
los bancos que la pagaron.
Recuerdo que en la Agrupación de
Artistas, Poetas e intelectuales por la Democracia, colectivo donde generábamos
en los ochenta redes de solidaridad regional, realizamos encuentros como Paz,
Poesía y Democracia, donde llegaban poetas argentinos para manifestarnos unidos,
a través de la poesía, contra la dictadura.
Fue una vorágine de emoción y
adrenalina. Multiplicábamos el tiempo para ir a distintos frentes, conversando en
las aulas, en las poblaciones, escribiendo columnas, conquistando espacios.
Participé del panel de Contacto Directo en Radio Recreo programa donde
compartíamos con Atilio Gárate, Daniel Lillo, Manuel Hernández y otros, la
palabra libertaria. Recuerdo que en el Fortín Prat de Valparaíso, le regalé mi
libro Miedo al Miedo a Gervasio; andábamos aclanados mi mujer y mis tres hijos;
hasta nuestra mascota Corazón Valiente, un perro pekinés león llevaba su globo
de helio que decía NO y permitía seguirlo en medio de las concentraciones.
Concurríamos a recitales y la palabra rompía el miedo de los rostros. Iba
surgiendo la sonrisa colectiva. Como deudores habitacionales, víctimas de la crisis, peleábamos en el
Complejo Habitacional Paicaví contra los bancos que nos esquilmaban con la
unidad de fomento; el Grupo Zubia con el músico de la nueva trova Alejandro
Gallo y otros amigos músicos como Víctor Ormeño, realizaba un recital en los
cerros de Valparaíso. En esos cerros, por las noches, apagábamos las luces y,
al unísono, comenzaba el caceroleo; poco a poco el miedo se iba perdiendo y la
noche negra se llenaba de fogatas y ruidos. En Peyuhue, con mi amigo mapuche
Raúl Quilaqueo, actuábamos en el Viejo Teatro, en madrugadas de canto por la
libertad.
Se caminó así hacia el Plebiscito
del 5 de octubre de 1988. Al alero del Instituto Chileno Norteamericano de
cultura presenté el año 1987 mi primer poemario, Miedo al Miedo. En medio de la
campaña del NO, Carlos Böeker, Miguel Ángel Herrera y Nadia Bragar,
dramatizaron mis poemas. Lo propio hizo Pax Polland y presentó en el IPA una
pieza teatral, que luego circularía por muchos cerros de Valparaíso y Viña. En
el ámbito profesional CIEPLAN juntaba “gasfíteres” que criticábamos el modelo
implantado por la dictadura y su Constitución, generábamos documentos de
trabajo, nos preparábamos para una economía diferente para cuando recuperáramos
la democracia.
El día del triunfo, declamé el
poema Libertad en la Plaza del Pueblo, en frente de una multitud que llegaba
hasta la plaza Victoria, con miles de banderas. Leonardo Contreras, que salía
de la secundaria me acompañó en guitarra y también cantaron la canción que
compusieran para la visita del Papa, mi hija Natalia y Katherine Kursan, su
amiga de primaria; con once años ambas, se sumaron a la fiesta ciudadana y la
monja directora estaba viéndolas entre la multitud.
Son muchos los recuerdos que
duelen a la distancia. Es la sensación de que nos birlaron un sueño. Que la
civilidad fue desmovilizada intencionalmente en los noventa para no irritar a
quienes siguieron detentando el poder y que lograron que en los 20 años que
siguieron no se tocara sus pilares sacrosantos ni con el pétalo de una rosa.