Me sucede algo curioso con Corazón Rebelde (Scott Cooper, 2008): reconozco que es una historia que nos han contado en infinidad de ocasiones, con un argumento no precisamente original responsable de esa inevitable sensación de deja-vu que desprende pero, al mismo tiempo, hay en ella un extraño magnetismo, un nuevo enfoque, que ha conseguido remover algo en mi interior. Y también está, claro, algo que no tienen las demás: un Jeff Bridges absolutamente inconmensurable en la mejor interpretación de su carrera. El actor da vida a Bad Blake, un viejo cantante fracasado de country desgastado por el peso de la fama, los excesos y el alcohol. En medio de una existencia rutinaria y con pocas expectativas de futuro, la llegada a su vida de Jean (Maggie Gyllenhaal), una periodista soltera con un hijo pequeño, cambiará su vida. Ella se convertirá en la tabla de salvación y el mejor apoyo de una antigua leyenda que nadie se ha preocupado por quitar la máscara y explorar un interior oxidado por unas heridas del pasado demasiado lacerantes.