. Con el mismo plantel de actores –a excepción de
Katie Holmes, que fue reemplazada por Erica Edwards en el papel de
Rachel Dawes, el amor de Batman- y la misma dosis de
energía con la que afrontó el primer proyecto de la saga, Nolan da
continuación a su adulta mirada al mítico personaje. El resultado
es una película mucho más compleja, más extensa en todos los
sentidos, donde el director volvió a reafirmar a Batman como
lo que es: un símbolo del Bien que representa los valores más puros
del ser humano. Con un villano de excepción, el Joker
(excepcional Heath Ledger en una interpretación por la que recibió
un Oscar póstumo), la película no cae en el mismo error de Tim
Burton, que dedicó más secuencias al archiconocido enemigo del
justiciero de la noche, entonces interpretado por Jack Nicholson, que
al propio héroe. Nolan sigue empeñado en desentrañar y adentrarse
en el comportamiento humano y filosófico de su rol principal, aunque
aquí se muestre más interesado en rematar la propia identidad del
personaje que en indagar en unos origines que ya quedaron explicados
en la primera parte de la saga; para ello, además de coescribir la
historia, contó con un presupuesto de unos bien aprovechados 180
millones de dólares que le permitieron dotar a su historia de una
impecable realización, unos espectaculares escenarios y, en resumen,
una calidad artística prácticamente impensable en el cine de
superhéroes hace una década. Todo un arsenal de virtudes que se
vieron recompensadas, además de por su posición en lo más alto de
las películas más taquilleras de la historia, por su avalancha de
premios, entre los que destacan sus 8 nominaciones a los Oscar.
Lo mejor para disfrutar
de El caballero oscuro, la más redonda de las películas de
un director que demostró que se pueden hacer grandes
superproducciones en Hollywood no destinadas exclusivamente a
los encefalogramas planos, es olvidar desde el primer instante de que
se trata de una película de superhéroes y digerirla como lo que
es: un soberbio rompecabezas donde hasta las subtramas tienen
subtramas, donde todas las piezas encajan con una facilidad asombrosa
gracias a un hábil guión abierto a múltiples lecturas y, en el
cual, nada está colocado al azar. Batman es ahora un héroe
asentado, totalmente definido, que deberá hacer frente a aspectos
como el odio a su propia figura por parte del pueblo de Gotham
–ciudad cuya propia presencia física y su espíritu aparece
diluido en la película, todo lo contrario de lo que ocurría en su
predecesora- y, además, a su primera crisis de identidad importante.
Nolan refleja así una de las tramas más recurrentes en el material
de partida: que la vida del caballero oscuro, como en la mayoría de
enmascarados, no es un camino de rosas y que las dudas sobre su razón
de ser están a la orden del día.
Considerada la mejor
adaptación de un cómic de la historia, quizá El Caballero
oscuro esté un tanto sobrevalorada a pesar de que no sobren ni
uno de sus 154 minutos de duración y que corrija los principales
defectos de su predecesora, como unas escenas de acción demasiado
rutinarias; esto quizá se deba a que no es tan explícita
visualmente como cabría esperar y que, pasada la primera hora y
media, la película no consigue mantener el nivel. Asimismo, el hecho
de contar con un villano tan histriónico y carismático como el
Joker –máxime en manos de Ledger, que consiguió apoderarse
de la perversidad y visceralidad de su personaje de una forma casi
sobrehumana-, supone eclipsar por completo no sólo a Batman,
el verdadero protagonista de la película, sino al otro villano, al
excesivamente tecnológico y fallido Dos Caras (Harvey Dent).
Obra frenética, madura,
impregnada de una atmósfera con personalidad propia que rezuma aires
de cine clásico por los cuatro costados, Nolan se esfuerza por dotar
a su fluida y bien tejida historia de una extraordinaria coherencia
dramática y argumental que reclama varios visionados para captar
toda su naturaleza, debido además a su apabullante cúmulo de
acontecimientos y los recovecos de la trama. Quizá se eche en falta
un final más abierto como el de Batman Begins, capaz de
mantener la tensión hacia una hipotética tercera parte, pero en su
lugar tenemos, junto a esa sucesión de lapidarias frases finales del
inspector James Gordon (Gary Oldman), ese incierto futuro de
un justiciero oscuro perseguido por las autoridades y carcomido por
sus dilemas morales internos hasta el punto de creerse situado más
cerca del Mal que del Bien.
En definitiva, El
caballero oscuro impresiona por sus contundentes estampas y sus
trabajadísimas y vigorosas perspectivas de cámara , conmueve por la
autenticidad de unos personajes atrapados en un torrente de emociones
y en unos potentes diálogos (“Creías que podíamos ser hombres
decentes en tiempos indecentes”) y, finalmente, demuestra que
con un estratosférico presupuesto se puede hacer una película tan
intimista y reflexiva como lo fue The Amazing Spider-Man (Marc
Webb, 2012), donde los efectos especiales son lo de menos, un mero
vehículo narrativo al servicio de una saga que, cuatro años más
tarde, regresó de nuevo por la puerta grande. Pero eso es otra
historia.