. Esto es, respetar el espíritu de la misma. En el caso de
Batman Begins (Christopher Nolan, 2005), el director no
sólo consigue trasladar de forma fidedigna y con suma coherencia la
esencia de los cómics creados por Frank Miller y Bob Kane a la gran
pantalla, sino que además hace olvidar esos despropósitos
realizados por Joel Schumacher – Batman forever (….) y
Barman & Robin (1997)-que, cegados por su esencia de cine
palomitero, se mantuvieron a años luz de la profundidad y
razón de ser del hombre murciélago, desaprovechando el
potentísimo texto original. El Batman de Nolan no deja de ser
un personaje ficticio –es, de hecho, el máximo exponente de la DC
Cómics, lo que a su rival la Marvel viene a ser Spiderman-,
pero se deja de lado esa continua pretensión del todo vale
propia del cine destinado a contentar a las masas para ofrecernos el
complejo retrato de un héroe realista, de carne hueso, profundamente
humano, capaz de demostrar en los 140 minutos de película que es tan
imperfecto como el más simple de los mortales. En definitiva, un
personaje creíble; tanto, que su condición de héroe no le exime de
dilemas morales y enjundiosos planteamientos. Esto es debido a que el
director se esfuerza por separar los roles de Bruce Keane y el
del propio Batman –ambos interpretados por un Christian Bale
en plena forma, en todos los sentidos, que hace olvidar al otro gran
Batman que ha dado el cine: Michael Keaton -, además de dejar
bien claro que el segundo es consecuencia del primero, tras atravesar
éste una serie de acontecimientos que harán tambalear sus más
sólidos principios, entre los que se encuentra su particular
concepto de la justicia, el perdón o la venganza.
La nueva mirada, mucho
más seria y reflexiva, con la que Nolan retrata a la leyenda –más
oscura, más tétrica, menos gótica y con una mayor dosis de
dimensión ética y épica que Batman (Tim Burton, 1989) o
Batman vuelve (1991)-, pasa por elaborar un reboot en
toda regla: nos ofrece una radiografía de su vida desde una niñez
marcada por el asesinato presencial de sus padres, dueños de un
extenso y rico conglomerado industrial, tras la salida del teatro en
Gotham. Este hecho, que condicionaría su vida para siempre, le
lleva a aislarse del mundo a temprana edad, buscando una especie de
paz espiritual alrededor de los confines de la tierra, por donde será
adiestrado en diferentes disciplinas con las que poder combatir el
Mal. Cuando La Liga de las Sombras intenta reclutarlo, Keane
huye del lugar y regresa a su ciudad natal, ahora corrompida por la
corrupción, el crimen y, en consecuencia, por la depresión. Allí
pondrá en práctica todo lo aprendido hasta entonces y, con la ayuda
de su fiel mayordono Alfred Pennyworth (Michael Caine), el
detective James Gordon (Gary Oldman) y el encargado del
departamento de ciencias de la empresa familiar, Lucius Fox
(Morgan Freeman), Keane intentará devolver a Ghotam el
prestigio perdido. No faltará, como en toda historia de
superhéroe que se precie, el típico pero eficaz romance. En éste
caso con la joven Rachel Dawes (Katie Holmes),
su amiga de la infancia, también encargada de hacerle ver que
justicia y venganza no son lo mismo: “La justicia es armonía,
la venganza es satisfacción personal; por eso tenemos un sistema
imparcial”.
El gran acierto de Nolan,
además de rodearse de uno de los casting más destacados de los
últimos años, es el de dividir la película en dos partes
claramente diferenciadas: en el primer fragmento, correspondiente
a los primeros 60 minutos, somos testigos del origen del personaje de
Batman mientras que, en el segundo, pone el relato a disposición de
unos continuos giros de guión y unos efectos especiales que, por
primera vez, están al servicio de la historia y no al revés. Un
planteamiento valiente, muy alejado de los cánones del género de
superhéroes –como también lo está el hecho de que Batman
sea el único de la bandada exento de superpoderes- y la más nítida
manifestación del esfuerzo de un director por acercarse a las raíces
de un legendario personaje a la que el cine aún no había hecho
justicia. Habrá quien le disguste que Nolan se preocupe más por el
matiz psicológico reinante en todo el metraje que por las propias
secuencias de acción que, no nos engañemos, también son parte
vital de los cómics y, en esta ocasión, resultan bastante
convencionales. Si a ello le sumamos que la mayor parte están
rodadas de noche, se puede concluir que Nolan no se maneja igual
de bien en los minutos dedicados al cine de acción puro y duro que
los correspondientes a los aspectos más filosóficos e
introspectivos de la película. Sin embargo, demuestra que su
mayor baza es un montaje con el que consigue no aburrir al público
en ningún momento dotando a la narración de un gran sentido del
ritmo, extendido hasta el propio final, abierto e intrigante, de la
narración.
Gracias al realismo sobre
el que está construida la cinta, donde hasta los villanos –El
espantapájaros (Cillian Murphy) y Ra´s al Ghul (Liam
Neeson) resultan verosímiles- y a su buen manejo de los tiempos
narrativos –con unos saltos temporales que se asumen con total
naturalidad, como ya ocurría en Memento (2006) u Origen
(2010)-, Batman Begins va más allá de una simple
película de masas: es un título de culto instantáneo. El
público respaldó de lleno un proyecto que demostró, con permiso de
la trilogía Spider-Man de Sam Raimi y su posterior reboot,
The amazing Spider-Man (Marc Webb, 2012), que el cine de
superhéroes puede ser tan válido que cualquier otro género. Nada
de aspectos infantiles ni de moralinas baratas: Batman Begins
está amparada por un texto adulto que refleja que hasta el
justiciero nocturno, con todo su arsenal de brillantes artefactos y
su rutilante Batmóvil, puede ser la persona más
vulnerable del mundo. Y que se guardaba un as en la manga…