. El único delito de las víctimas fue esperar el estreno de la última saga de Batman. En Lolol, comuna de Colchagua, Chile, un sujeto mata a sangre fría a una mujer, sin más razones que el de haber entrado en el momento preciso para que éste diera rienda suelta a su delirio.Los medios nos ofrecen sin filtro ni anestesia hechos de violencia tan impactantes como desconsoladores. Tan absurdos y sin sentido, que perdemos la capacidad de asombro. No creemos posible tanta crueldad.Pero la realidad hace tiempo que superó la ficción. Las sagas de películas de terror han encontrado en la vida cotidiana su mejor caldo de cultivo. Así lo demuestran las guerras, los campos de exterminio, las persecuciones religiosas, las torturas en tantas partes del globo. Hoy las podemos vivir casi instantáneamente, lo que aumenta su intensidad y golpe anímico. Lo de Denver circuló en las redes sociales a minutos de haber ocurrido. Otro tanto la tragedia colchagüina. La masacre de Siria la miramos como quien ve pasar autos frente a su casa. Y ni hablar de las hambrunas africanas, imágenes incluidas en el inventario de tristezas cotidianas.Si bien estos crímenes atroces rompen con lo que llamamos “normal”, no resultan tan ajenos a lo que alimentamos en cada uno de nosotros. En todo hombre se esconde una fiera y un ángel. En cada uno está el hacer surgir a uno u otro. Somos capaces de lo más sublime, pero también de lo peor. Los mejores propósitos o crecimientos en la virtud pueden caer como castillo de naipes ante el menor descuido. Hay un sutil límite entre el acto de violencia y el de paz; son pocos los decibeles que separan el tono de voz moderado del grito; el palmoteo en la espalda del golpe alevoso. Los convencionalismos sociales son nuestro freno y garantía. De no existir, más de uno daría rienda suelta a esa tentación incubada en el alma de basurear hasta la hartura a quien tiene al frente en una discusión, en el ascensor o en el semáforo. Nos tenemos que vencer a nosotros mismos para no reaccionar con virulencia, rabia o indignación. La paz es una conquista diaria, un trabajo no pocas veces desgastante, un propósito de renovación cotidiana.Si de algo sirve que se muestre tanta sinrazón y violencia es para recordarnos al demonio que llevamos dentro. Que no venza. Ella debe transformarse más bien en acicate para la paz; en recuerdo que no hay terrenos conquistados, zonas libres de contagios, santuarios inmaculados. Todos los días se presenta un nuevo desafío para hacer de la paz una realidad.P.Hugo Tagletwitter: @hugotagle