Como es lógico, la profundidad
del libro va mucho más allá que la película, a pesar de la excelente
interpretación de George Clooney.
Mundo Aéreo es la denominación
que este psicótico yuppie norteamericano da al escenario, estilo, lugar o universo
en el que está inmerso. Cada uno de nosotros vivimos en un universo diferente,
aunque nuestros universos se solapen de vez en cuando con los de otras
personas. A nuestro protagonista el trabajo le lleva a un estado esquizofrénico
absoluto, que culmina con las excelentes situaciones, a veces cómicas, de los
casinos en Las Vegas. Pero hay muchos detalles en esta novela de Walter Kirn
que van aportando pistas al lector sobre el estado (en particular, mental) del
protagonista: en primer lugar, no se sabe muy bien a quien le cuenta su
historia; en segundo lugar, incluye numerosos ejemplos de visiones extremas de
sus conocimientos como experto en redirección profesional de altos ejecutivos;
y, en tercer lugar, la utilización de terminología fuera de contexto, a modo de
palabras-objetivo (orgiasta, acometimiento, reconstrucción de marca, etc.).
Lo que resulta importante desde
un punto de vista extraliterario, me recuerda indirectamente a otros textos que
bajo al aura literaria, enseñan versiones mejores o peores del modo de funcionamiento
de las organizaciones. Con menos descaro que Gounelle (“No me iré sin decirte adónde
voy”), Kirn explica el sentimiento y convicciones de un personaje solitario,
con poca afinidad por la familia (“No
solemos vernos mucho, y cuando lo hacemos hay una sensación desmaterializante,
como si sólo la mitad de nuestras células estuvieran presentes”), los
amigos (“Si tengo que elegir entre
conocer sólo un poco a mucha gente o conocer mucho a unos cuantos, creo que
optaría por la primera opción” o “los
amigos rápidos no son mis únicos amigos, pero sí los mejores, porque ellos
saben cómo es la vida”), el amor (“…tener
un hijo para simplificar el sexo”, “la
auténtica intimidad solo es posible dentro de un coche patrulla” o “si hay algo que uno no desea es salir en los
sueños de un pajillero”), etc. No se libra ni la cultura empresarial, con
perlas como éstas: “Pedir disculpas por
tus principios (accesorios esenciales) significa pedir disculpas por tu misma
existencia”; “…aunque para mis
adentros estoy gritando, no le explico nada”; “es importante que los chicos jóvenes vean más allá de la pose de
santidad de sus líderes”; “las
empresas sienten, piensan y sueñan, y a menudo, cuando mueren, lo hacen en
soledad”; “los negocios pueden crecer
gracias a la competencia, pero también necesitan amor y comprensión”, “cada negocio, al final, es un deseo”, “en el área de la gestión empresarial, son
las afirmaciones estimulantes y no las hipótesis probadas las que enganchan a
la gente” o “los seminarios son para
adolescentes psíquicos, no para seres vigorosos plenamente realizados y con
perspectiva”.
El protagonista, Ryan Bingham, al
encuentro de su millón de millas náuticas para ser un elegido, viaja sin cesar,
a costa de su empresa, pernoctando en hoteles lujosos, cruzándose incesantemente
con conocidos desconocidos, si se me permite la paradoja (“Si vuelas lo bastante y charlas con suficientes extraños, oyes algunas
locuras. Eso amplía tu idea de lo que es posible”). Hasta se permite
utilizar parábolas respecto a su trabajo: “les
enseñamos que buscar trabajo es un trabajo en sí, y que no trabajar también es
un trabajo”. Bingham padece de estroboscópica amnesia, se considera un
náufrago medicinal y un reingeniero humanista. Se considera también un espíritu
libre, normal, entre otras razones por vivir tan sólo con una maleta como
compañera de viaje. También es un creador de estereotipos, con los que se
encuentra más cómodo por la rapidez con que encasilla al resto de la Humanidad (“Viajamos solos, pero juntos somos un
ejército”). Es también un crítico profundo del país (del que dice que el
exceso de películas ha convertido los desiertos americanos en decorados
ruinosos y de imitación) y su funcionamiento, de sus conciudadanos (“A los estadounidenses ahora les gusta pensar
que no le deben nada a nadie. Todo el mundo es genuino, se ha hecho a sí mismo”).
Finalmente, Bingham es un escritor en ciernes, con un boceto de texto sobre
filosofía de empresa y equipo, lo que finalmente se queda en mera idea, porque
sabe que su libro ha sido publicado antes, “pero
tiene la sensación de que el autor original era el plagiador y que se lo robó
telepáticamente”.
Acabo este comentario con una de
las últimas “frases célebres” del protagonista: “Todo el mundo está agotado. El agotamiento calma…Hemos agotado nuestra
sustancia real. En una fábula encuentras nuevos recursos, nuevos poderes. Elige
un animal y elige su forma”.
Un libro realmente interesante,
más profundo de lo que puede suponerse, sobre todo si se ha visto antes la
versión cinematográfica. Un libro que profundiza en la soledad ya no sólo de
una persona, sino de su mundo, incluido su país. Socarronería y adjetivos que
estimulan algunas frases, al estilo de la literatura norteamericana seria.
Naturalidad y franqueza que denotan un respeto por nosotros, los lectores, lo
que bien merece una oportunidad por nuestra parte, es decir, tres horas de
lectura deshinibida.