Ha pasado una semana desde que se dieron por extinguidos los incendios
declarados en los municipios de Andilla y Cortes de Pallás (Valencia), la
estimación oficial de superficie calcinada entre ambos se cifra en unas 50.000
hectáreas, además se produjo la muerte de un piloto de helicóptero durante unas
maniobras en el embalse de Forata, constituyendo de esta manera uno de los
desastres ambientales más importantes producidos en España en los últimos años.
Durante los días que duró el incendio mucho
se habló sobre la disponibilidad de medios, la gestión de las administraciones
y a la par surgieron numerosas iniciativas populares de muy buena voluntad para
comenzar replantaciones, etc. Ahora con las llamas apagadas y las cenizas
cubriendo el monte, es hora de mantener la cabeza fría e intentar evaluar
correctamente los daños y determinar las soluciones más oportunas.
Consecuencias.
Es evidente que durante un incendio la
biodiversidad de una zona queda sensiblemente mermada, vegetación calcinada,
muerte de animales o su huida a otras zonas, además de esa estampa grisácea que
convierte un vergel en un terreno vacio de vida. Pero aparte de lo obviamente
visible, el suelo pierde totalmente su estructura pudiendo ser arrastrado
fácilmente por el viento y la lluvia, perdiendo gran parte de su potencial de
regeneración, arrastrando los nutrientes liberados con las cenizas y pudiendo
estos eutrofizar las aguas, a la par que se incrementa sustancialmente el
riesgo de inundación por haberse eliminado la función de retención de la
vegetación, así como la posible colmatación de embalses debido a las grandes
cantidades de sedimentos movilizados.
Si bien en el ámbito Mediterráneo los
incendios son un mecanismo natural de regeneración, las gran magnitud y
recurrencia de los incendios en las últimas décadas, unido a una topografía
montañosa y un clima seco, suponen un primer paso hacia la desertificación del
territorio.
Prevención
y actuaciones post-incendio.
Muchas son las voces que alegan que el monte
está demasiado “sucio” o que hay mucha “maleza”, haciendo referencia con estos
términos despectivos a todo aquello que no sean árboles. Bien, si nos dedicamos
a quitar toda esa “maleza” de nuestros bosques, ya no será necesario que se
quemen pues los habremos destruido casi por completo. El bosque es algo más que
los árboles de mayor porte, pues la presencia de árboles no es más que un
estadío más avanzando de la sucesión ecológica a la que nunca se hubiera
llegado sin la presencia de esa “maleza”, la cual ha preparado el terreno y
proporciona el medio adecuado para que crezcan los árboles de mayor porte. Si
retiramos todas esas especies, eliminaremos la mayor parte de la biodiversidad
del bosque dejando tan solo un monocultivo expuesto irremediablemente a la
erosión hídrica y eólica, con unos aportes de materia orgánica muy inferiores a
los que habría con las “malezas” y que no servirá para frenar inundaciones y avenidas,
ni la desertificación entre otros problemas.
Creo que con los medios tecnológicos actuales
sería mucho más sencillo y más correcto ambientalmente, el desarrollo de un
sistema vía satélite que detecte un incendio cuando tan solo es una pequeña
hoguera, y poner los medios para que en media hora esté presente una brigada
anti-incendios y den por zanjado el problema antes de que sea incontrolable.
Creo que en el año 2012, no es nada descabellado.
Por otro lado he visto, sobretodo en redes
sociales, multitudinarias convocatorias para replantar inmediatamente los
bosques afectados y todas ellas llenas de buena voluntad y de ganas de ayudar.
Pero la naturaleza tiene sus ritmos y sus mecanismos, y hay que respetarlos.
En primer lugar es inviable plantar nada en
verano, primero porque con la sequedad propia de la estación es difícil la
germinación y menos aún en un terreno cuya estructura está a merced de los
elementos. Además los ecosistemas mediterráneos tienen sus propios medios de
regeneración, como semillas que quedan enterradas hasta que se dan las
condiciones idóneas para germinar o plantas que pueden crecer de brotes y cepas
que se encuentran sepultadas, por lo que en muchos casos es mejor no intervenir
a fin de no modificar las condiciones del suelo y romper el proceso natural de
regeneración.
A grandes rasgos (pues los estudios
pormenorizados identificarán para cada zona sus prioridades), lo principal
sería evitar por todos los medios la pérdida de suelo y por “suerte” hay cierto
tiempo para esto pues quedan aún unos 3 meses hasta la llegada de las lluvias y
tormentas intensas, posteriormente habría que mejorar las condiciones de este
para que las especies “pioneras” comiencen a colonizar el territorio y se
inicie de nuevo la sucesión ecológica, replantando en las zonas que se
determine siempre con especies de la misma zona y que correspondan a cada fase
y recordando que la casa se empieza por los cimientos y que no podemos llegar y
plantar pinos y más pinos de buenas a primeras. Eso no es un bosque, es un
monocultivo de pinos.
Conclusión.
El tema es complejo he intentado ser breve,
pues no es objeto de esta columna realizar un artículo científico sino más bien
una columna informativa para los que no estén muy puestos sobre estas cuestiones,
por ello la conclusión que extraigo para poder salvar una situación tan grave
como esta es que las administraciones no deberían escatimar medios para
ponerlos a disposición de los técnicos adecuados, los cuales decidirán las
actuaciones a realizar en cada zona y los plazos para ello y una vez
determinado esto, la población en general tendría que volcarse en colaborar con
lo que se precisara. Esto sería garantía de una buena recuperación de los
ecosistemas, además de una excelente muestra de organización social.
Por último decir, que también se debe evitar
por todos los medios cualquier intento de especulación sobre los terrenos
quemados, pues ya no solo sería una tragedia ecológica sino también democrática
y de sentido común. Pero eso ya es otra cuestión.