“Enojo,
ira, enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”, es lo que, desde el diccionario, más
nos acerca a la sociología del movimiento “INDIGNADOS”. INDIGNADOS hemos estado
desde muchos estancos de nuestra historia, hasta los presentes días, solo que
ahora la indignación ha encontrado canales de circulación más expeditos,
pudiendo llenar todos los espacios de la esponja social, en tiempo real.
Como con el agua, -al decir de los
ingenieros-, con la indignación no se pelea, se negocia y eso es lo que hemos
visto que ha ocurrido en todas partes del mundo y recientemente en Colombia.
Pero si bien, los motivos o causas de
INDIGNACIÓN, que nos determinan a los INDIGNADOS a asumir alguna posición,
encuentran en la nobleza del bien común agraviado, su detonante, no es menos
cierto que por noble y racionalmente probable y justificable que la INDIGNACIÓN
SEA, ella, en y para sus efectos causales, no tiene canales racionalmente
probados, por los cuales pueda circular sistémicamente, como VALOR SOCIAL.
De esta manera, la INDIGNACIÓN, como
valor social y además legítimo y potencialmente legitimador, empieza a mostrar
su parte oscura o lo que es la indignación
irreflexiva, que finalmente es la contención o el dique y la negación de la
nobleza de sus causas determinantes, para serenarla y re conducirla, por cauces
o canales artificiales.
Así, la INDIGNACIÓN tiene una
existencia efímera.
Pero es que además, la INDIGNACIÓN, ya
como valor social, democrático, como causa común, serena, aquietada en medio de
la tempestad, empieza su discurrir racional, ni siquiera desde las cuestiones
acerca de qué, quién, cómo o dónde la ha originado, sino desde la respuesta de
tener hallado, casi de manera pre determinada, un escenario del mal y uno o unos culpables.
Y el lado oscuro de la indignación, la indignación irreflexiva, cumple su rol,
de tal modo que la indignación deja de ser: “Enojo, ira,
enfado vehemente contra una persona o contra sus actos”, para convertirse en discurso, en
retórica y en juicio, respecto del hallado
o construido culpable y hasta aquí, aún no habría maleficencia, predicable respecto de sus causas nobles.
Pero como estamos hablando de valor
social, de una sociedad interdependiente e intersubjetiva y por lo tanto de
existencia de fuerzas sociales y
considerando que la indignación sea así como una fuerza social de reacción, deviene no solo canalizada, sino capitalizada
políticamente, no desde CAUSAS y BANDERAS, sino desde la lectura o notificación del juicio al que ya fue construido y hallado
culpable, lo que facilita la solidarización, -no la solidaridad- y la cohesión del aglomerado, -no su
coherencia-, lo que deviene útil, desde el hacer innecesarios el pegamento ideológico y las escalas axiológicas y deontológicas, en tanto
todo lo justifica y se justifica en el culpable, desde lo cual podría tener
cierta corrección política la expresión de un gobernador, que ha dicho que en
su gobierno, “no será el fin, el que
justifique los medios, sino que serán los medios los que justifiquen el fin.”
Así, el aglomerado, sin ninguna clase
de pegamento, mantendrá cohesión, estará reunido, pero no tendrá coherencia,
por lo que su existencia termina con la capitalización
política, que por lo general es un reclutamiento espontáneo y masivo de
adeptos, pero no de afinidades ideológicas, doctrinales, programáticas, axiológicas,
ni deontológicas; transitorios, en tanto no hay tampoco principialística que
oriente y guie; esa parte oscura o indignación
irreflexiva, es descubierta y capitalizada a su vez, por otros grupos a
través de personajes o caudillos, cuyo discurso es referente diacrónico, en tanto
se cumple aquello que nos informa que: “en
política, no todo lo que se piensa y se siente, se dice y tampoco todo lo que
se dice, es lo que se piensa y se siente”.
A la capitalización política de la indignación irreflexiva, le basta, quien
haga remembranza de la nobleza de la indignación, de la justicia y racionalidad
de las causas detonantes, de la referencia constante al bien común, las cuales
finalmente resultan sacrificadas por lo general en la piedra de ara, del culto a los personalismos y a las individualidades
del caudillo, no escogido, no elegido, no producto del consenso, sino de la
concomitancia de circunstancias y tan solo por el hecho de estar allí, a la
hora justa y en el lugar adecuado. El caudillo sabe bien, que la indignación irreflexiva, se deja seducir
y no hay mejor manera de lograrlo, que decirle
y repetirle lo que quiere oír, (J. Goebbels. N. Chomsky), pero de modo trascendente, de tal modo
que la indignación irreflexiva, pueda
ser vestida como el “común acuerdo”, la “feliz coincidencia”, desde el
unanimismo o creencia, en que todo el
mundo está pensando, sintiendo y diciendo lo mismo: ese es el enemigo, esa es la causa del mal, no importa que sea uno o
muchos; el construido y hallado culpable, será la sumatoria de todos los
culpables y de todos los males, lo que permite consolidar un discurso de un único frente de batalla.
Pero lo grave del unanimismo, en que
finalmente se transforma la indignación
irreflexiva, no es la carencia de pegamento ideológico, sino el uso de un
aglutinante perverso, discursivamente inodoro, insaboro e incoloro, en tanto
está como legitimado, pero que es subyacente, subterráneo, que es el odio, puro
odio, pasional y que se expresa o materializa en la magnificación del
desacierto del otro, del error del otro, del hacer o no hacer del otro, del
decir o no decir del otro, en el plano de referencia de lo que el caudillo dirá
o diría, de lo que hará o haría o desde lo que dijo o lo que hizo, a lo cual se
le va denominado programa, plan o estrategia, para la restauración, la
salvaguarda del bien común……y todo lo que a ello se quiera pegar, como la
democracia, la institucionalidad, la seguridad, la paz, la justicia, etc., sin
que importen los tiempos y los espacios y los estancos históricos superados.
Desde la indignación irreflexiva, como
subproducto de baja calidad de la INDIGNACIÓN, los INDIGNADOS, pueden ser
conducidos dócilmente, por la alta maleabilidad que tiene el aglomerado, desde
la inconsistencia en su proceso formativo, pero de manera especial, por la
incoherencia de que carece, desde lo cual, las supuestas “causas comunes” que
les aglomera o mantiene reunidos, -no unidos-, dan lugar a la desaglomeración,
cuando los derechos y más los intereses personales, particulares o privados de
los adeptos, no negados, no desconocidos retóricamente, no encuentran
realización práctica en escenarios de libertad
frente al temor y de libertad frente
a la necesidad.
Mientras la INDIGNACION primera, como
valor social y democrático, se apaga, -y bien que así ocurra cumplidos sus
fines-, su lado oscuro o indignación
irreflexiva, se consolida, se proyecta, se retroalimenta, se engorda, desde
el “todo vale”, -compendio perfecto de
Goebbeles-, y actúa, supuestamente encauzada en el contexto democrático, a
través de movimientos u organizaciones, con apariencia de organización político
– partidista, sin principios, sin doctrina, sin idearios, sin filosofía, sin
programas, en tanto les basta mantener encendido el fuego pasional, a lo que es
buena sustancia combustible, el pegamento del aglomerado.
Pareciera que las sociedades hayan
iniciado un camino de regreso, a estadios o estancos históricos ya superados y
que la parte oscura de los INDIGNADOS y de la INDIGNACIÓN, legítima y
legitimadora, su parte de indignación
irreflexiva, esté abriendo el camino a lo que en la historia se conoce como
la “crispación política” , que en
cada contexto pareciera espontánea, pero que no es más que reacción a cualquier estímulo, polarizante y altamente comburente.
Desde M. Duverger, pasando por Tocqueville y hasta llegar a los más modernos
politólogos, la sociedad humana ha podido reconocer y aprehender que los
Partidos Políticos, como organizaciones institucionales, son inmanentes a la
construcción, vigencia, permanencia y estabilidad de la democracia, como
expresión de la madurez de la civilidad y que los escenarios verdaderamente
democráticos, más que en el consenso, están fundados sobre la comunión, a cuya formación para nada es
útil la indignación irreflexiva; al
punto tómese -como muestra de estudio, como objeto de estudio-, cualquier
discurso y en cualquier país y nótese que el discurso político, es además de
ambiguo, ambivalente, tanto desde lo lingüístico, lo político, como desde lo
sicológico, por lo cual indistintamente podrá ser como una especie de “cuenta
de cobro” y subsiguientemente un “programa de gobierno” o ser una profunda
declaración de pasión, emoción o sentimiento patriótico, como una declaración
de guerra, dado que la indignación
irreflexiva, finalmente es como una puerta, a través de la cual se pasa del
amor al odio y viceversa y sin ninguna dificultad. La INDIGNACIÓN primigenia,
la reacción primaria, legítima y legitimante, ha quedado atrás, los INDIGNADOS
primigenios, han desaparecido en el aglomerado que es la indignación irreflexiva, que no es más que reunión, -no comunión-,
incluso de intereses en conflicto, que subsisten, latentes y que podrían llegar
a imponerse, a la noción misma de la “causa común” que la aglomera. La
indignación irreflexiva, es pues, más emocional que racional, es como arena
movediza, desde la cual, obtiene cierto movimiento pendular, que provee la
energía suficiente al marketing político,
pero que no es en definitiva construcción de civilidad, ni de democracia,
pues no abandona el contexto, al decir de Chomsky: ”problema-reacción-solución” , que es en definitiva un
articulación, diría que algorítmica, que para efectos de la política en su
relación sustancial con la democracia y la vida institucional, no provee
información sobre previsibilidad y control de consecuencias y hechos no
deseables. La gobernanza del Estado Democrático, no es pues cuestión de meros
sentimientos, emociones y pasiones exacerbadas.
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