. Nadie ha rasgado vestiduras, se ha sentido como una medida
racional y republicana. Con los recursos de la Defensa Nacional se refuerza la protección
a las personas y es algo que parece lógico, a no ser de los precedentes que han
rodeado esta decisión.
Chile parece haber aprendido de
las torpezas y desaguisados del 27 de febrero de 2010, cuando por apreciaciones
ideológicas dogmáticas, el gobierno de Michelle Bachelet demoró 36 horas en
nombrar los Jefes de Plaza y sacar a los militares a la calle para hacerse
cargo de la seguridad de las personas. En la retina ciudadana permanecen los
saqueos televisados, los pobladores organizados en piquetes para defender sus
poblaciones de los delincuentes. Y cuando se puso mano dura, no faltaron los
que salieron al baile reclamando por los derechos humanos de esos vándalos y
saqueadores. Eso es Chile, pero al parecer la sensatez arriba y los prejuicios
del pasado comienzan a desaparecer. Mientras esos albergues y esos hospitales
de campaña sirvan para aliviar a una persona desamparada y en situación de
vulnerabilidad, la acción es merecedora de una aprobación unánime.
Han pasado 40 años casi del golpe
militar, los protagonistas están octogenarios y la mayoría ya ha fallecido.
Chile no debe olvidar, pero debe también entender que pasado ese tiempo, lo que
se quiera seguir argumentando en pro o en contra del golpe contra la institución
democrática, es algo que quedará para el juicio histórico, episodios dolorosos
y lejanos para los jóvenes de hoy, que nacieron después de recuperada la
democracia, la transición y sus muchos defectos; hijos de las generaciones que son producto de las épicas luchas por la
recuperación democrática. La vuelta a la doctrina de un Ejército Profesional y
No Deliberante, respetuoso del orden institucional es hoy un hecho de la causa.
Ahora bien, si esa institucionalidad mantiene el sesgo autoritario y
centralista que implantó una Constitución ilegítima, es un problema de la actual
ciudadanía cambiarla, pero ya se percibe que las Fuerzas Armadas no son ya los
pretorianos de ese orden heredado del
régimen militar, sino un brazo necesario del aparato público que debe cuidar a
la Nación y el Territorio de las
amenazas externas.
Recuerdo los abrazos que en las
celebraciones del NO el año 1988 se daban los pobladores y estudiantes con los
carabineros, en señales de reencuentro, de un nuevo comienzo. Ahora, al ver a
los conscriptos desplegando sus carpas y la gente encontrando atención de
emergencia en forma digna, uno no puede dejar de alegrarse, porque vientos de
racionalidad republicana van aislando las visiones dogmáticas y por esa vía es
factible sentarse a conversar de los cambios que requiere el sistema para sacar
al país de una dialéctica confrontacional.
Quizá resulte exagerado extrapolar
consecuencias políticas de una situación coyuntural, pero la decisión del
gobierno ha sido acertada y no se ha levantado en su contra la crítica ácida de
los contradictores. Por eso, como de pequeñas señales se nutre la historia, no
es loco pensar en que se puedan abrir negociaciones racionales que encaminen ideas
fuerza para un gran acuerdo social; para un país sin miseria; para refundar la
democracia con la legitimidad de las nuevas mayorías y de los liderazgos que
asoman en medio de las movilizaciones, batucadas y discursos. Espacio de
refresco para nuevos actores de la política chilena. Vientos de cambio
positivos, para hacer de Chile un país más justo y más seguro.
Periodismo Independiente, Hernán
Narbona Véliz, 7 de julio de 2012.