A mí sólo me
faltarán fieles donde no haya hombres.
Erasmo
de Rotterdam, Elogio
de la locura.
Cuando yo era un joven
imberbe e inexperto, cuando tenía alrededor de trece o catorce años
de edad, tuve la suerte de tener un buen profesor de lengua y
literatura. Entonces, en los institutos, estábamos separados por
sexos: las chicas estudiaban en un edificio, y los chicos en otro
distinto. Pese a ello compartíamos el mismo patio, el recreo, y a la
misma hora. Era ese el momento propicio para intentar aproximarnos a
las chicas, y para hacer todo tipo de tonterías. La cruel
adolescencia. A veces el profesor de lengua y literatura nos
observaba. Y cuando llegábamos al aula, después del patio, siempre,
invariablemente, nos decía lo mismo:
-No hay animal más
estúpido que el hombre cuando se pone delante de una mujer.
Algunos éramos
conscientes de ello, y aun así nos costaba mucho, en la hora de
asueto, tener un comportamiento más o menos adecuado o sensato. Todo
cambió cuando, años después, en la misma aula convivíamos chicos
y chicas. Bien sea porque las relaciones entre hombre y mujer se
fueron normalizando, o porque nos hacíamos mayores, y un poco más
sensatos, muchas de aquellas estupideces fueron desapareciendo de
nuestras vidas. El profesor de lengua y literatura, además, se
jubiló. A los pocos años me olvidé de él y de su famosa frase,
que tanto le gustaba repetir:
-No hay animal más
estúpido que el hombre cuando se pone delante de una mujer.
Algunos años después,
con la barba ya crecida, y la frente ampliamente despejada, asistí a
un fenómeno que no dejó de causarme una cierta perplejidad: el
creciente interés, la pasión diría, de la gente por el fútbol.
Sabía por el mismo profesor, se llamaba don Pedro, que en la antigua
Roma, cuando se hacían carreras de cuadrigas, el público podía
llegar a las manos sencillamente porque había perdido el auriga,
verde o azul, de quien era partidario. Los enfrentamientos, entonces,
a la salida del circo, podían llegar al derramamiento de sangre. La
cosa me pareció tan absurda que nunca llegué a creerme del todo lo
que contaba don Pedro. No me cabía en la cabeza, cosas de la edad,
que alguien supiera latín y fuera tan estúpido como para matar o
hacerse matar por un quítame allá esas pajas. Como si en latín y
con el latín no se pudieran decir y hacer estupideces.
Años
más tarde me expliqué el mundo antiguo a través del moderno. Vi,
con asombro, el creciente interés de la gente por el fútbol. A ello
contribuyó, y mucho, la televisión. Vi, también con preocupante
espanto, recuperando el recuerdo del viejo profesor, don Pedro, que,
a la salida de los estadios, los espectadores llegaban a insultarse o
a pegarse por ser seguidores de un equipo o de otro. También hubo
muertes, por supuesto. Y vi, cuando había problemas en una nación,
que siempre un partido de fútbol los despejaba o anestesiaba. No
dejó de asombrarme que un país, sumido en una sangrienta dictadura,
expoliado, masacrado, perseguido y atormentado, llenara los estadios
y vibrara con las carreras y los pases de un equipo de fútbol.
Mientras, en las cárceles, agonizaban infinidad de torturados presos
políticos. Sí, me acordé de Roma, de aquel viejo dicho de Panem
et circenses.
Y me percaté, contraviniendo a mi olvidado profesor, que sí había
algo más estúpido que el hombre cuando se pone delante de una
mujer: el hombre ante un partido de fútbol.
Adolescentes, hacíamos
el mono delante de las chicas para atraer su atención. Algunas veces
lográbamos quedar con una, ir juntos al cine, u organizábamos
reuniones en alguna casa o planta baja. Ya se sabe: tocadiscos de
alquiler, bebidas, los primeros cuba- libres, y algún que otro
abrazo y beso furtivo. Nada serio, por supuesto. Y nada de aquello
era motivo de grandes celebraciones, de cánticos, o la excusa para
tirar cohetes y no dejar dormir a los vecinos.
He visto, por el
contrario, a vecinos míos, señores de cincuenta y más años,
emborracharse porque su equipo ha ganado un partido, salir a la calle
con una bandera, colocarse en un semáforo y torear a los coches que
pasaban. Con gran asombro no he visto a ningún policía
deteniéndolo. La inmensa mayoría de los coches, por otra parte,
iban llenos de gente que gritaba, sacaba banderas por las
ventanillas, hacía sonar el claxon cuando no otros instrumentos que
metían un ruido infernal, embestían al borracho con delicadeza, y
no pasaba nada. Es un espectáculo tan estúpido como lamentable.
No obstante, el colmo
de la estupidez, con perdón de mi viejo profesor don Pedro, lo
vivimos el otro día. Por un descuido, al que se ha unido la
negligencia, la estulticia y el desprecio, parte de Valencia se ha
visto cercada por el fuego. Este, al parecer, estuvo cerca de afectar
a una central nuclear ubicada no muy lejos de la capital. El fuego,
durante horas y horas, avanzó imparable. Hacía años que los montes
no se limpiaban, porque, como estamos en crisis, hay que recortar de
todo menos de los sueldos de los políticos y de los privilegios de
estos cráneos privilegiados. Las brigadas de limpieza, pues, no
existían o estaban reducidas a la mínima expresión; ni a nadie se
le ocurrió, quizás porque cuesta mucho, poner sistemas que detecten
el fuego, y que exijan una intervención rápida de alguna brigada.
Nada. No había nada salvo matorrales, ramas secas y muchos árboles.
Y el fuego campó por sus respetos.
Pero no hubo problema.
El problema grave, que tenía a todo el país conmocionado, era que
la selección de fútbol se había clasificado para jugar la final
europea del tal deporte. La cosa era tan importante que el presidente
del gobierno, y el príncipe de las Españas, se desplazaron,
suponemos que con gastos pagados, a donde jugaba la selección. Esa
noche, en tanto el fuego seguía por Valencia y aledaños, y ardían
miles de hectáreas, todo el mundo estuvo pendiente de los chicos de
la selección. Y a todos nos fue dado ver al aguerrido presidente del
gobierno saltar de alegría cuando la selección de fútbol empezó a
darle brillo al honor patrio. Al jugar contra Italia parecía que
estábamos vengando a Viriato y a Sagunto. Eso lo pensó alguien; a
ningún periodista, gracias a Dios, se le ocurrió decirlo.
Ganó España. Y la
gente, eufórica, se lanzó a la calle a celebrarlo. Sobre sus
pesadas cabezas, al igual que a lo largo de los días anteriores,
cayó la ceniza de todo aquello que se estaba destruyendo a una
velocidad envidiable. La gente saltaba y brincaba de alegría bajo la
ceniza. Y eso que no se había enterado de que el sistema sanitario
español, con sus trasplantes, acababa de batir un nuevo récord pese
a los recortes del gobierno de ese señor, que también vibraba con
el fútbol. Es humano, no se le puede exigir más.
Nadie, mientras tanto,
se manifestó contra el descuido y la negligencia que estaba quemando
los montes; porque el fuego cercara una central nuclear; ni por la
avaricia y cortedad de miras de políticos y gobernantes. También es
verdad que, de haberlo hecho, la policía hubiera cargado contra los
manifestantes, como lo hizo antes contra estudiantes armados con
bolígrafos y libretas. Los días de fútbol, la policía libra, y
deja abierta una válvula de escape. Todos contentos. Y no hay dinero
para educación o sanidad, pero cada miembro de la selección de
fútbol se ha llevado un pico, algo así como 300.000 euros, libres
de impuestos, por ganar la eurocopa. Y la gente tan feliz. Y el
presidente y el príncipe de las Españas en el sitio que les
corresponde. Se han quemado miles de hectáreas, ha muerto una
persona, se ha saqueado la banca, no tenemos fondos ni para pipas,
han terminado con el poco estado de bienestar que teníamos, pero la
selección ha ganado, luego somos felices. Hasta el rey ha recibido a
la selección. No a los médicos que han hecho trasplantes y salvados
vidas, o a los vecinos que intentaron apagar las llamas. Ha recibido
a los futbolistas. Y la ciudad de Valencia ni le ha rendido tributo a
quien dio su vida luchando contra el fuego.
Sí, querido don Pedro
de mis entretelas, hay un animal más estúpido que el hombre cuando
se pone delante de una mujer. Es el propio hombre cuando se pone
delante de un libro y cree que el hombre es perfectible y bueno por
naturaleza. No, el hombre no es perfectibles, y por naturaleza es
estúpido. Y son los estúpidos quienes lo representan. Y mientras
ellos existan, existirá la estulticia.
,
soy un adulto de 32 años algo triste y muy sentido como e posible que halla tantos problemas en mi país Colombia y la gente PAREZCA ESTUIPIDA viendo un partido de fútbol gente diciendo nos VAMOS PAL MUNDIAL se irán ellos nosotros seguiremos aquí malgastando nuestras vidas en una vida inútil creyendo en pendejadas ! ...
Julián Chaves, Ciencias Ambientales
Solo diré una cosa,cuanta razón.Una verdadera pena que esta sociedad funcione así.......