A raíz de los acontecimientos
últimos sucedidos en América, noticias que nos
golpean porque chocan con
nuestras maneras de actuar y hasta de pensar, un grupo
de gobernantes ciegos de poder y otros sus acólitos, acaparan las noticias dejando
un sabor amargo por lo
rastrero y bajo de su contenido, atacando agriamente la
SOBERANA decisión del pueblo paraguayo alegando una muy discutida rotura de
la DEMOCRACIA, inexistente por supuesto, sin mirar "la viga en sus propios
ojos" con respecto a la democracia en sus países........ ¡Qué vergonzoso¡
Hoy he querido compartir con Uds. parte del libro
“EL HOMBRE MEDIOCRE”
de Jose Ingenieros,
escrito hace cerca de 100 años, donde describe a los sátrapas
antes mencionados como si el estuviese con nosotros, con la
lejana esperanza de
que alguno de ellos lo pueda leer y con el triste consuelo
de saber que han existido
siempre.
"Individualmente
considerada, la mediocridad podrá
definirse como una ausencia de características personales que permitan distinguir al
individuo en su sociedad. Ésta ofrece a
todos un mismo fardo de rutinas, prejuicios y domesticidades; basta reunir cien
hombres para que ellos coincidan en lo impersonal: "Juntad mil genios en un Concilio( Las Cumbres) y
tendréis el alma de un mediocre". Esas palabras denuncian lo que en cada hombre no
pertenece a él mismo y que, al sumarse muchos, se revela por el bajo nivel de las
opiniones colectivas.
La personalidad
individual comienza en el punto preciso donde cada uno se diferencia de los
demás; en muchos hombres ese punto es simplemente imaginario. Por ese motivo, al
clasificar los caracteres humanos, se ha comprendido la necesidad de
separar a los que carecen de rasgos característicos: productos adventicios del
medio, de las circunstancias, de la educación que se les suministra, de las
personas que los tutelan, de las cosas que los rodean.
"Indiferentes"
ha llamado Ribot a los que viven sin que se advierta su existencia. La sociedad piensa
y quiere por ellos. No tienen voz,
sino eco. No hay líneas definidas ni en su propia sombra, que es apenas una
penumbra. Cruzan el mundo a
hurtadillas, temerosos de que alguien pueda reprocharles esa osadía de existir
en vano, como contrabandistas de la vida.
Y lo son. Aunque
los hombres carecemos de misión trascendental sobre la tierra, en cuya superficie
vivimos tan naturalmente como la rosa y el gusano, nuestra vida no es digna de ser vivida sino cuando la ennoblece
algún ideal: los
más altos placeres son
inherentes a proponerse una perfección y perseguirla. Las existencias
vegetativas no tienen biografía: en la historia de su sociedad sólo vive el que deja
rastros en las cosas o en los espíritus. La vida vale por el uso que de ella
hacemos, por las obras que realizamos. No ha vivido más el que cuenta más años, sino el
que ha sentido mejor un ideal; las canas denuncian la vejez, pero no dicen
cuánta juventud la precedió. La
medida social del hombre está en la duración de sus obras: la inmortalidad es el privilegio de
quienes las hacen sobrevivientes a los siglos, y por ellas se mide.
El poder que se
maneja, los favores que se mendigan, el dinero que se amasa, las dignidades que se
consiguen, tienen cierto valor efímero que puede satisfacer los apetitos del que
no lleva en sí mismo, en sus virtudes intrínsecas, las fuerzas morales que
embellecen y califican la vida; la
afirmación de la propia personalidad y la cantidad de hombría puesta en la
dignificación de nuestro yo.
Vivir es aprender,
para ignorar menos; es amar, para vincularnos a una parte mayor de
humanidad; es admirar, para compartir las excelencias de la naturaleza y de los hombres;
es un esfuerzo por mejorarse, un incesante afán de elevación hacia ideales
definidos.
Muchos nacen; pocos viven. Los hombres sin personalidad son innumerables y vegetan moldeados
por el medio, como cera fundida en el cuño social. Su moralidad de catecismo y su
inteligencia cuadriculada los constriñen a una perpetua disciplina del
pensar y de la conducta; su existencia es negativa como unidades sociales.
El hombre de fino
carácter es capaz de mostrar encrespamientos sublimes, como el océano; en los
temperamentos domesticados todo parece quieta superficie, como en las ciénagas. La
falta de personalidad hace, a éstos, incapaces de iniciativa y de resistencia.
Desfilan inadvertidos, sin aprender ni enseñar, diluyendo en tedio su
insipidez, vegetando en la sociedad que ignora su existencia: ceros a la izquierda que nada
califican y para nada cuentan. Su falta de robustez moral háceles ceder a la
más leve presión, sufrir todas las influencias, altas y bajas,grandes y
pequeñas, transitoriamente arrastrados a la altura por el más leve céfiro o
revolcados por la ola menuda de un arroyuelo. Barcos de amplia velamen, pero sin timón, no
saben adivinar su propia ruta: ignoran si irán a varar en una playa arenosa o a
quedarse estrellados contra un escollo.
Si hubiera de
tenerse en cuenta la buena opinión que todos los hombres tienen de sí mismos, sería
imposible discurrir de los que se caracterizan por la ausencia de personalidad.
Todos creen tener una, y muy suya. Ninguno advierte que la sociedad le ha
sometido a esa operación aritmética que consiste en reducir muchas cantidades a un
denominador común: la
mediocridad..."
Les recomiendo el libro “EL
HOMBRE MEDIOCRE” de este ilustre idealista
argentino….Léanlo.