Ésta es la inevitable pregunta que aparece en
cada uno de nosotros cada mañana cuando suena el despertador. Normalmente la
respuesta es dada automáticamente por la rutina de cada día: tengo que ir a
clases, a trabajar, a realizar algún trámite: no tengo más remedio. En todo
tiempo, pero particularmente en el estival, al menos para algunos, esta rutina
se rompe en parte con las novedades propias de vacaciones: el festival de Viña,
las vacaciones en la playa o simplemente la posibilidad de disfrutar de una
ciudad algo menos congestionada. Pero aún así, cada día que pasa deseamos más
que llegue el sábado; y durante toda la semana vivimos sino en un continuo
malestar y queja, si al menos con la sensación de que parte de nuestra vida, no
nos llena. Esperamos más del día, esperamos más de la semana, esperamos más de
la vida.
Yo quiero algo aunque no sea consciente en
ocasiones. Arrastramos el peso del desasosiego propio de quienes se sienten
siempre a medio camino en la satisfacción de sus anhelos. Pero al igual que
podemos decir esto, cuando pensamos que algo nos va a dar felicidad,
comprobamos que en le fondo queda una tristeza que nos lleva a decir: “¿Y nada
más? ¿esto es todo?”.
El alma humana se asemeja a un pozo sin
fondo, insaciable, frente al cual todo acontecimiento o vivencia parece poca.
¿Seremos eternos insatisfechos o existe algo que sí puede llenar todas nuestras
aspiraciones y anhelos? “Mi alma no descansará hasta que no descanse en ti,
Señor” dice San Agustín. Esta misma sensación de aparente insatisfacción pone
de manifiesto dos cosas: todos nosotros estamos constituidos por una promesa
que nos hace esperar todo de cada día; pero la misma naturaleza de esta
promesa, introduce inevitablemente la necesidad de una respuesta, y no
cualquier respuesta sino aquella que abarca todas nuestras dimensiones.
No basta con las realidades humanas, por
nobles y ricas que sean. La familia, el trabajo, los amigos, el estudio.
Paradojalmente, todas ellas deberán ser llenadas para saciar, ser elevadas a un
nivel superior si se quiere descubrir su encanto perenne y profundo. La
respuesta la anhelo profundo del hombre se encuentra en parte en las realidades
humanas, pero enriquecidas hasta el tuétano por el mundo sobrenatural, el más
allá que todo lo empapa. Y tarea del hombre, tarea de vida, es buscar
incansablemente esa respuesta, en la cual se encuentran presentes todas las
demás. La única en la que nuestra alma encuentra reposo.
Por eso la respuesta a la pregunta simple de
porqué me levanto permite una pluralidad de respuestas, pero una sola satisface
al hombre plenamente y con ella responde a todas las demás. Llenar esa pregunta
con otro contenido, permite llenar toda la existencia sin necesidad de más
respuestas que, a la larga, dejaran a medio camino nuestro apetito. El hombre,
o se trasciende a si mismo, o termina siendo medio hombre, vegetando, marcando
el paso, un saco de interrogantes desconsoladoras. Porque la felicidad no
consiste en la ausencia de preguntas, sino en la respuesta adecuada a todas
ellas.
El tiempo, sea de trabajo, descanso, de
paseos largos y somnolientos, o de gran frenesí y agitación, puede ser una
buena oportunidad de hacerse esa misma pregunta: ¿Por qué me levanto hoy? Un
desafío que permite, como siempre, varias respuestas. Entre ellas, bastará
escoger una, cualquiera, y apostar por ella. Notaremos que ésta misma exige
otra respuesta más. Sería una lástima llegar a fin de año con preguntas sin
responder.