Un
viejo refrán dice que el exceso de confianza conduce a la falta de respeto y el
exceso de respeto a la falta de confianza. Algo hay de cierto en ello. Para que
toda relación humana resulte fructífera, a veces vale más que se nos pase la
mano en la confianza que vivir eternamente con tiranteces y miramientos. Esto
no tiene nada que ver con faltas de respeto. Al contrario. Las palabras soeces,
burlescas, cargadas de acidez e hirientes no son más que signos de una pérdida
de confianza, de falta de fe en el otro. Por lo demás, se recurre a la
violencia verbal cuando ya hace tiempo dejamos de confiar en el otro.
Una
historia ilustra esta sutil diferencia entre confianza y exceso de cautela.
Cierto
día en un castillo de guerreros orientales necesitaron un nuevo guardia. El
Gran Maestro convocó a todos los discípulos para determinar quien sería el
nuevo centinela. El Maestro, con tranquilidad y calma, dijo: "Asumirá el
puesto el guerrero que resuelva el siguiente problema". Colocó una
magnifica mesita en el centro de la enorme sala en que estaban reunidos y un
jarrón de porcelana muy fino sobre ella, con un escorpión venenoso dentro de
él. Luego les dijo: "Aquí está el problema". Todos quedaron
asombrados mirando aquella escena: Un jarro de gran valor y belleza, con un
escorpión venenoso dentro. ¿Qué representaría? ¿Qué hacer? ¿Cuál es el enigma?
En ese instante, uno de los discípulos sacó una espada, miró al Gran Maestro y
a todos sus compañeros, se dirigió al centro de la sala y, ante el asombro de
todos, destruyó el jarro de un solo golpe, matando al escorpión. Tan pronto el
discípulo retornó a su lugar, el Gran Maestro dijo: "Tú serás el nuevo
Guardián del Castillo". El gran maestro no premió tanto la osadía del
discípulo como su confianza. El resto de los guardias, escrupulosos y
cuidadosos, no atinaron a hacer algo así justamente por faltarles lo esencial
en una relación humana de ese tipo, tal y como la exigía el maestro: la
confianza.
Tal
vez no sea necesario llegar a ese extremo para medir la confianza ajena, ni
tampoco resulta justo esperar tanta osadía para demostrar que uno se siente
"en confianza" en un determinado lugar de trabajo. El límite entre la
confianza y la desfachatez, la osadía y la inseguridad es muy tenue, pero no
pocas veces esas escamas de desconfianza enturbian y empañan las relaciones
humanas, haciendo de ellas meras caretas de formalidades plásticas,
artificiales y huecas, que inhiben antes que permitirnos una relación
distendida y abierta. Ni dar ni ganarse la confianza de alguien es tarea fácil.
Esto compete a todos en un grupo humano y más a quienes se encuentren en
niveles directivos. Ellos determinarán el ambiente de distensión, cercanía y
cordialidad que exista en el lugar de trabajo o bien el de tirantez y recelo
reinantes. Generalmente ganamos la confianza de aquellos en quienes ponemos la
nuestra. Pero para ganarla, hay que darla aunque en el camino se termine sufriendo
más de una decepción. "Es siempre más noble engañarse alguna vez que
desconfiar siempre", dice el dramaturgo español Jacinto Benavente.
Cuando
se cultiva la confianza mutua, las dificultades se resuelven mejor y las
relaciones laborales resultan más fecundas. La honestidad, el expresar nuestro
parecer de frente e invitar a otros a hacerlo, lleva a una mayor confianza
mutua. La veracidad no tiene nada que ver con miramientos forzados o timideces
que más ocultan cobardía que otra cosa.