MIS
CONVERSACIONES CON AZORÍN
LA
CASA DE LOS SIETE BALCONES
I
EL
REALISMO
Vicente Adelantado
Soriano
El
cielo estaba nublado, aun así hacía calor. Pensé que tal vez fuera
útil salir de casa provisto con un paraguas. De joven los paraguas
no me gustaban nada. Me molestaban. Prefería mojarme a cargar con
ellos. Los constipados me hicieron cambiar de opinión. Ahora me
encantan los paraguas grandes, llamativos y el sonido de la lluvia al
golpear sobre la tersa seda. Al verlo, Azorín me recordó una breve
anécdota.
-Me
imagino que conocerá usted la anécdota de Valle-Inclán.
-¿Se
refiere usted a aquella en la que en una obra de teatro el personaje
le dice a una mujer que “eres un cuerpo de seda con un alma de
hierro”?
-Sí,
a esa me refiero. Yo no sé la cita de memoria, pero creo que sí, es
algo así. Y que Valle, al oírlo, se puso de pie en el teatro, y
ceceando dijo, “pues es usted un paraguas”.
-Sí,
la había leído. ¡Vaya con don Ramón!
-Terrible,
terrible. Imagínese eso en un teatro.
-Es
de suponer que se montaría un escándalo de padre y señor mío.
-Sí,
creo que sí. Pero dejemos a don Ramón, querido amigo; si no
recuerdo mal quedamos, el otro día, en que hablaríamos de una obra
de teatro, La
casa de los siete balcones.
-Recuerda
usted muy bien, Azorín. En eso mismo quedamos.
-¿Y
qué le ha parecido a usted la obra de Casona?
-Francamente,
me ha gustado mucho. ¿Sabe usted, Azorín? Si yo fuera director de
teatro, tuviera dinero, o pudiera, montaría esta obra y la otra, la
de Prohibido
suicidarse en primavera.
-¿Y
no tendría usted miedo a arruinarse? Me dijo el otro día que el
teatro no pasa por un momento boyante, a menos que no cuente con
actores conocidos gracias a la televisión.
-Sí,
es cierto. Pero el montaje, dirigido por mí, sería muy bueno, los
actores inmejorables, y tendría mucho éxito.
-Me
alegra verlo con esa energía y ese convencimiento.
-Y
en caso contrario, ¿no se arruinaban los ricos persiguiendo a
actrices o sopranos? Yo, más ambicioso, me arruinaría por todo el
teatro entero. Por todo él.
-¡Vaya!
Es usted un romántico.
-¿Cree
usted que el paraguas desdice con el romanticismo?
-No,
déjese, si llueve nos vendrá muy bien.
-Pero
la tuberculosis...
-¡Hombre,
déjese usted de enfermedades románticas! Ande, hable de Casona.
-Como
usted quiera. Casona, de entrada, me ha planteado un grave problema.
-Lo
escucho, lo escucho.
-Usted
sabe, mejor que nadie, que las historias de la literatura, por regla
general, se limitan a repetir lo que ya dijeron las anteriores sin
prácticamente cuestionar nada, o muy poco, de lo dicho o afirmado.
-Sí,
algunas veces me enfadé yo por esas cosas. Porque todas las
historias condenaban, sin más, la última novela de Cervantes, Los
trabajos de Persiles y Segismunda.
Y me parece que ese magnífico libro no lo ha leído casi nadie. Y
menos quienes hablan de él.
-Me
viene de maravilla que haya citado usted esa novela.
-Pues
usted dirá.
-En
casi todas esas historias de la literatura se habla del carácter
eminentemente realista de la literatura española.
-Sí,
es cierto.
-¿Y
qué opina usted?
-¿Qué
voy a opinar? Que hemos tenido una pléyade de escritores tan
geniales que han engañado a unas cuantas generaciones de críticos.
O sencillamente a la primera. La segunda se limitó a repetir lo ya
dicho. Y la tercera, y la siguiente...
-¿Quiere
esto decir que no está usted de acuerdo con el adjetivo de realista
aplicado a la literatura española?
-Comprenderá
usted que tendríamos que definir primero qué es el realismo.
-Cojámoslo
en el sentido corriente de la palabra.
-Esa
media sonrisa suya me está indicando que tiene usted más que
preparada la conversación, ¿me equivoco?
-No,
Azorín, no se equivoca usted. Temía que algo así se iba a plantear
en la discusión, y me he tomado la libertad de hacer unas
anotaciones en este papelillo.
-A
ver, lea usted.
-Real,
según el Diccionario de la Real Academia Española, viene del latín
res,
rei, que
quiere decir cosa. Por lo tanto real será aquello “que tiene
existencia verdadera y efectiva.”
-Bien,
podemos aceptarlo como punto de partida para nuestra discusión.
-¿Me
permite ampliar la definición?
-¿Cómo
negárselo después de las molestias que se ha tomado?
-No,
no ha sido molestia. Sabe usted que me encanta conversar con usted, y
que prefiero no divagar, puesto que soy yo quien debe exponer el tema
de hoy que es, no lo olvidemos, La
casa de los siete balcones.
-Va
a resultar usted un conversador terrible. Lea, lea.
-Pero
compartiremos el paraguas en caso de lluvia.
-No
esperaba menos de usted. Lea, por favor.
-El
Realismo, según el mentado diccionario, es una “forma de presentar
las cosas tal como son, sin suavizarlas ni exagerarlas.” Esa es la
primera acepción.
-No
es muy explícita que digamos.
-Ya,
ya sé que se pueden hacer muchas objeciones.
-¿Y
la segunda?
-Dice
que el Realismo es un “sistema estético que asigna como fin a las
obras artísticas o literarias la imitación fiel de la naturaleza.”
-¿Y
qué opina usted?
-Que
hace mucho calor, y que la literatura española no es nada realista.
-Sobre
la primera parte de su afirmación es posible que tenga usted razón,
pero yo no lo noto: soy mayor y necesito el sol, más sol; y la
segunda, querido amigo, la tendremos que discutir.
-¿No
me dirá usted que es realista Los
trabajos de Persiles y Segismunda?
-No,
por supuesto que no. Ni siquiera le voy a decir eso del Poema
de mío Cid. Creo
que tiene usted bastante razón en todo cuanto dice.
-Pero
lo quiere matizar.
-Si
usted me lo permite.
-Por
supuesto que sí. Si en realidad debería callarme yo para dejarlo
hablar a usted.
-No,
por favor. Los diálogos siempre son enriquecedores. Pero quizás
deberíamos plantear el problema desde otro punto de vista, el de la
verosimilitud.
-Me
temo que eso tampoco va a explicar mucho las cosas.
-Sí,
tal vez tenga usted razón. Desde luego no es nada verosímil Los
trabajos...
-Ni
tal vez El
ingenioso hidalgo...
¿Y Lázaro
de Tormes?
-Si
ha leído usted documentos de la época sabrá que era terrible cómo
trataban a los niños. Lázaro es un privilegiado, si tomamos su
historia al pie de la letra. Cosa que no se puede hacer por cuanto el
autor se vale de cuentos folklóricos.
-¿Entonces?
-¿Qué
le parece a usted? ¿Estamos en un callejón sin salida?
-Estando
con usted no me lo puedo creer.
-Ha
dicho que no le parecía realista la obra de Casona, al menos La
casa de los siete balcones, ¿es
así?
-Sí,
así es.
-¿Y
por qué? ¿Qué razones tiene usted para afirmar eso?
-Le
voy a hablar desde mi punto de vista. Quiero decir, sin tener en
cuenta teorías, críticas, ni nada de esto. Sin pretensiones.
-Es
lo mejor. Hable.
-Siempre
se me ha hecho duro de creer que un hombre, por una mujer, olvide su
hacienda, su hijo, su familia y se entregue a una... digamos, pasión
bestial.
-Igual
que doña Emilia, usted no acepta el naturalismo.
-¡Azorín!
Eso es un golpe bajo.
-¿Usted
cree?
-Sí,
pues en La
madre naturaleza...
-Sí,
ya sé; se plantea un caso similar. Y eso no es realismo. ¿Usted
cree que esta discusión nos va a llevar a alguna parte?
-Sí.
No se ría usted.
-Vaya,
ha venido usted cargado de papelitos.
-Si.
Además, este le sonará: “La novela es una rectificación de la
realidad: encontramos que la realidad es imperfecta, y la
rectificamos. Y la realidad no es lógica, ni coherente, ni natural;
lo que pintamos nosotros, sí es lógico, coherente y natural. No hay
más Naturaleza que la del novelista; la otra es adulterada.”
-¿Son
palabras mías?
-Sí.
De un su artículo titulado “La Novelística”.
-Estamos
cerca de la fuente, ¿le apetece usted que nos sentemos un ratito y
nos tonifiquemos con el agua?
-Sí,
por supuesto.
Nos acercamos a la
fuente con paso lento. Al fondo resaltaban las montañas con su
escasa y brillante nieve. El cielo se iba oscureciendo por momentos.
Azorín se sentó ignorando las nubes. Creo que confiaba en mi enorme
paraguas de seda amarillo. Mi color preferido. Brillaba como el oro
bajo aquellas nubes grisáceas. Yo confiaba en Azorín para sacar
algo en claro de la discusión. Pero las buenas discusiones también
hay que paladearlas. Bebimos agua y descansamos durante unos minutos.