Guardábame
yo de decirle [a
la Historia] que
predicaba para gentes que aún tardarían un rato en nacer.
Benito
Pérez Galdós, La
primera república.
La
Historia es, o era, una asignatura que se impartía antes en estos
reinos, y en otros sistemas educativos ya abandonados. Servía, en
algunos casos, para conocer el propio país, sus gentes, sus
avatares, movimientos, logros y fracasos.
Por supuesto había, y hay, libros de texto tendenciosos, dispuestos
a cantar las glorias presentes, pasadas y futuras, y a obviar aquello
que al poder del momento no le interesara. Así, y tal vez fuera
interesante hacerlo, se podría escribir la historia de un país
describiendo los libros de texto que se han utilizado en las aulas a
través de los años.
Había también, y los
hay, profesores dispuestos a seguir el juego al poder, pues estaba,
por encima de todo, su vanidad, las prebendas, su posición social, y
todos los espejismos que uno se pueda imaginar, dispensados por el
dueño y señor del cotarro, es decir por quien ejerce el poder.
Estos profesores, y periodistas, en la jerga popular son conocidos
con el nombre de “estómagos agradecidos.” Pese a todo, hoy ni en
la ESO ni el bachillerato hay ni Historia, ni historia del arte, ni,
profesores que se vendan por defender a los cristianos viejos contra
los moriscos, ni prácticamente nada de nada. No hay ni siquiera
literatura.
Resulta descorazonador,
al respecto, hacer una salida didáctica por la ciudad, que un
monitor pregunte a un grupo de alumnos si saben de qué estilo es la
catedral de su ciudad, y estos, mirando hacia todos los lados, no
sepan qué es el gótico, ni el románico, ni un arco, ni un capitel,
ni un pilar. Ignoran también, por supuesto, quién fue el Cid,
Azaña, Fernando VII o Napoleón. Lo ignoran todo. Y no es eso lo
grave. Lo grave es, pareja a su ignorancia, su total carencia de
sentido crítico, y su complacencia con la situación. Sabido es que
una persona puede no haber pasado por las aulas, y no por eso estar
falta de cultura, entendiendo por esta tener unos principios, un
criterio y unos puntos de vista que permiten distinguir el plomo de
la plata. Eso que se llama sentido común.
Actualmente
la Historia, la que puede servir para formarnos una idea, crítica si
el posible, de nuestro país, ha sido prácticamente suprimida.
Carecemos así de perspectiva ante los hechos que van sucediendo día
a día. Esa ignorancia la aprovechan, bastante bien, pese a lo burdo
de sus razonamientos, y a lo bronco de sus posturas, algunos señores
reunidos en torno a una mesa, una tertulia, llamados periodistas
o más inadecuadamente si cabe, tertulianos. Algunos de estos mal
llamados periodistas han clamado al cielo, por ejemplo, cuando un
médico ha provocado un aborto recordándoles el juramento
Hipocrático, y algunas cosas más. En la facultad de periodismo al
parecer nunca se han hecho juramentos de ninguna clase. Se ha
hablado, eso sí, de la objetividad, transparencia y demás. Pero de
todos es conocido que la objetividad como tal no existe. ¿Para qué
andarnos, pues, con tonterías? Si Zola se permitió definir el
Naturalismo como un rincón del mundo visto a través de un
temperamento, se podría definir una buena parte del periodismo
actual diciendo que es lo que acontece en la rúa visto a través de
unas fobias, de unas manías, y de unos intereses rara vez
confesados.
Las
manías y los odios sirven para cerrar puertas, para negar aquello
que nos incomoda y evitarnos, así, tener que comprenderlo. Odiar al
otro, negarlo, supone no reconocerle ninguna parte de razón en el
mejor de los casos, y llevarlo ante el paredón de fusilamiento en el
peor. Una buena misión tanto para la historia como para el
periodismo podría ser la de tratar de explicar, entender y
comprender lo que que acontece, y hacerlo con una cierta objetividad,
sine
ira et studio,
sin encono ni parcialidad. Tal vez esto sea pedir cotufas en el
golfo.
Sin
darles la razón a unos, ni quitársela a los otros, leyendo, que no
se leen, los Episodios nacionales, de Pérez Galdós, termina uno por
asquearse de tanta guerra, tanta matanza, tanto fusilamiento y tanto
inútil sufrimiento. ¿Y para qué? ¿Qué hemos logrado? Responder a
esta pregunta nos podría llevar a un largo ensayo y, tal vez, a una
interminable discusión. Lo que no hemos logrado los españoles, ni
parece que lo vayamos a lograr nunca, es el sentido de nación, de
colaboración y solidaridad entre todos, de una idea o un ideal común
a todos sea cual sea la ideología y el pueblo de cada uno. Aquí,
como sucede con los tejidos viejos, en cuanto estalla una pequeña
crisis surgen aires de independencia por todos los costados. Es el
deshilachado, el sálvese quién pueda, alentado por los propios
políticos, sus gobiernos ya sus autonomías. Las redes clientelares
y el nepotismo. Todo esto, autonomías, nepotismo y corrupción,
excesiva burocracia en fin, nos ha llevado a una espantosa crisis en
la que, igual que en la Edad Media, unos pocos estamos alimentando a
unos muchos. Esos muchos han formado una verdadera casta a la que
todo le está permitido.
Lo
más gracioso de todo es que, pese a robar y estafar, la gente los
sigue votando. No sabemos si por ignorancia, por masoquismo o por
aquello de “yo, en su caso, haría lo mismo”. Con mentalidades
así de nada sirve estudiar Historia. O esta, como dice don Benito,
habla para gente que todavía no ha nacido. Sí, por desgracia el
heredero directo de los Episodios es el libro de Manuel Chaves
Nogales A sangre y fuego. Esperemos que también sea su final. En
caso contrario, que el Señor nos coja confesados.