El 1°
de mayo celebramos el día del trabajo pero también, a partir del
año pasado, un aniversario más de la beatificación de Juan Pablo
II. Eventos aparentemente distintos, pero que tienen mucho que ver el
uno con el otro.
Recordamos
el trabajo de miles de personas en el mundo entero que hacen posible
el progreso humano. Recordamos sobre todo el trabajo físico, duro,
sudado. Es cierto que cada uno, desde lo suyo, coopera a este
desarrollo. Pero es innegable que hay trabajos particularmente
sacrificados. Y a ellos se debe dirigir ese homenaje.
Lamentablemente, el tema laboral es espinudo y complejo por estas
tierras. No puede ser que sea fuente de tantas tensiones. El trabajo
está llamado a dignificar, a hacer mejores a las personas, a crear
sociedad, a hacernos más felices. Pensamos en este 1° de mayo en el
trabajo pesado de obreros, agricultores, mineros; el trabajo de
millones que, día a día, alimentan el quehacer de toda la sociedad.
Sin ellos, la máquina no funciona.
Pienso
también en el trabajo de millones de mujeres, que sudan y se
desviven por sus hijos. Muchas de ellas en horarios de trabajo muy
exigentes, con malos sueldos e ingratitudes. Si fuese remunerado el
trabajo maternal, otro gallo cantaría. Su aporte a la economía
global es inestimable. Muchas que hacen de profesoras, economistas,
carpinteros y cocineros a la vez.
La
discusión en torno al post y prenatal nos debe servir para
sensibilizarnos ante una realidad complicada: la incorporación justa
de la mujer-madre al mundo laboral. Se han dado pasos positivos, pero
aún falta mucho.
La
celebración de cada 1° de mayo nos debe llevar a soñar una
sociedad más humana, moderna y de mayor riqueza, pero no a costa de
la dignidad de las personas. Aspiramos a un crecimiento que integre y
dignifique, donde todos sean parte de esta gran mesa común.
Pero
celebramos también un año de la beatificación de Juan Pablo II, Papa que
estuvo en Chile hace varios lustros, pero que se encuentra aún en la
retina de millones de chilenos y millones en el mundo entero.
Recordamos sus innumerables viajes que lo llevaron a casi todos los
rincones del globo; su dedicación a los jóvenes y familias,
haciendo de ellos su objetivo prioritario; su celo por la dignidad
del hombre desde su concepción hasta su ocaso natural.
Juan
Pablo II se jugó por la democracia en un mundo libre. Justamente por
haber vivido decenas de años en un régimen opresivo como fue el de
la Polonia comunista, apreciaba y sabía del valor de la libertad y
la participación en las decisiones que atañen a todos. De eso habló
en su visita a Chile en una época difícil de nuestra historia. Supo
tocar todos los corazones. Su encuentro con la juventud, las
familias, los pobladores en La Bandera, con los políticos, son
recuerdo imborrable y constituyen tarea y misión.
Feliz
día del trabajo. Que sea una renovación en la dignificación del
hombre y su misión de cocreador con Dios.