También en los libros veo piedras, como este caso. Las piedras que la autora evoca son, claro que sí, piedras auténticas, reales, en canchos, minas o catedrales, en su pluma y dibujos, convertidas en miedos, recuerdos, nostalgias, silencios y noches, de una historia de frontera medieval.
Ilustraciones acuosas que parecen clichés coloreados sobre blanco y negro, remarcadas de tinta más o menos espesa, negra en inicio, que salpica el fondo del papel y de nuestro intelecto… que acaban convertidas en objetos sólidos gracias a las palabras añadidas, donde los mundos imaginados dejan de serlo, convirtiéndose en brutales, demasiado perceptibles tras el décimo vistazo. La clave, el poemario, en cambio, requiere mil y una lecturas para entender que no habíamos entendido nada de las ilustraciones el millar de veces anteriores.
“Hay piedras que cuentan historias, marcas calladas, marcas de heridas…” dice la contraportada sobre un fondo de atardecer, donde se ve (se escucha) el silencio (frontera entre la realidad y la inexistencia) de un lugar aparentemente moribundo, antiguo y muerto, sobre el que flotan los pensamientos, los recuerdos de lo viejo, rejuveneciendo el cuadro. Esta técnica es llevada al extremo en Heridas del Tiempo, una imagen virtuosa del ayer y del ahora al unísono, a ambos lados de la venda, que no es lo mismo que a ambos lados del cuadro.
Un pequeño gran libro, donde las piedras escuchan y susurran. Y callan para que sea nuestro ego el que dé su opinión, acariciando los relieves invisibles que han sido tejidos aparentemente por una mano invisible. Sin embargo, estamos siendo engañados hasta el máximo, pues finalmente las imágenes de piedras y de Historia vuelven a hablarnos, quizá ahora gritando a través de sus cicatrices o heridas abiertas, por donde vemos mecerse el tiempo, que refluye con colorido, el que surge de la unión de los dos mundos.
Nunca un historiador tendrá semejante oportunidad de asomarse al mundo tal y como lo vería un Lovecraft, distorsionado y psicodélico, aunque paralelo, visto y no visto, mágico y hasta conceptual. Eso es la pintura que he descubierto en esta miniatura que ya tengo en un lugar especial de mi biblioteca, de donde va y viene a mi mesita de noche, para llevarme y traerme al pasado y sus historias, y comprender el mundo en ciertos sentidos, seguir las rutas de los amores antiguos y atravesar fronteras sólo de ida, vagando por un mundo lo más parecido a lo onírico que podía dibujarse y del que se vuelve sólo y exclusivamente al despertar o al pasar página. Ojalá un geólogo se atreviera alguna vez a pintar esos otros mundos del pasado mayúsculo, en viajes temporales varios órdenes de magnitud al evocado por Laura Díaz Santos.
Piedras que cuentan historias está editado por IMCREA EDITORIAL (www.laeditorial.es) y creo que es una historia de esas historias que necesitaban ser contadas sobre aguafuertes.