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Esa es la lectura que algunos, en un alarde de genialidad han hecho
del calendario maya. Y de eso hace festín una parte de la industria
cinematográfica que gusta explotar estos signos apocalípticos hasta
la saciedad con películas que resultan buena carnada para un público
hambriento de sensacionalismos.
Pero no se preocupe. De acabarse el
mundo, no será por lo que se desprenda de una lectura antojadiza de
fechas, lo que nos movería a una preparación histérica del fin.
Esa y otras interpretaciones confusas nos conducen a derroteros tan
estrambóticos como hilarantes. Desde que el ser humano tiene uso de
razón, la idea del fin se le presenta no solo desafiante sino fuente
de temores oscuros y augurios terribles. Mirar al futuro resulta, no
pocas veces, causa de incertidumbre. Vista la explotación
irresponsable de los recursos naturales, los pronósticos
hollywoodenses no se alejan de lo que, potencialmente, podría
sucederle a este pequeño mundo nuestro en unos siglos más, o sea, a
la vuelta de la esquina. La extendida idea de una lucha entre el bien
y el mal invade buena parte de las concepciones religiosas donde se
tiende a darle una preeminencia a la idea del mal sobre el bien.
Pero la perspectiva cristiana lleva a
otra lectura de la realidad y cambia este paradigma pesimista. Al
final del túnel no hay un fin dramático, sino una luz de esperanza,
de la vida en plenitud. En efecto, una mirada sobrenatural a la vida
y cimentada sobre supuestos religiosos sanos, llevan a la convicción
de que “el todo” de la Creación no desemboca en un fin trágico,
sino en un fin plenificador. Hay esperanza.
Pero pareciera que eso no se condice
con el proceso autodestructivo en que hemos caído como humanidad.
Los datos más sobrios muestran un panorama preocupante. De seguir la
explotación de los recursos naturales al ritmo de los últimos
lustros, la mayoría de ellos se acabarían en algunos decenios más.
Como botón de muestra basta mirar la desertificación de extensas
zonas donde hasta hace unos años reinaba el verde. Y no son datos
alarmistas sino evidencia pura y dura.
La mirada cristiana da luces para no
caer en una angustia paralizante. Se hace cargo de lo grave de una
conducta enemiga de la creación e invita a hacer un uso responsable
y amigable de los bienes, el único uso verdaderamente humano. Sobre
todo, contempla el futuro con una mirada esperanzadora, da “razón
de la esperanza” (1Pe 3, 15), explicando con la vida cuáles son
los cielos nuevos y la tierra nueva (Ap 21,1) hacia la que se dirige
el hombre; su sentido último, que se hace presente aquí y ahora en
su propia vida, anticipando la bondad, belleza y verdad que nos
espera. Sí, a pesar de los signos desconsoladores, hay más de vida
y esperanza.
Se dice que le preguntaron al gran san
Francisco de Sales qué haría si sabe de la fecha de su muerte, que
para el caso sería lo mismo que este anunciado fin del mundo. Nada,
responde. Seguiría en lo mismo, trabajando como si fuese el último
día. Y la pregunta se le plantea al hombre una y otra vez. Y podemos
responder lo mismo. “Igual plantaría un árbol” respondería
Martin Luther King.
Para quien la vida no se agota en la
contingencia sino que continúa en un más allá que sí se presenta
como definitivo, la vida es acicate para entregarse a los demás y
aprovechar al máximo lo que se ofrece. Se vive más serenamente, sin
dejarse abrumar en exceso por la contingencia. Es más, esa mirada
trascendente ayuda a contemplar lo inmediato con una sana distancia,
la que permite abordarlo con mayor sabiduría. Quien vive sabiéndose
transitorio, ave de paso, y con los ojos puestos en la eternidad,
vive mejor: actúa como si fuese el único que puede emprender algo,
pero con la confianza en el otro, que continuará igual la tarea. Ya
que sabe que, finalmente, todo depende de un Creador que tiene el
timón de la barca y fija el curso del viaje.
Solo tenemos esta vida para hacer el
bien. “El mundo de hoy tiene más necesidad que nunca de
redescubrir el sentido de la vida y de la muerte en la perspectiva de
la vida eterna” dice Juan Pablo II en un discurso a jóvenes.
Palabras plenamente vigentes. Entre más frágil sentimos esta
pequeña tierra nuestra, tanto más requiere el hombre de un asidero
en la trascendencia, de una ligazón en lo perenne, que le ayude a
vivir con sentido la propia vida y, lo más importante, darle sentido
a la de los demás.
Con o sin fin del mundo maya, ésta
vida nuestra aquí y ahora se vive más en plenitud si se la
aprovecha bien. Cada día, cada paisaje, cada momento, como el
primero y el último.P.Hugo Tagle@hugotagle