Se dice que muchas de las personas que perecieron en los
campos de extermino nazis eran homosexuales. Aparentemente los nazis
aprovecharon La noche de los cuchillos
largos no sólo para acabar con el poderío que había adquirido Ernst Röhm dentro
del partido sino también con el ala homosexual que éste representaba. A partir
de ahí se puso más énfasis en el famoso
artículo 175 del código penal alemán que penalizaba las relaciones homosexuales
y se creó una sección especial dentro de la ´Gestapo, la policía secreta, para
luchar contra la homosexualidad. El caso es que para los nazis el
homosexualismo representaba una degeneración racial y dificultaba la perpetuación de la raza aria. Otro tanto
se podría decir del régimen cubano, el cual, en su construcción del “hombre
nuevo” ha combatido el homosexualismo desde los inicios mismos de la revolución
a través de las llamadas Unidades Militares de Ayuda a la producción (UMAP),
donde fueron a parar miles de cubanos homosexuales. La persecución que han
sufrido los homosexuales en la isla adquiere visos emblemáticos en la figura del
poeta Reinaldo Arenas, quien antes de
suicidarse en New York dejó una sentida carta culpando al régimen cubano de
muchos de sus padecimientos. Irónicamente
ahora la sobrina de Fidel e hija de Raúl, Mariela Castro, dirige el Centro
Nacional de Educación Sexual, a través del que se pretende reivindicar desde el
gobierno los derechos de los homosexuales y las lesbianas. Estas políticas de
los estados totalitarios muestran no sólo el odio por los seres y las minorías
que en algún momento representan la diferencia, sino que a su vez resumen una alta dosis de temor, temor a que
el diferente nos contamine –como dice la
canción de Pedro Guerra, cantada por Víctor
Manuel y Ana Belén– y que en el proceso perdamos nuestra identidad; en los
casos señalados, una identidad muy frágil, producto únicamente de la fuerza.
Esto viene a cuento porque recientemente la tierra de
Gabriela Mistral y Pablo Neruda se ha visto sacudida por el brutal asesinato
del joven homosexual de 24 años Daniel Zamudio, quien falleció luego de la golpiza que le propinó un grupo de
neonazis que, según se dice, le dejaron la esvástica marcada en su cuerpo.
Varias han sido las reacciones que ha suscitado este hecho, hasta incluso la
aprobación de una ley contra la discriminación por parte del Congreso chileno,
pero ha causado particularmente desagrado lo dicho por el representante de la Red
por la Vida y la Familia, el abogado Jorge Reyes, quien ha criticado los
hábitos y la persona del joven Zamudio. Seguramente, y eso nadie lo pone en
duda, que la vida de este joven no era una vida ejemplar –como no lo es la de
la mayoría de las personas–, pero lo que se censura es que se le agreda por su condición
sexual. Lo que se reprocha es que la diferencia de ideas, la preferencia
sexual, la pertenencia a otra religión o
raza, puedan provocar, como ha sucedido, la violencia y hasta la muerte del otro.
En la exquisita novela de Carlos Ruiz Zafón, titulado La sombra del viento, situada en los
tiempos que siguieron a la Guerra Civil española y en plena dictadura del
“Generalísimo por la gracia de Dios” –quien por cierto tampoco tuvo mucha
contemplación con los homosexuales, y no precisamente por el asesinato del
poeta granadino Federico García Lorca, sino por la persecución que se desató
contra ellos al finalizar la guerra–, uno de los personajes, luego de enterarse
de que la policía ha maltratado a Federico, su vecino, un homosexual a quien han dejado tirado en la puerta de su casa
ensangrentado y con la ropa hecha girones, exclama: “Es que la gente es mala” .
A lo cual responde otro: “Mala no. Imbécil, que no es lo mismo. El mal
presupone una determinación moral, intención y cierto pensamiento. El imbécil o
cafre no se para a pensar ni a razonar. Actúa por instinto, como bestia de
establo, convencido de que hace el bien, de que siempre tiene la razón y
orgulloso de seguir jodiendo, con perdón, a todo aquel que se le antoja
diferente a él mismo, bien sea por color, por creencia, por idioma, por
nacionalidad o, como en el caso de Federico, por sus hábitos de ocio. Lo que
hace falta en el mundo es más gente mala de verdad y menos cazurros limítrofes“.
Por lo que se ve, tal vez tenga razón el escritor
español: el mundo parece estar lleno de imbéciles y cazurros limítrofes.