Miro el reloj y son las seis, y es una lástima que no estés aquí.
Aún no llegas a cumplir con la palabra empeñada y vienen a mí los versos del
poeta.
Acaso él desesperaba como yo; o soy quien vive una vida anterior y
mira en el pequeño reloj del monitor la misma hora que el poeta miró en el
reloj de pared.
Acaso mientras él tecleaba en una vieja máquina de escribir y
manchaba sus dedos con el papel carbón, ya gestaba el poema que lo
inmortalizaría años después.
Será que sus versos son la evidencia de que ella jamás llegó; o
fueron escritos en la quietud de un cuarto, entre las humedades de una cama
sobre la que reposaba el cuerpo adormecido de la mujer.
Yo, en cambio, de algo estoy seguro. No llegarás de sorpresa, la
cita define la espera; no escribiré poemas que un futuro enamorado haga suyos y,
aunque nuestro encuentro se selle con un beso de igual o mayor intensidad que
el que parió aquellos versos, no quedaré con la mancha roja de tus labios, que
presumen de una naturalidad extraordinaria; ni mis manos, agotadas de tanto
corretear sobre el teclado de la computadora, podrán dejar más huellas que las
caricias que guardan para ti.