Desde
el momento en que nacen ( inocentes, indefensos, dependientes absolutamente de
sus padres ) ocupan un lugar importante en nuestra casa y luego en nuestras
vidas.
A
sólo horas, nuestro retoño se vuelve una autoridad en casa.
Ya
nada será igual. Se vive en función de ellos, se duerme menos, se gasta más y
nuestras antiguas salidas de fin de semana, con nuestro círculo de amistades,
se ve notoriamente restringido.
Esos
locos bajitos nos roban la libertad y nuestro corazón. Ahora serán
protagonistas de todas las fotos, serán los causantes de mayores esperas y
caminatas a raíz de celebraciones de cumpleaños. Bolsas llenas de globos de
colores, dulces por doquier, invitaciones... ¡vamos los papás! a pintar las
piezas con entusiasmo, que vendrán los abuelos, los tíos, los primos, los hijos
de los compañeros de trabajo, el vecinito, etc.
La
casa rebosa alegría y felicidad. Luego de aquel primer sismo, se
sobreviene la réplica: limpiar todo.
¿
A quién no le pasó ? Como señala nuestro cantante Américo...
" ¡Qué levante la mano! ... y todo lo que sigue en esta rítmica y pegajosa
canción.
Pero
el tiempo pasa indefectiblemente: luego será el primer día de clases, su primera
caída en bicicleta, los primeros permisos para quedarse en casa de sus
primitos, sus primeras fiestas y pololeos, nuestras segundas desveladas para ir
a buscarlos, las reuniones de apoderados, la conversación familiar acerca del
sexo y sus consecuencias, sus prevenciones, el contarles la historia de alguna
desgracia ocurrida al vecino de la cuñada del primo de la hermana de su tío
lejano... en fin.
Y
de pronto, como quien se queda dormido en un cine, nos despertamos de súbito y
vemos a nuestro hijo o hija en una formal ceremonia de colegio. Nuestro
retoño, quien rompió con sus manitos en menos de cinco minutos aquel juguete
regalón que conservé por más de 25 años, está egresando del colegio y se
dispone para el ingreso a la Universidad.
Ahora
cobra sentido... ahora entiendo por qué le saqué tantas fotos cuando fue
niño... quise robarle al tiempo un poco de la magia infantil. Quise
detener algo que es imposible, que creciera.
Ahora
mi hijo me reclama, está en desacuerdo con mis ideas, dice que no lo entiendo,
dice que soy anticuado, que en mis tiempos... pero que ahora es distinto...
Los
miedos son distintos, ahora. Citando al cineasta Aristaraín, en una de
sus películas, un padre confiesa sus miedos de demostrar afecto a su hijo.
"No
es miedo a que le pase algo, es pánico. Quiero que esté bien, que le vaya bien,
pero que no sea un vago, que busque su camino. Tengo miedo a que se muera, qué
se yo. Lo querés tanto que... si se muriera, te morís con él"
(Martín Hache. Escena en donde conversa Martín padre, con Dante, su
amigo actor y homosexual).
Mientras
ellos crecen... nosotros, sin darnos cuenta, nos vemos mayorcitos. Y aún
con nuestros años a cuestas ni con toda nuestra experiencia acumulada, hemos de
reconocer que nuestros miedos no se han ido del todo.
Eduardo Rivera, Ingeniería Civil
Es imposible leer esta columna y no sentir que la emoción te embarga al pensar en tus propios hijos...
Muy linda columna, felicitaciones
Noel Pérez García, Comunicación
Gracias a ti Jorge, se nota una alta sensibilidad en tus escritos que me precio de seguir.
Un abrazo
Noel
Jorge Navea Araya, Educación
Estimado Noel: Agradezco tu gentil comentario. Te pido disculpas por no haberme dado cuenta antes de que te podía responder a través de esta misma vía... He leído algunas columnas tuyas y veo que tienes mucho que decir. Estaremos en contacto, entonces. Un abrazo cordial desde Chile.
Noel Pérez García, Comunicación
Muy hermosa columna Jorge, no tengo el placer de ser padre, pero si soy hijo, y me ha ayudado a ver desde el otro lado de la ecuación.
Mis felicitaciones
Noel