La guerra contra las drogas y el narcotráfico cumple 100 años.
Por: Gonzalo Andrés Muñoz.
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En 1912, cuando se
aprobó el primer tratado internacional contra las drogas, no todos creían
prioritario perseguir el consumo y comercio de drogas ilícitas.
En Enero de este año se cumplieron
cien años de la firma del primer tratado internacional contra las drogas y
aunque hoy se da por hecho que los gobiernos cooperan en la lucha contra el
tráfico de heroína o cocaína, no ocurría lo mismo en 1912.
Hace
cien años, las drogas pasaban con facilidad de un país a otro sin que las
autoridades interpusieran grandes obstáculos. Todo empezó a cambiar con la
Convención Internacional del Opio, por la que los países firmantes se
comprometieron a detener el comercio de opio, morfina y cocaína.
Entonces,
como ahora, Estados Unidos representaba la avanzada de la ofensiva contra los
narcóticos. Mientras, Reino Unido, la potencia hegemónica durante el siglo XIX,
firmó con poco entusiasmo aquel tratado.
Hace un
siglo la inquietud principal era el alcohol. Había un gran debate sobre la
intoxicación ya que preocupaba la costumbre de consumir ingentes cantidades de
alcohol, muy extendida en el siglo XIX.
La
ambigüedad respecto al opio era comprensible. Reino Unido había librado dos
guerras a favor del comercio de opio en el siglo XIX, en las que consiguió que
China no restringiera su importación.
Y el consumo de opio era visto a mediados del siglo XIX de manera muy diferente
a la actual. Era posible entrar en una farmacia y comprar no solo opio y
cocaína, sino incluso arsénico.
Si fuera posible visitar uno de los grandes puertos británicos del siglo XVIII
o XIX, podríamos ser testigos de la llegada de opio en el cargamento ordinario.
En
febrero de 1785, el periódico The Times informó de la descarga en Londres de
opio procedente de Esmirna (Turquía), junto con petróleo de Livorno (Italia), y
guisantes de Gdansk (actual Polonia).
En el
siglo XIX, el opio era consumido a menudo por sus propiedades anestésicas.
El opio, procedente de China, era fumado en Reino Unido como droga de ocio. Se
generó un mito en torno al mundo de los antros de opio, donde la aristocracia
podía encontrar vicio en abundancia.
Había antros de opio en los que se podía comprar el olvido, antros de horror en
los que el recuerdo de viejos pecados podía ser destruido por la locura de
pecados que eran nuevos.
Pero con el tiempo la moda cambió y los consumidores comenzaron a preferir la
estimulación de la cocaína a la sedación del opio.
Tomar
cocaína era un "defecto personal" pero no una señal de la perversión
con la que se asociaría más tarde a las drogas.
Pero en
Estados Unidos la cocaína era asociada con bandas callejeras y la propaganda
racista decía que la droga volvía locos a los negros y ponía en peligro a las
mujeres.
Así que
esas preocupaciones domésticas impulsaron el acuerdo internacional de 1912.
Pero en países como Reino Unido las autoridades actuaron contra el comercio y
no contra los consumidores.
Cuando estalló la I Guerra Mundial, el opio y la cocaína eran aún legales en
Reino Unido.
El punto de inflexión en Reino Unido se produjo un año después del comienzo del
conflicto. Se temía que la cultura del alcohol dañaría el esfuerzo bélico y
como consecuencia se endureció la legislación de venta de alcohol.
La
consecuencia indeseada fue la aparición por primera vez de un submundo de
consumo de drogas. Un reducido grupo de comerciantes del distrito teatral de
Londres quedó fuera de la ley y surgió un ambiente en el que se solapaban opio,
cocaína y prostitución. En un momento en que Londres era lugar de paso para
tantos soldados, no debe sorprender que las leyes de emergencia prohibieran el
consumo de las drogas.
En los
años de la inmediata posguerra, la inquietud aumentó, atizada por unos medios
de comunicación ávidos de escándalos.
Algunos
de ellos pueden resultar familiares a los consumidores de noticias actuales:
jóvenes actrices que mueren de sobredosis en fiestas clandestinas y que son
relacionadas con individuos de dudosa reputación.
Un par
de casos sonados de este tipo fortaleció la idea de que la cocaína era una
seria amenaza para las mujeres jóvenes e inocentes. Pero tan pronto como el
pánico alcanzaba su punto máximo, se disipaba.
En
realidad, en aquellos años no había una "cultura de las drogas" en
Reino Unido y el problema era fácilmente controlado por la policía.
En la
Gran Bretaña victoriana abundaba el opio pero no se fumaba en un tugurio, sino
que se compraba en una farmacia como un líquido viscoso. Los antros de opio
eran por lo general construcciones ficticias propias de las historias de
Sherlock Holmes y las novelas de Oscar Wilde.
Hoy, con la eficacia de las medidas antidrogas en continuo cuestionamiento,
parece curioso que el tratado de 1912 fuera eficaz. A nivel interno, la policía
británica dominaba la situación.
El gran cambio de actitud respecto a las drogas se produce en Occidente después
de la II Guerra Mundial.
Los
baby boomers (nacidos tras la guerra) fueron la primera generación de la
historia que realmente se convirtieron en consumidores globales. De repente,
muchos de ellos se iban a Marruecos a fumar hachís, o hacían autoestop con camioneros
que se drogaban con anfetaminas.
De ese modo, se abrieron las
compuertas al narcotráfico. Mientras que hubo un tiempo en que las autoridades
luchaban contra grupos de delincuentes relativamente pequeños, ahora combaten
contra consumidores y poderosos carteles internacionales.