. Quizás es que tampoco he detenido mi
curiosidad en averiguar estos salvajes comportamientos y, precisamente por esa
indiferencia, nadie me ha podido aclarar que factor del ADN influye en esos
cabestroides para destruir lo que se les ponga por delante.
Son escenas que se repiten con
frecuencia. Solemos verlas a diario cuando sobremesamos la comida. Nos llegan
desde los rincones más insospechados. Casi todas las escenas tienen la misma
estructura y perfil. Grupos de violentos, con los rostros embozados para
parecer sombras, lanzando piedras, bolas de acero, líquidos inflamables, vallas
protectoras y toda clase de objetos contra las barreras de efectivos policiales
responsables del control y del orden. Además lo hacen con saña y con intención
de lesionar a los agentes. Avanzan y retroceden en los ataques como en
auténtica guerra de guerrillas.
En los últimos días hemos tenido
oportunidad de visionar de forma cumplida este tipo de violencia en Grecia.
Atenas ha sido el escenario central del caos. Y todo ello por la simple
decisión de votar un plan de recortes para evitar la bancarrota del país.
Intentar que Grecia funcione con el empuje de los propios griegos ha costado un
auténtico caos en Atenas: más de cien agentes de policía heridos de diversa
consideración y 54 personas hospitalizadas, entre civiles y policías; más de
una docena de edificios quemados, entre ellos dos cines y varias sedes
bancarias, incluido el edificio central del banco Alphabank, una comisaría de
policía atacada, cristaleras de comercios rotas, mobiliario urbano arrancado y
destrozado, 150 comercios y almacenes asaltados y saqueados.
Es legítimo y, a veces necesario, que
los ciudadanos manifiesten públicamente sus inquietudes y muestren sus
desacuerdos contra medidas y decisiones que les afectan. Las protestas se
pueden escenificar a través de concentraciones, manifestaciones o huelgas. Se
pueden exhibir pancartas de protesta, vocear consignas y corear pareados, pero
siempre respetando la libertad y la integridad de las personas, respetando
también los bienes materiales y, especialmente, de los responsables del orden.
Los edificios, las instalaciones
urbanas, las entidades y centros institucionales, los comercios, las lunas de
escaparates y el resto de elementos que suelen ser objeto de las iras de los
cabestroides, no tienen la culpa de las circunstancias que originan las
protestas.
Los disturbios que se generan
aprovechando movilizaciones, concentraciones, o manifestaciones, ni favorecen
ni fortalecen las razones que provocan la protesta.
Si los cabestroides tendrían que
pagar lo que arrasan, los comportamientos serían muy distintos.