Primero lo primero, es decir desmontar la falsedad de que las relaciones
entre Venezuela y China se deben a la “revolución bolivarista”, como tan alevosamente
plantea el señor Chávez. Y
es que las diplomáticas se formalizaron en 1974, en los inicios del primer
gobierno de Carlos Andrés Pérez, hace 37 años. En 1981, Luis Herrera Campíns
fue el primer presidente venezolano en visitar la República Popular China, y en
1985, el primer ministro chino, Zhao Ziyang vino a Venezuela por invitación del
gobierno de Jaime Lusinchi, y las relaciones bilaterales continuaron
desarrollándose en lo económico, energético, tecnológico y hasta militar
durante la década de los noventa.
opinan los foristas
En 1996, el presidente Caldera recibió la
visita del primer ministro chino, Li Peng, y se firmaron acuerdos de
cooperación petrolera y en especial de venta de Orimulsión. China participó en
la Apertura Petrolera de aquel entonces, y la empresa Corporación Nacional de
Petróleo y Gas Natural de China licitó, ganó y formó parte de las asociaciones
estratégicas de la Faja Petrolífera del Orinoco. Para 1999, numerosas empresas
chinas, tanto públicas y privadas, estaban invirtiendo en la economía nacional.
Así mismo, las relaciones inter-gubernamentales estaban sometidas al repertorio
de controles institucionales del Estado.
Dicho esto, también debe señalarse que esa
proyección de relaciones fue continuada y expandida por el gobierno de Hugo
Chávez, y a pesar que se echó por tierra el promisorio desarrollo de la
Orimulsión, se adelantaron acuerdos en otras áreas y se incrementaron el
conjunto de vínculos económicos y comerciales. Pero… es necesario hacer una
aclaratoria central… En la medida que el régimen de Chávez fue concentrando
poderes y ejerciéndolos de manera autocrática, el contenido y alcance de los
nuevos convenios entre Caracas y Beijing se fue haciendo más opaco e incluso
desconocido, al menos para la opinión pública y sobre todo para los órganos
estatales con la función de controlarlos y hasta autorizarlos.
¿Consecuencia? Se obvian los procesos
licitatorios, los contratos se asignan a dedo, no hay seguimiento o monitoreo
público de los mismos porque ni siquiera se conoce su cantidad y calidad y, en
general, las imbricadas relaciones chino-venezolanas se han terminado
desenvolviendo en una especie de caja oscura, al margen de cualquier tipo de
fiscalización administrativa o parlamentaria. Es lo que pasa cuando una
república se transmuta en satrapía, y eso lo saben muy bien en Beijing y lo
aprovechan mejor todavía.
En la actualidad, se estima que el gobierno
chino ha elevado su cartera de créditos con Venezuela en más de 40 mil millones
de dólares, a cambio, principalmente, del control de los yacimientos petroleros
de la Faja, y a cuenta de conocer al dedillo las premuras fiscales de la
“revolución bolivarista”. En pocas palabras, están dispuestos a complacer el
afán de endeudamiento de Venezuela, pero a precios de gallina flaca, porque les
consta que son la única fuente de financiamiento para la voracidad ilimitada de
las arcas nacionales.
Un negocio redondo para Beijing y bastante
magro para nosotros, porque además permite que se siga proyectando la
propaganda fantasiosa de la “revolución”, en materia de “fondos de desarrollo”
y otras desfiguraciones grotescas de la realidad. ¿Y cuál es la realidad? Pues
que el señor Chávez está empeñando el futuro de Venezuela, en términos de
usura, a favor del principal prestamista del planeta, y el único que tiene la
disposición de posicionarse en nuestro desgobernado país. De allí la pepera con
China.