Gerd Wiesler, el
agente HGW XX/7, de la película alemana “La vida de los otros” espiaba
desde el piso superior a una pareja de artistas (Christa-Maria y Georg)
de la República Democrática Alemana. Georg consternado por el suicidio
de su amigo, el director teatral Albert Jerska, comienza a idear la
escritura de un artículo para publicarlo en Der Spiegel. En este escrito
Georg colocaría en debate el número de suicidios como un indicador
político de la situación de su país. Raramente la tasa de suicidios ha
sido utilizada en las discusiones políticas cotidianas como un espejo
que habla de la sociedad en construcción. Si bien las estadísticas
existen, estas son completamente silenciadas a favor de otros algo menos
dramáticos como: Producto Interno Bruto, Nivel educacional, Esperanza
de vida, Extrema pobreza, etc. La elección de indicadores no es un hecho
casual, es un acto eminentemente político. La omisión o la postergación
de indicadores como: Desigualdad social, Distribución del Ingreso o
Segmentación en los Servicios sociales, nos habla del nivel de
tolerancia para abordar temáticas estructurales de la sociedad.
En este
sentido, poner la tasa de suicidios en Chile aparece como un acto
incómodo, porque nos habla de nosotros mismos. En el texto clásico de
Emile Durkheim, “El suicidio”, este acto es definido como “todo caso de
muerte que resulte, directa o indirectamente, de un acto, positivo o
negativo, realizado por la víctima misma, sabiendo ella que debía
producir este resultado” (2008:5), agrega más adelante que al observarse
el total de actos de este tipo en una sociedad, se constituye un hecho
nuevo sui generis, que tiene una naturaleza eminentemente social.
En Chile se
suicidan anualmente alrededor de 2.752 personas (17,2 personas por cada
100 mil habitantes en 2007, lo cual muestra una evolución en ascenso
desde el año 2000 donde era de 13,2 personas), lo cual nos coloca en el
quinto lugar entre los países de nuestra querida OCDE, luego de Corea,
Hungría, Japón y Finlandia. Este dato podríamos cruzarlo con otros dos
fenómenos: la automedicación y el abuso y dependencia de benzodiacepinas
como problema de salud pública entre 1980-89 (Galleguillos e al.,
2003); y el aumento del consumo de psicofármacos, en un estudio
reciente seha revelado que entre 1992 y 2004 el consumo de dosis
diarias de éstos se elevó en un 470,2% (Jirón, Machado & Ruiz,
2008).El análisis médico ha observado que este consumo de drogas se
asocia a alteraciones como: insomnio, trastorno depresivo, y trastornos
ansiosos. Se ratifica en todos estos números la tendencia mundial: los
hombres se suicidan más, y las mujeres se medican más.
El suicidio ni
el consumo de psicofármacos debiésemos entenderlos como problemas
exclusivamente psiquiátricos. La comparación internacional nos invita a
reflexionar en la perspectiva de Durkheim: estos son problemas sociales.
Desde nuestras ciencias sociales podemos reconocer varios elementos
críticos que debemos superponer para complejizar la mirada.
Me parece que debemos considerar, al menos, los siguientes elementos para caracterizar nuestras problemáticas estructurales:
a) Desigualdad:
Chile es uno de los países más desiguales del mundo, la extrema riqueza
y su hiperconcentración es protegida políticamente;
b) Violencia:
tenemos una violencia acumulada no resuelta políticamente y que se
expresa en las diversas instituciones de nuestro país (por ejemplo en la
vivencia de la fractura social de las escuelas;
c) Segmentación
de los servicios públicos: la salud, la previsión, la educación y la
vivienda son distribuidos bajo una lógica de mercado, ya no como
derechos);
d) El
fracaso es individual: el fracaso se personaliza o individualiza, no
haciéndonos cargo de que éstos son generados por las relaciones sociales
que admitimos;
e) La
meritocracia como mito y lógica instalada de progreso social: se niega a
reconocer que esta es una lógica sectaria y clasista en sus procesos y
resultados;
f) El machismo: que nos ha privado de las capacidades de los distintos géneros para construir sociedad;
g) El aislamiento regional como política internacional, abandonando cualquier ideal de integración con nuestros países vecinos;
h) La
liberalización del trabajo: que ha implicado la emergencia de trabajos
“totalizantes” que niegan la vida familiar y comunitaria, y que agotan,
estresan y consumen a las personal;
i) El
miedo al otro y la falta de confianza: lo cual ha significado que sea
al resto como potenciales invasores de nuestra privacidad, y asumiendo
en la figura del delincuente su máxima expresión. Las políticas de
encierro carcelario se convierten en un eje del deseo popular, sin
instalar la cuestión de la habilitación de los presidiarios.
j) La
despolitización: se renuncia a pensar en demandas públicas,
persiguiendo y reprimiendo a la disidencia. Un ejemplo de esta lógica es
la persecución del movimiento anarquista y mapuche, calificándolos como
terroristas.
El
suicidio de los chilenos y chilenas constituye una alarma silenciosa y
que habla de una sociedad que se acostumbra peligrosamente a acallar o
pisotear las diferencias, y a culpar indiscriminadamente a las personas
por las consecuencias del salvajismo de la competencia en el mercado.
Tenemos que volver a pensar en políticas para el bien-estar.