En
estos días en que Internet, para mí la herramienta más revolucionaria de los
últimos tiempos, ha estado presente como tema de debate, análisis y muy
diversos pronunciamientos, no pude menos que ceder a la tentación de imaginarme
un mundo sin Internet… o con su uso severamente restringido.
Difícil
ejercicio. Internet ha transformado nuestra vida, o al menos, la vida de
quienes nos servimos de esta herramienta para nuestro desarrollo profesional y
personal. Desde luego, el acceso libre es un tema pendiente en el tintero.
Sin
embargo, mientras trataba de imaginar cómo sería el no poder informarme a
través de distintos portales, mis ojos se detuvieron en otra realidad; es
precisamente esta herramienta la que nos ha ido alejando, en forma casi
imperceptible, de todo lo que antes nos era tan familiar: la convivencia
directa, y de algo tan poco valorado como la mirada.
En
no pocas ocasiones he visto personas que mientras conducen un vehículo o
transitan por las calles, se mantienen atentas a sus teléfonos celulares; ni
hablar de las escenas que arrojan restaurantes y cafés, donde las personas
sentadas a una mesa mantienen los ojos atentos de un aviso o un mensaje de
texto.
Aún cuando
soy usuaria de redes sociales y comunicaciones electrónicas, soy fiel a la
pluma y al papel. El sonido producido por la tinta que lenta o desesperadamente
se desplaza sobre una hoja en blanco es una sensación adictiva a la que soy
incapaz de renunciar. Y también resulta adictiva para mí la comunicación a
través de una mirada…
Ella
habla por sí sola, no obedece sino a lo que realmente somos, nos acerca sin
decir una palabra. Nos desmiente cuando decimos una mentira disfrazada de
verdad y nos delata cuando pretendemos ocultar un sentimiento. Habla de nuestro
pasado, de nuestras incuestionables convicciones, y de gustos tan sencillos y
mundanos como el café y el chocolate. Revela la tristeza que provoca evocar un
nombre o situación, y la alegría causada por una nota musical; nos incluye o
nos excluye, nos indica la aceptación o el rechazo. Nos desnuda frente a la
otredad… siempre y cuando, mantengamos la atención en esa mirada.
Desde
luego mi intención no es declarar una guerra, de entrada perdida, a artículos
como los llamados teléfonos inteligentes. Sólo invito a reflexionar en ese
suave tacto que se logra si nos miramos a los ojos…