El capital
de riesgo, dice la literatura básica, consiste en el financiamiento y gestión
entregada por profesionales a empresas jóvenes de alto impacto, a cambio de
altos retornos (económicos y sociales) a todas sus contrapartes. Dicho de otra
manera, es la toma de participación temporal
del patrimonio de iniciativas empresariales no cotizadas en bolsa (generalmente
no financiables vía bancos o factoring, etc.), y de naturaleza no inmobiliaria,
todas a cambio de una inyección fresca de capital.
El
objetivo es que con tal financiamiento, la iniciativa aumente su valor y, una
vez madurada, el inversionista se retire obteniendo altos beneficios
económicos, independiente que lo puedan perder todo en el proceso.
Uno de
los ejemplos más emblemáticos ha sido el de Bill Gate, que en sus comienzos no
encontró financiamiento para su proyecto en la banca tradicional, aunque si en
el Capital de Riesgo.
¿Qué sucede en Chile respecto a ello?
Durante varios lustros, el capital de riesgo en nuestro
país ha criticado la carencia de proyectos interesantes para invertir, por lo
cual, muchos de ellos, han buscado alternativas en el exterior, especialmente
en Estados Unidos.
En virtud de ello, CORFO impulsó el año pasado el
programa Star-Up, para traer al país talento suficiente y así mejorar el nivel,
a fin que los inversionistas colocaran sus dineros en Chile, y no fuera. Además de,
simultáneamente, constituir al país en un polo de emprendimiento a nivel
internacional.
A un año de implementado el programa Star-Up, el balance
presenta déficit. Y no porque CORFO haya hecho mal las cosas, o los proyectos
no hayan sido lo suficientemente atractivos, sino porque ha quedado en
evidencia que el levantamiento de capital en el país ha sido prácticamente
nulo.
En efecto, según cifras de CORFO, publicadas en Diario El
Financiero, “en el programa piloto, en que se seleccionaron 22 proyectos, se
lograron levantar US$ 3 millones y, en la primera generación, que contempló 84
iniciativas, se recaudaron US$ 1,5 millones,
principalmente de inversionistas de Estados Unidos y Argentina”.
Ello evidencia que a los inversionistas chilenos de
capital de riesgo no parece interesarles este tipo de iniciativas, o
simplemente tienen una aversión al riesgo que no se condice con la actividad
que desarrollan.
La señal que está dando esta industria, entonces, es poco
clara y desmoralizadora para quienes se han tomado en serio la idea de generar
en Chile un polo de desarrollo para el emprendimiento, la innovación, el
incremento de la productividad, y de la competitividad de las empresas
chilenas.
De verdad, es necesario comprometerse con iniciativas como
las de capital de riesgo, más aún cuando en los países en que estas se han
implementado, el retorno de dineros para los inversores ha sido considerable, y
la economía país se ha dinamizado estructuralmente, potenciándose nuevos
negocios, nuevas redes y ensanchando el horizonte de prosperidad para la
sociedad toda.