Corría una madrugada de febrero del 2008,
nos aprontábamos a subir al santuario arqueológico de Machu Picchu, ubicado en
la provincia del Cusco, Perú. Luego de dos horas de caminata por
medio de la selva amazónica y una fuerte lluvia llegamos a la ciudadela
incaica.
La experiencia de poder observar y sentir
lo que se construyó por allá en el siglo xv fue increíble. He visitado varios
asentamientos arqueológicos pero ninguno ha sido tan mágico como visitar la
ciudad sagrada de los incas, incluso se podía respirar un aire distinto.
Rodeada de una vasta vegetación selvática
y bañada por el río Urubamba, Machu Picchu ofrece un momento de reflexión
y meditación para renovar las energías. Se dice que una persona no es
la misma luego de visitar las ruinas incaicas.
Pero no todo es reflexión y calma. Cerca
de la ciudadela incaica está la montaña de Huayna Picchu, que ofrece
una emocionante escalada de una hora para poder observar una vista
panorámica especial para tomar fotografías.
La oportunidad de poder contemplar las
ruinas es algo maravilloso. Mientras caminaba en las terrazas de cultivo
me pregunté ¿qué hubiese pasado si los españoles no hubieses descubierto América?
ya que lo que hicieron los incas o los aztecas uno podría pensar que ellos
podrían haber evolucionado más como cultura y haber heredado
más elementos de su rica cultura.
Machu Picchu es considerada una
atracción comercial del vecino país, pero verdaderamente ofrece una
instancia de reflexión y asombro sobre lo que es capaz de hacer el ser humano.
Mi visita a estas ruinas está englobada en
una experiencia cultural mayor, que fue “mochilear” en Perú y Bolivia. Ambos
países muy ligados a su cultura indígena, que se puede observar en las
construcciones de sus casas e iglesias y en las mismas personas que hablan en
las lenguas quechua y aimara.
Y como dijo Pablo Neruda en el
poema alturas de Machu Picchu “y el aire entró con dedos de azahar
sobre todos los dormidos: mil años de aire, meses, semanas de aire, de viento
azul, de cordillera férrea, que fueron como suaves huracanes de pasos lustrando
el solitario recinto de la piedra”.