El autismo
es un espectro de trastornos caracterizados por graves déficits del desarrollo,
permanente y profundo. Afecta a la socialización, la comunicación, imaginación,
planificación, reciprocidad emocional y conductas repetitivas o inusuales. Los
síntomas, en general, son la incapacidad de interacción social, el aislamiento
y las estereotipias (movimientos incontrolados de alguna extremidad,
generalmente las manos). Con el tiempo, la frecuencia de estos trastornos
aumenta (las actuales tasas de incidencia son de alrededor 60 casos por cada
10.000 niños). Debido a este aumento, la vigilancia y evaluación de estrategias
para la identificación temprana, podría permitir un tratamiento precoz y
mejorar los resultados.
Su origen
obedece a una anomalía en las conexiones neuronales que es atribuible, con frecuencia,
a mutaciones genéticas. Sin embargo, este componente genético no siempre está
presente, ya que se ha observado que los trastornos que sufre una persona
autista pueden tener un componente multifactorial; dado que se ha descrito la
implicación de varios factores de riesgo que actúan juntos. Los genes que
afectan a la maduración sináptica están implicados en el desarrollo de estos
trastornos, dando lugar a teorías neurobiológicas que determinan que el origen
del autismo se centra en la conectividad y en los efectos neuronales fruto de
la expresión génica. Hay varios tratamientos, pero no todos ellos se han
estudiado adecuadamente. Las mejoras en las estrategias para la identificación
temprana de la enfermedad utilizando, tanto las características fenotípicas
como los marcadores biológicos (por ejemplo, cambios, electrofisiológicas)
podrán mejorar la efectividad de los tratamientos actuales.
El bebé
autista puede pasar desapercibido hasta el cuarto mes de vida; a partir de ahí,
la evolución lingüística queda estancada, no hay reciprocidad con el
interlocutor, no aparecen las primeras conductas de comunicación intencionadas
(miradas, echar los brazos, señalar...).
Las
características del autismo suelen aparecer durante los primeros tres años de
la niñez y continúan a lo largo de toda la vida. Pese a no existir una cura o
solución definitiva, el cuidado apropiado logra promover un desarrollo
relativamente normal, al minimizar los comportamientos que se considerados
inadecuados
Cada
individuo con autismo tiene su propia características, no hay dos iguales.
Algunas o todas de las siguientes características pueden ser observadas de
forma leve a severa:
Problemas
de la comunicación (por ejemplo, el uso y comprensión del lenguaje (Apraxia o
Dyspraxia).
Dificultad
en relacionarse con las personas, objetos, y eventos.
El uso de
juguetes y objetos de una manera poco usual.
Dificultad
con los cambios de rutina o alrededores familiares.
Movimientos
corporales o comportamientos repetitivos.
Hipotonía
generalizada, se caracteriza por la disminución del tono postural en las cuatro
extremidades y el tronco.
La
hipotonia la etiquetan los neurologos o especialistas atravez de la evaluación
del tono muscular (mongo). En mis propias palabras sin ofender a nadie ya que
mi hijo tiene esta condicion, no tiene buena postura, manitas gorda, se cae
amenudo, un poquito torpe.
Existen
tres comportamientos distintivos que caracterizan el autismo. Los niños con
autismo tienen dificultades para interactuar socialmente, padecen de problemas
de comunicación verbal y no verbal y muestran comportamientos reiterativos o
intereses limitados u obsesivos. Estos comportamientos pueden variar en cuanto
a su impacto, es decir, desde un trastorno leve hasta uno que puede llegar a
ser discapacitante. El rasgo distintivo del autismo es una escasa interacción
social. Frecuentemente, son los padres los primeros en advertir
síntomas de autismo en sus hijos. Desde etapas tan precoces como la de
lactancia, un bebé con autismo puede no responder a la presencia de otras
personas o concentrarse solamente en un objeto, excluyendo a otros, por largos
períodos de tiempo. Un niño autista puede, aparentemente, tener un desarrollo normal
y luego replegarse y volverse indiferente al contacto
social.
Los
menores con autismo pueden ser incapaces de responder a su nombre y a menudo
evitan sostener la mirada de otra gente. Asimismo, tienen dificultades para
interpretar lo que otros están pensando o sintiendo ya que no logran comprender
los códigos sociales, tales como un tono de voz o expresiones faciales, y no
observan los rostros de otra gente para obtener pistas sobre cuál debiera ser
el comportamiento adecuado. Ellos carecen de empatía.
Muchos
niños con autismo efectúan movimientos repetitivos tales como, mecerse o
retorcerse, o caen en conductas autodestructivas como morderse o golpearse la
cabeza. También tienden a empezar a hablar más tarde que otros niños y puede
que se refieran a ellos mismos por su nombre en vez de “yo”. Los niños con
autismo no saben jugar en forma interactiva con otros niños. Algunos hablan
como si estuvieran cantando y lo hacen en torno a una gama muy limitada de
temas favoritos, prestando poca atención a los intereses de la persona a la
cual le están hablando.
Muchos
niños con autismo tienen una baja sensibilidad al dolor pero son anormalmente
sensibles al ruido, al tacto u otro estímulo sensorial. Estas
reacciones inusuales pueden contribuir a síntomas conductuales como la
resistencia a ser acunado o abrazado.
Los niños
con autismo, presentan mayor riesgo de padecer de ciertas enfermedades
co-existentes como el síndrome de cromosoma X frágil (el cual provoca retraso
mental), esclerosis tuberosa (en el cual crecen tumores en el cerebro),
convulsiones epilépticas, el síndrome de Tourette, discapacidades de
aprendizaje y trastorno de déficit atencional. Por razones que aún no están
claras, entre el 20 y 30 por ciento de los menores autistas desarrollan
epilepsia cuando llegan a ser adultos. Si bien algunas personas con
esquizofrenia pueden mostrar una conducta de tipo autista, sus síntomas
generalmente no aparecen hasta cerca de los 20 años o en la etapa de adultos
jóvenes. La mayoría de la gente con esquizofrenia también tiene alucinaciones y
delirios, los cuales no se encuentran en la persona con autismo.
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LA VERDAD, ES UN ART. PARA LEER POR ALGUIEN IGNORANTE (DEL TEMA)COMO YO. ME PREOCUPA SABER QUE ESTOS CHICOS NUNCA SE VAN A CURAR ¿ QUE ES DE ELLOS CUANDO GRANDES? PERDONEN MI IGMNORANCIA, SOY UN HOMBRE COMÚN
Eduardo Gallardón,
Hace un tiempo leí un libro llamado “El niño de los Caballos” (Rupert Isaacson). Es el relato de un padre norteamericano quien decide emprender un viaje hasta Mongolia para buscar sanar a su hijo, quien ha sido diagnosticado de autismo y a quien los tratamientos y terapias no han dado resultados favorables.
Entre el mistisísmo de la tierra, los animales y chamanes mongoles, el niño comienza poco a poco a mostrar mejorías. A pesar que nunca consigue llegar a la sanación completa, este relato me parece una puerta abierta para explorar más allá de las terapias tradicionales alternativas de cura contra esta enfermedad.