. Sin
embargo, Corea del Sur logró emerger de una situación histórica complicada para
posicionarse hoy como una de las economías más sólidas, innovadoras y con
perspectivas de futuro. Lejos de ser un milagro, el desarrollo surcoreano se
basa en fórmulas conocidas: educación, desarrollo tecnológico y competitividad.
El proceso de industrialización se basó en la mano de obra altamente
capacitada, que tuvo la competitividad necesaria para ganar mercados
internacionales y hacer crecer la economía hacia afuera.
Con una política
pública bien orientada hacia la capacitación de su gente, los resultados se
empezaron a cosechar en la década del 60, cuando el país logró un crecimiento
económico agresivo que se sostendría en el tiempo, para que hoy Corea del Sur
sea una potencia exportadora, con un nivel de ingresos de los más altos del
mundo y con índices de desarrollo humano muy elevados. Gran parte de los logros
que hoy presume este país asiático se basa en el desarrollo tecnológico y en la
enorme capacidad de innovación que se incuba en una sólida formación educativa.
Con un
territorio pequeño –es cuatro veces menor que Paraguay-, y con una inversión en
educación relativamente baja (4.6% del PIB), ha logrado beneficios muy
superiores a países que destinan más recursos a lo educativo: Corea del Sur
ocupa el tercer lugar en cantidad de patentes registradas a nivel mundial, es
líder en innovación y es el gran proveedor mundial de televisores, pantallas de
plasma, equipos de audio y electrodomésticos en general. Todo esto nos habla de
una planificación minuciosa del destino de las inversiones, de la austeridad,
la eficiencia y el sacrificio que se aplica a cada emprendimiento.
Cuando miramos
los resultados de los estudios internacionales, no deja de sorprender el hecho
de que los surcoreanos sobresalgan nítidamente en educación tecnológica, por
encima de grandes potencias como Estados Unidos, Japón o China. Fueron los
primeros a nivel mundial en dotar de conexiones rápidas de Internet por banda
ancha a todas las escuelas primarias y secundarias, en tanto desarrollaron
aulas para clases interactivas, en donde se aprovecha toda la tecnología para
producir conocimiento.
Y con esa visión
innovadora que los caracteriza, han implementado los “libros de textos
digitales”, mediante los cuales los estudiantes pueden leer, escribir y
trabajar sobre una tableta (computadora portátil con pantalla táctil). El plan
de los surcoreanos en este sentido es muy ambicioso: invertirán 2 mil millones
de dólares para el desarrollo de libros digitales, así como para la compra de
los equipos informáticos necesarios para que todo estudiante pueda leer e
interactuar desde una tableta. Con esto no sólo pretenden dejar atrás el uso
del papel, sino que buscan comprometer a sus estudiantes con la educación
tecnológica, con el desarrollo del potencial innovador y, sobre todo, buscan
que todos tengan acceso a una base de datos universal, en donde se encuentren
los conocimientos que se requieren para lograr competitividad, progreso y
crecimiento.
Las lecciones
surcoreanas son contundentes en varios aspectos: nos dicen claramente que no
necesitamos destinar presupuestos millonarios a los sistemas educativos sino
saber ser eficientes y claros con el destino de cada moneda invertida. Con este
esquema, en América Latina podríamos hacer una revolución invirtiendo
prácticamente lo mismo que ahora, pero con una visión más estratégica. Si del
presupuesto que tenemos para la educación gastáramos menos en mantener
sindicatos o cotos de poder de unos pocos, al tiempo que empezamos a invertir
en desarrollo tecnológico, mejoramiento de la capacidad docente y en escuelas
mejor equipadas, posiblemente con los mismos recursos que hoy tenemos podríamos
lograr otro tipo de resultado.
Nos falta
aprender a innovar y a utilizar mejor lo que tenemos, con miras a sentar las bases
para un crecimiento económico sostenido y sostenible. Debemos dejar de lado las
políticas erráticas, sin planificación, que no buscan más que explotar una
coyuntura para lograr objetivos electorales que se difuminan en el tiempo.
Si un país que
era pobre, que sufría los azotes de la guerra entre compatriotas y que encima
tenía que convivir con la invasión de fuerzas extranjeras, pudo sobreponerse
para convertirse hoy en una de las grandes potencias económicas y en un
referente en materia tecnológica, es claro que los países latinoamericanos, con
abundantes recursos naturales, con mucha gente joven y con un enorme potencial,
pueden no sólo imitar el ejemplo sino lograr mejores resultados. Inversiones
inteligentes, políticas públicas bien planificadas y ciudadanos conscientes de
la urgencia educativa: con estos elementos podemos construir economías mejores
que las que tenemos ahora.