Dictadura

El reciente fallecimiento del Presidente de Corea del Norte, Kim Jong Il, ha sido festejado por distintos medios de comunicación y personas como el fin de un dictador, como la posibilidad de una apertura «democrática» en el país asiático. Los mismos que festejaron la denominada «Primavera Árabe» como el comienzo de la democracia en el Norte de África, al no ver colmadas sus ingenuas expectativas, dirigen sus ojos a Corea del Norte.

 

. Los mismos que festejaron la denominada «Primavera Árabe» como el comienzo de la democracia en el Norte de África, al no ver colmadas sus ingenuas expectativas, dirigen sus ojos a Corea del Norte.
Evidentemente, el propio Kim Jong había nombrado sucesor suyo a su hijo, pero ello ya indica más bien la naturaleza de un régimen dinástico (Kim Jong Il recibió el poder de su padre, Kim Il Sung), lo que sería en consecuencia una monarquía, no una dictadura. Pero acaso quienes denominan al finado Kim Jong como dictador lo hacen desde un pensamiento grosero, el fundamentalismo democrático, que fuera de la democracia no ve más salida que una dictadura, y en consecuencia desde esa grosería intelectual considera que el único destino de la Humanidad, una vez rotas las cadenas de la dictadura, es la convergencia hacia un régimen democrático. Extra democratia nulla salus, dirá el fundamentalista.

Pero las formas de gobierno, por supuesto, no se reducen a la democracia, considerada como el mejor de los peores gobiernos por clásicos como Platón. La taxonomía de Aristóteles, aplicada de forma general hasta nuestros días, distingue entre monarquía, aristocracia y democracia (o república, según los casos), atendiendo al número de personas que ostentan el poder: uno en el caso monárquico, algunos en el aristocrático, todos en el democrático, aunque el propio Aristóteles reconoce que ni puede gobernar sólo uno, ni tampoco pueden gobernar todos. De ahí que las formas de gobierno se encuentren mezcladas y dependan de la materia sobre la que se apliquen: el principio monárquico puede combinarse con el democrático y obtendremos un régimen presidencialista al estilo de Estados Unidos; el principio aristocrático también con el democrático, obteniendo así los régimenes parlamentarios europeos.

 ¿Y dónde queda la dictadura? Ésta no puede considerarse como una forma de gobierno específica, sino más bien como una solución provisional ante una situación de inestabilidad política. Así la entendieron los romanos en casos como el de Lucio Cornelio Sila, quien en los estertores del régimen republicano intentó, tras proclamarse dictador, encaminar la situación para luego devolver el poder. Figura que se ha repetido históricamente muchas veces como medio de controlar situaciones como un estado de sitio o de guerra, suspendiendo la legalidad para que no sea definitivamente vulnerada: en el siglo XVII Oliver Cromwell fue elegido dictador democráticamente por el parlamento inglés para pacificar a sangre y fuego Irlanda y Escocia, tras lo cual se convirtió en Presidente de la Commonwealth inglesa con la ejecución de Carlos I hasta la Restauración monárquica. El Libertador Simón Bolívar, adulado por Hugo Chávez, se proclamó primero dictador y después presidente vitalicio de la Gran Colombia. Dictador será el soberano, el que decide en un estado de excepción, según acepción acuñada por Carl Schmitt en su obra La dictadura.

De este modo, sólo desde un pensamiento grosero, incapaz de distinguir entre distintas formas de gobierno, podrá calificarse de dictador no sólo a Kim Jong Il, sino también de dictadura a la monarquía constitucional de Mohamed VI, o de régimen dictatorial a la República Popular China. Aunque de esta última sus detractores dirán que, como la República de Corea del Norte, se trata de una «dictadura del proletariado», fórmula usada por Marx para explicar el dominio de la clase obrera en el socialismo, opuesta a la «dictadura de la burguesía», expresada ésta bajo las múltiples formas de la monarquía, la aristocracia o la democracia.

UNETE



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