Estoicismo

ESTOICISMO

 

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Séneca, Hércules loco.

-¿Y qué opina usted -me preguntó un tanto aviesamente- de eso, incuestionable según parece, de que el estoicismo se esté poniendo de moda de nuevo? Aparece en todo lugar y momento.

-¿Usted cree -le pregunté yo a mi vez- que el llamado estoicismo actual tiene algo que ver con el estoicismo clásico, con el de Séneca por ejemplo?

-¡Ay, querido amigo! Si le pregunto es para saber, no por ansias de discutir por discutir. Sé bien poco de filosofía clásica. Tampoco tengo mucha idea de la moderna. Le pregunto para saber. Nada más.

-Esa -dije tras beberme mi primera copa de vino- es una bonita excusa para no contestar a mi pregunta. Y contestada ésta por su parte, le contestaré yo a la suya. Pues sería deseable poner un poco de orden en este simposium para dos.

-De acuerdo. No sabría decirle muy bien qué entiende la gente de ahora por estoicismo. Aunque, repito, tampoco sabría decirle qué es el estoicismo. Ahora bien, está claro que nada, ni filosofía ni artes, salvo el hombre, es igual de unas épocas a otras. Pura contradicción, lo sé. Una paradoja. El hombre siempre es igual a sí mismo, pero no sus palabras, sí sus obras… Creo… No obstante, quiero decir que el estoicismo del momento, sea cual fuere, seguramente tendrá poco que ver con el antiguo. O mucho. No lo sé. Aun así, el nombre de estoicismo aparece con mucha frecuencia en conversaciones y en las noticias.

-Así es. Pero no sólo se distinguen por los siglos pasados entre uno y otro, sino por una mala interpretación. Está claro que el mundo actual está regido por unas malas bestias tan sanguinarias, necias y crueles como lo pudieron ser Nerón o Calígula. Pero con unas potentes armas que aquellos no tuvieron. En el reinado de Nerón, como sabe, floreció Séneca. El hombre se sintió perdido en aquella época dominada por la violencia. Y en esta por vivir en un mundo dominado por la economía, los anuncios, la falsa información, capaz de introducir los criterios que le interesan en el lucero del alba, y la soez palabrería y la soledad no deseada. ¿Qué hace ante todo ello el hombre? Se resigna, desencantado de revoluciones, sindicatos, asociaciones y demás; y a esa resignación la llama estoicismo.

-¿Y qué otra cosa puede hacer? No lo querrá llevar usted a una confrontación con el poder.

-No. Por supuesto que no. Propongo una cosa más sencilla y agradable -dije llenando las copas y sonriendo tan aviesamente como lo había hecho él. Y me remito a los filósofos cínicos.

-Soy todo oídos.

-Dejo de lado aquella sentencia de Marco Aurelio de olvídate de los libros o algo así. Yo, por el contrario, propongo el estudio, pero no por distracción o para aprobar unas oposiciones, sino como remedio del alma, como entrenamiento para llegar a la virtud. Pura teoría cínica. Y, además, muy estoica. Propia de Antístenes o Diógenes.

-Sí. Creo entenderlo. ¿Busca formar personas sensatas, enteras, al abrigo de los vendavales sociales y de los políticos?

-Sí. Más o menos. La autarquía. Lo cual no impide la implicación del hombre en política o en los otros ámbitos de la vida. Sin olvidar nunca dónde se mete, y sin olvidar, nunca, la necesidad de retirarse a tiempo. Marco Aurelio, ilustre estoico, fue emperador de Roma, y defendió sus fronteras como un buen soldado.

-Me alegra que nombre a este señor, pues el otro día vi un programa en la televisión donde se mencionaba al emperador filósofo. En dicho programa, una señora, catedrática de latín, creo, habló de Marco Aurelio y de sus Meditaciones. De pasada, sin profundizar, lo tildó de hipócrita por escribir unas cosas y hacer las contrarias. ¿Cómo se compagina la quietud del alma con la lucha contra los bárbaros para defender las fronteras del imperio?

-Imagino que esa señora no ha leído a Marco Aurelio, o lo ha leído con intenciones aviesas. Marco Aurelio aceptó el papel que le tocó en la vida: el de emperador. Y trata de cumplir sus obligaciones de la mejor forma posible. Lo sencillo hubiera sido renunciar al trono, retirarse. Y eso es lo que actualmente se entiende por estoicismo: la resignación, la renuncia. El emperador no se resignó: cumplió con el papel que le otorgaron, y no lo hizo nada mal. Y mientras, escribió sus propias meditaciones, sin ánimo de publicarlas ni darlas a conocer. Son meditaciones para él mismo. Así consta en el título, el cual raramente se traduce completo: Pensamientos para mí mismo. ¿Dónde está la hipocresía?

-No he leído a Marco Aurelio. No se lo puedo discutir. Pero la opinión de aquella señora, vista en un programa de la televisión, me retrotrajo a mis años de bachillerato: en un curso, no recuerdo en cuál, el profesor de filosofía atacó a Séneca tildándolo, también, de hipócrita: predicar la pobreza y amasar una gran fortuna. Dijo que tenía una casa con quinientas mesas…

-Que yo sepa Séneca no predica la pobreza. Sí que recomienda no apegarse a las riquezas como si fueran de nuestra pertenencia. O al cuerpo: pocas cosas son nuestras, subraya, así que todas, tarde o temprano, las tenemos que devolver. Lo mejor, por lo tanto, es vivirlas con desprendimiento. Por otro lado, ¿se imagina usted una casa dónde quepan quinientas mesas? En la Domus aurea de Nerón, tal vez…

-De acuerdo -dijo volviendo a servir más vino-. Entonces para usted el estoicismo actual sería preparase concienzudamente para ser un hombre de bien; el conocimiento es importante para el bien vivir, sin renunciar a nada, pero sin abusar. ¿Es eso?

-Podía ser un principio. Pero hay más. El estoico trata de vivir conforme a la naturaleza. Y aquí tenemos un verdadero problema: ¿qué significa vivir conforme a la naturaleza? Nietzsche acusaba a los estoicos de hacer estoica a la naturaleza para acoplarla a sus fines. No obstante, cabría pensar que esa forma de vivir es conformarse con poco: beber cuando se tiene sed y comer cuando se tiene hambre. Para lo cual basta con los dones que nos da la naturaleza: el agua y las bellotas. Todo lo necesario lo tenemos al alcance de la mano. Lo superfluo, por el contrario, no.

-Eso sería en otras épocas. Actualmente no hay nada al alcance de la mano salvo el vacío.

-Por eso mismo no deja de llamarme la atención que nuestra época no se haya decantado más bien por los cínicos que por los estoicos. Pero, claro, la respuesta es muy sencilla: los cínicos son extremistas, y aquí queremos nadar y guardar la ropa. Los cínicos arremetieron contra todo, hasta contra las leyes divinas: no hay que enterrar a los muertos -eso en la Grecia clásica sonó peor que dudar de la virginidad de la Virgen María en oídos de un inquisidor de la Edad Media-. Los muertos deben ser comidos por sus familiares. No se debe desperdiciar la carne. E, igualmente, son legítimas las relaciones incestuosas: si a tu madre le pica un pie, seguramente se lo rascarías. ¿qué problema hay en que le alivies otras partes de su cuerpo con otras del tuyo?

-¡Por Dios! Eso son verdaderas burradas.

-¿Son burradas o la educación nos moldea para aceptar unas cosas y denegar otras? Los cínicos se atreven a ir contra su época, contra la filosofía no escrita. El estoicismo los atempera hasta cierto punto. El estoicismo, al contrario que el cinismo, no tiene problemas en dedicarse a la política. Pero no lo hace como un político actual. Lo hace con responsabilidad. Como Marco Aurelio.

-Como esos de ahora, que cuando hay una alarma por inundaciones no están donde deberían estar. Luego, cuando ven peligrar su butacón por denuncias y manifestaciones, apenas oyen gritar “¡agua!” cierran el país a cal y canto, y se hacen fotografiar ante doscientos mapas y tres mil pantallas con isobaras y demás zarandajas.

-Efectivamente -dije sonriendo por el toque de actualidad de mi vecino- El estoico siempre está donde debe estar, cumpliendo con su deber, bien sea un emperador o un simple escribano. Hace lo que debe hacer. Es justo, virtuoso. Y por eso mismo contribuye al bienestar de su nación. Y si todos somos justos y virtuosos, tendremos una ciudad justa en la cual podremos educar a los niños en la justicia.

-Me suena a utopía. ¿Qué quiere que le diga?

-Nada. No me diga nada: ser justo es difícil. Y ser capaz de aguantar las desgracias sin romperse, también… El estoicismo fue, al principio, cruel e inhumano. No tiene más que leer algunas de las consolaciones de Séneca: felicitar a una madre porque se le ha muerto su hijo de pocos años… En fin… Luego, por supuesto, se humaniza. No le impedirá a la viuda llorar ni gritar. Pero le hará saber que no debe dejarse llevar por aquellas cosas que no están bajo su control: el dolor, la muerte… Sí están bajo su control el orgullo, la vanidad, la necia búsqueda de honores. Todo eso no sirve para nada. Son desvíos de la verdadera virtud. Coincide en estoicismo con el cinismo. Somos mortales y estamos destinados a morir.

-Si es ley y no castigo, ¿qué me aflijo? Creo que dijo Quevedo.

-Pues eso: vivamos y muramos sin que nuestro cadáver moleste a nadie. Séneca dixit.

-Pero antes -terció llenando las copas- acabemos con este excelente vino.

-Así sea. Acabemos con él. No nos pidan cuentas luego por haber desperdiciado un buen alimento.

1Séneca, Hércules loco, v.1316. En Tragedias I, Madrid, 1987. Editorial Gredos. Traducción de Jesús Luque Moreno.

UNETE



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